Davos, pertenecer tiene sus privilegios
Estar allí, en esa nevada villa de los Alpes suizos tiene que ver con figurar en una vidriera de trascendencia mundial. Se trata de aceitar ciertas relaciones, de decir presente, de codearse con los jugadores de las grandes ligas. Sólo eso, aunque no es poco.
Es el tercer año consecutivo que, bajo la gestión Macri, Argentina participa en el Foro Económico Mundial que tiene lugar en Davos. Un regreso a viejas y conocidas arenas -o habría que decir nieves-, tan transitadas durante la década del "90 y que fueron abandonadas por el kirchnerismo. El retorno se dio a caballo de la muy pregonada política de reinserción en el mundo, que algunas chirolas ha dejado en el bolsillo nacional, aunque no todas las esperadas.
Estar allí, en esa nevada villa de los Alpes suizos tiene que ver con figurar en una vidriera de trascendencia mundial. Se trata de aceitar ciertas relaciones, de decir presente, de codearse con los jugadores de las grandes ligas. Sólo eso, aunque no es poco. Se opera bajo la idea de que pertenecer tiene sus privilegios.
A Davos se va para sonreirle a los mercados. A poner buena cara y ser gentil, que eso es lo que se necesita para seguir financiando el gradualismo. Por ahora, los créditos fluyen hacia esta Argentina que busca recortar el déficit fiscal a puro endeudamiento externo. ¿Cuánto durará la estrategia? Sólo Dios lo sabe. Por lo pronto, el incremento de los intereses de la cuenta financiera ha comenzado a poner nervioso a más de uno.
En ese coqueto pueblo engarzado en las montañas -apenas 11.000 personas a 1.560 metros sobre el nivel del mar- la agenda suele ser nutrida y diversa. Claro está, hay invitados de lujo y convidados de piedra. Entre los primeros se encuentra el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Steven Mnuchin. Todos quieren dialogar con él, todos quieren una foto con él. En torno a estas figuras orbita el resto, delegación argentina incluida.
A Davos también se va para poner la otra mejilla. Porque allí está Christine Lagarde, la titular del Fondo Monetario Internacional, lista para dar el bofetazo. Para decir que el crecimiento global del 3,9% proyectado para este año no alcanza y que le causa alarma el nivel de endeudamiento externo en que han caído muchos países. Ese es el momento en que Argentina, con disimulo, mira para otro lado.
En el World Economic Forum no se logra nada concreto, pero se tejen relaciones. Es como quien va a una fiesta, levanta algunos números de teléfono, pero regresa solo a casa. Eso sería el té que compartieron Mauricio Macri con Bill Gates y su esposa Melinda en la Casa Argentina en Davos -un bunker adonde recibir empresarios-, o la siempre amigable charla con la reina de Holanda, Máxima Zorreguieta.
En Davos hay que estar, aunque más no sea por las dudas, explican los expertos. Es la única manera de conseguir algo. De nada ha valido una década de tozudos enfrentamientos contra las potencias. Surfear a favor de la corriente le ha permitido al Gobierno, en cambio, facilitar algunas negociaciones, desbloquear senderos obturados.
Allí se inscriben algunos recientes logros en materia de comercio exterior. Que Estados Unidos haya reincorporado a la Argentina al Sistema Generalizado de Preferencias (SGP) para exportar es uno de ellos. Esto permitirá que más de 700 productos made in Argentina ingresen al país del Norte con arancel cero. Que haya demanda ya es otra cosa.
De esta dinámica podría desprenderse también el hecho de que China haya autorizado el ingreso de carne bovina con hueso desde nuestro país, algo hasta ahora vedado y por lo cual se peleó durante 15 años. Se estima que las exportaciones cárnicas se incrementarán entre el 25 y el 30% en un mercado que no conoce techo, lo cual reportaría u$s 1.000 millones anuales. Para el sector ganadero y su cadena es todo un aliciente.
Davos, al fin y al cabo, tiene este aire de tarjeta de presentación. Se trata de convencer al capital, seducirlo para que los dólares de la inversión desplacen, de una vez y para siempre, a los dólares de la bicicleta financiera.