Crónicas del país que no miramos

Conurbano salvaje

Por C. Reymundo Roberts y D. Bilotta

Sudamericana. 208 páginas

 

Tan cerca, tan lejos, el conurbano bonaerense es una tierra vasta, inabarcable para cualquier persona, despareja y en gran medida desconocida. A veces hasta se da la paradoja de que tiene que ser la prensa extranjera la que nos descubra lo que allí sucede, como en una de las historias que se recogen en esta investigación, ambientada en el barrio de La Cava, en Villa Fiorito. De un descubrimiento, entonces, se trata en esencia este libro escrito a cuatro manos. Descubrimiento que lo fue también para los propios autores, según reconoció uno de ellos.

Carlos María Reymundo Roberts y Daniel Bilotta, dos periodistas del diario La Nación, se internaron por su trabajo en este territorio “irredento” y extrajeron de allí un puñado de historias entre pintorescas y extraordinarias que ayudan a ver con más nitidez la realidad variopinta de un distrito superpoblado, donde se juega el destino de nuestro país. Una afirmación, esta última, que no parece exagerada, si se toma en cuenta el peso electoral que tiene.

Doce crónicas periodísticas, la mitad escrita por cada uno, que se presentan en forma alternada y que contienen, como se anticipa en el prólogo, imágenes llamadas a perdurar en la memoria. Como la de ese hombre que reconoce haber comido de la basura.

Los relatos van desde una feria del robado en Solano hasta un barrio como Ciudad Celina identificado con la comunidad boliviana; desde una escuela de Tigre invadida por vecinos para convertirla en un club hasta un ejemplo de reconstrucción social motorizado por un cura villero; y desde la penosa vida de los cartoneros a la violencia del narcotráfico.

Patotas, golpizas, tiroteos, punteros políticos, caciques, pero también héroes silenciosos, son las piezas de este mosaico que no llega -no podría llegar- a ofrecer una imagen completa, pero se le acerca. Hay que decir, por ejemplo, que está centrado casi exclusivamente en la zona sur y oeste del conurbano.

Podría decirse, a grandes trazos, que tres hebras se entrelazan a lo largo de los capítulos: la miseria, las drogas y la ausencia del Estado en sus más variadas formas, desde la falta de transporte, seguridad o servicios públicos, hasta las zonas liberadas por la policía. Y, en el extremo, esas áreas blancas del catastro que los políticos no quieren ni reconocer y que son el caldo de cultivo de usurpaciones, amenazas y corrupción.

Entre los relatos más extraordinarios hay uno que transcurre en Nueva Esperanza, un asentamiento usurpado en Lomas de Zamora, a la vera del Riachuelo, dirimido a los tiros y de donde los vecinos salían hasta hace poco cruzando el río sobre palets. También los que aluden al delito y la connivencia con la policía (“Feria del robado” y “Narcos en patrullero”), y el que revela la sociedad entre barras bravas y punteros.

El auge y declive del conurbano, contado en la introducción, marca como punto de inflexión los primeros años de la década de 1980. Cuarenta años de distintos gobiernos que condujeron a esta penosa realidad y que coinciden con el retorno a la democracia. Lo que daría pie a una reflexión, ajena al propósito de este libro, sobre el fracaso del propio sistema.