De la crueldad cotidiana a la indiferencia

‘Sólo brumas’ recupera a un ‘Tato’ Pavlovsky temprano, con reminiscencias de Pinter y Becket,


‘Sólo brumas’. Texto: Eduardo ‘Tato’ Pavlovsky. Dirección: Gonzalo Urtizberea. Música original: Martín Pavlovsky. Diseño de escenografía: Héctor Calmet. Diseño de maquillaje y de vestuario: Agustina Tasín. Actores: Guillermo Alfaro, Victoria Aragón, Paula Cantone, Emiliano Kaczka. Los viernes a las 22 en el teatro Belisario (Av. Corrientes 1624).


 

Mientras el público se va acomodando comienza la acción. Pipi (Victoria Aragón) y Pepi (Paula Cantone) limpian con obsesión, uniformadas con guardapolvos azules, generando un clima de nerviosismo. El espacio escénico, un subsuelo real (el primer gran acierto de la puesta), está poblado de unos pocos objetos: una escalera, una mesa ratona, pequeñas sillas, un vajillero de madera con piezas de loza despareja pero de buen origen, y cuatro cunas de acrílico conocidas como neonato, que se usan en centros asistenciales.

Esta escenografía diseñada a grandes y precisos trazos por Héctor Calmet ayuda a imaginar -junto con el vestuario de las actrices- que estamos en un sótano (las columnas, los caños a la vista, reales), un depósito donde aparentemente viven y trabajan en la clandestinidad ellas, junto a Eusebio (Emiliano Kaczka).

CASOS

Según Pavlovsky, la motivación que lo impulsó a escribir este texto dramático surgió después de ver salir a una pareja y cuatro chicos de una casita de 2x2 instalada en Figueroa Alcorta y Pampa. Pensó para sí “no puede ser que vivan así”. En el programa de mano de su estreno en 2008, además, se recuerda una denuncia hecha cuatro años antes en la provincia de Tucumán, sobre el destino de los bebés que nacían con un peso inferior a quinientos gramos.

Ese hecho quedó entre brumas. Quizás hoy nadie se acuerde de lo acontecido hace veinte años. La atención de los medios está puesta en el caso de un niño desaparecido en la provincia de Corrientes -¡ah, las profecías teatrales!-, que representa a tantos otros que padecen desnutrición, golpizas, violaciones o raptos, y de los que nadie habla. Es imposible, en un país donde en el primer trimestre del año 24,9 millones de personas residentes en áreas urbanas vivieron en situación de pobreza (por debajo de la CBT), entre las cuales 7,8 millones lo hicieron en estado de indigencia (por debajo de la CBA) (Observatorio de la Deuda Social de la UCA).

Ante estos guarismos, el texto dramático denuncia los efectos de una sociedad adormecida. También los roles de Eusebio, Pepi y Pipi están adormecidos. Los personajes no se dan cuenta de lo que está pasando. Si hacemos un paralelismo, esa dormidera la podemos ver hoy en las internas que se dan en todo tipo de organización -como se dieron al momento de escribir esta obra-, donde podemos incluir los fracasos de todos los que han gobernado nuestro país en los últimos cuarenta años con relación al servicio de la política hacia los más pobres.

LA REALIDAD

El intercambio de procedimientos entre el realismo y la neovanguardia fue un aspecto fundamental en la evolución de las textualidades de Pavlovsky. Este intercambio respondía a un intento de aclarar la metáfora del texto, de hacerla más transparente. Se advierte una progresiva politización de su textualidad, un realismo no del todo ortodoxo, pero que lo fue alejando de la vanguardia de su primera época, un teatro menos complicado e intelectualizado.

La fuerte politización social de los discursos artísticos se evidencia no solamente en los textos y las representaciones sino en materia muy directa en las declaraciones de los protagonistas. Pavlovsky sostuvo antes del estreno: “El tema no es agradable, sobre todo porque hoy nuestro teatro pasa por un posmodernismo divertido. En Francia me dijeron algo así cuando seleccionaron ‘Potestad’ y ‘Sólo brumas’ para el Festival Internacional Teatro en Mayo, de Dijon. Las seleccionaron por ser las únicas estrictamente políticas que encontraron. Las otras que hoy se ven están muy bien escritas pero cuentan historias que pueden ocurrir en cualquier otro lugar; éstas, en cambio, son nuestras. Y al mismo tiempo advertían que el espíritu de la obra, así como lo hemos tomado, es lúdico, en el sentido que el teatro le da a esta palabra”

Ese juego teatral se percibe en la ambivalencia del texto y se concreta en la puesta de Gonzalo Urtizberea, que retorna a ese primer Pavlovsky. Su texto tiene la intensidad de ‘Esperando a Godot’ y, sobre todo de ‘Oh les beaux jours’, de Samuel Beckett, especialmente en los parlamentos poéticos de Pepi y de Pipi. Hablan del pasado para evitar el abyecto presente, y olvidar la podredumbre que las rodea en una situación sin salida. Evocan recuerdos dispersos e inconexos -la extraña relación de Pipi con una amiga, por ejemplo-, la infancia y las preguntas sobre el tiempo. Un tiempo circular donde los días similares se repiten incansablemente, puntuados por señales de alarma -timbrazos y golpes misteriosos- y la repetición de las mismas expresiones vacías.

BECKET Y PINTER

El vestuario de Agustina Tasín es deliberadamente anticuado, con un toque elegante y rancio. La actuación de Victoria Aragón y de Paula Cantone es contundente. Se adueñan del escenario y con voz clara y sonora despliegan un muestrario variopinto de matices en sus monólogos. Insisto: en los pocos diálogos están los fantasmas de las creaturas beckettianas Vladimir y Estragón, y en los monólogos, el de la coqueta Winnie y sus días felices. Pero también está presente la poética de Harold Pinter: como en ‘El cuidador’, la acción se desarrolla en un cuarto y, aquí también, tres personas se conectan con el pasado y sus propias soledades.

Emiliano Kaczka comparte la calidad y las virtudes actorales de sus compañeras de elenco, pero la composición de su personaje lo acerca más a la poética Pinter. Un hombre decepcionado que no se pudo realizar y que vive la realidad como un castigo. No sabe bien quién es. Su discurso está hecho de retazos. Y su identidad se resume en la camiseta de Boca Juniors que representa más que un club de futbol, quizás su única alegría.

Eusebio, Pepi y Pipi son seres heridos. En voz baja están gritando que la indigencia no genera inquietud a los que están afuera de ella, como sí la genera la inseguridad. Y menos aún interesan los chicos desahuciados, que hasta en la puesta pasan desapercibidos. Sólo queda una evidencia: “El teatro de Pavlovsky -como lo definió alguna vez Norman Briski- es dramaturgia para actores: no empieza ni termina como literatura.”

Calificación: Muy buena