ELECCIONES 2023

Cuando el voto corrige a la calle

Hace un año y dos meses, el profesor Miguel Angel Iribarne publicó una nota profética en La Prensa. Decía el exdecano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Católica de La Plata: “A la corta o a la larga, una y otra vez el voto corrige a la calle. Que lo que es obra de minorías intensas, fuertemente ideologizadas y, en general, lejanas del sentido común de la población, fracasa o es desplazado cada vez que esa población encuentra cauces adecuados para afrontarlas y decir su palabra genuina”.

Es lo que acaba de ocurrir en la Patria. Enojada, hastiada, temerosa, acorralada y pauperizada la Argentina profunda se rebeló en las urnas contra el “sentido común” de las elites políticas, empresariales, culturales, artísticas, religiosas e internacionales. Desde 1946 no se veía algo semejante. La Unión Democrática 3.0. fue derrotada.

Escribió también el profesor Iribarne: “Muchos millones de compatriotas rechazan todo lo que deriva del abolicionismo penal, defienden la vida desde la concepción, están persuadidos de que un niño necesita un padre y una madre, saben que la identidad sexual está inscripta en nuestras propias células, demandan que se acaben las usurpaciones de tierras, se esfuerzan por alcanzar la propiedad privada de su vivienda, prefieren trabajar a ser subsidiados, privilegian el orden y la seguridad, etc. etc. Es decir, un conjunto inequívoco de reflejos de conservación que conforman una incuestionable derecha sociológica sobre la cual debe reconstruirse la derecha política”.

Una nueva derecha ha nacido pues de la mano de un auténtico outsider. El pueblo captó al vuelo sus ideas fuerza y las apoyó: el país necesita tener una moneda, la hipertrofia del Estado es el problema número uno, el zaffaronismo es una aberración que destruye familias todos los días, la inflación empobrece, el valor inconmensurable de la libertad. Como quería nuestro prestigioso columnista esa nueva derecha nació “popular, posperonista y no antiperonista”.

El triunfo de Milei, junto a la simultánea desintegración de Juntos por el Cambio -un alianza que sólo tenía sentido mientras existía el espantajo kirchnerista- anticipa por otro lado que la Argentina ha comenzado a resolver el “equívoco sobre las identidades”, que -cómo nos enseñó el maestro Iribarne- tanto daño ha causado a la república representativa vaciándola de contenido.

Los realineamientos de las fuerzas políticas (el PRO con Milei y los radicales con Massa y el peronismo residual) podrían acelerar la consolidación de dos polos ideológicos. ¿Quién dijo que los conceptos de derecha e izquierda son anacrónicos en el siglo XXI? El bipartidismo, que se asienta sobre ciertas premisas intocables como la independencia del Banco Central y el respeto a la propiedad privada, ha demostrado sobradamente en Occidente que es funcional al progreso económico. Los dos polos se alternan en el poder y se van corrigiendo sus defectos.

Una última reflexión. Es impresionante la lista de orgas derrotadas este histórico 19 de noviembre. Desde la Sociedad Rural Argentina hasta el Palacio de Alvorada. Desde la CGT y el piqueterismo profesional hasta el colectivo de actores. Hemos visto, con el estómago revuelto la más repulsiva campaña sucia que se tenga memoria en democracia para prolongar el régimen hegemónico populista. Nunca antes hubo semejante interferencia extranjera en nuestros comicios, en un 90 % en contra del Presidente electo. Los poderosos e influyentes de adentro y de afuera no pudieron con el hombre de la calle, el que toma el Ferrocarril Sarmiento a las 7.30 en la estación de Merlo para ir a trabajar en Colegiales, a cambio un salario roído por la inflación. “Los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca”, estableció Don José de San Martín en 1845.

Al fin del día, uno no puede dejar pensar que si el liberalismo hizo grande a la Argentina, el populismo la encogió.