Costas, el ídolo que fue mascota y hoy busca la gloria como DT
Eran otras épocas. Divinas para el fútbol argentino. Quizá el recuerdo toma mayor dimensión por el paso de los años. Pero los 70, los 80, fueron diferentes. Había entonces, entre futbolistas y clubes, lazos que mucho tenían que ver con el amor por la camiseta. Y ese cariño, recíproco entre jugadores, hinchas y clubes, podía hacer que un hombre permaneciera en un mismo equipo por años, décadas, toda una vida si se le antojaba. Gustavo Adolfo Costas, el DT que puede volver a tocar el cielo con el buzo de su amado Racing, pertenece a esa historia.
Costas es Racing. El hombre no es de Racing, es Racing. Su vida, su carrera, su leyenda, está teñida, casi toda, de celeste y blanco. El ídolo de la Academia que hoy tiene 63 años y dirigirá al equipo en la final del sábado de la Copa Sudamericana frente a Cruzeiro, siempre fue de la Academia. Su grado de pertenencia es tal que, cuando apenas había cumplido 3 y empezaba a caminar, ya era una de las mascotas del inolvidable equipo de Juan José Pizzuti, quien hizo historia en el fútbol argentino.
En brazos de Juan Carlos Rulli, en los gloriosos tiempos del Racing de José.
Costas atravesó todas las inferiores en el club hasta que logró debutar en Primera en 1981, a los 18. Desde entonces su carrera profesional siempre estuvo signada por lo que fue pasando en Racing. Existe un amor eterno entre las partes. Casi como el de esas parejas que le prometen a Dios que la cuestión será hasta que la muerte los separe. Así es la relación de Costas y Racing. Vivió el descenso al infierno de la B en 1983 ya como el seis titular y recién pudo subir al cielo cinco años después, cuando se consagró campeón de la Supercopa en 1988. Más tarde debió salir rumbo a Europa para aprovechar su momento y ayudar a la institución económicamente.
Así fue. De niño mimado a supercampeón. De bebé con una camiseta-camisón a upa de los jugadores, a referente del mejor equipo de Sudamérica. Con escalas, eso sí. Mordiendo el polvo de la derrota, corriendo por hostiles campos de juego en la B y volviendo a Primera dos años después del descenso del 83, ya con la cinta en el brazo izquierdo. Pero, sobre todo, con fuerte presencia en uno de los máximos hitos del club, en 1988, en la doble final frente a... Cruzeiro, curiosamente el rival al que volverá a ver el sábado. Aquella vez fue después de la victoria en el Cilindro 2-1 y el empate en Belo Horizonte en un gol, con el Pato Fillol en el arco y el Coco Basile de entrenador. Esta vez será sentado en el banco, como DT de los de Avellaneda.
Ya como capitán, encabeza la salida a la cancha el día del regreso a Primera, en 1985.
Todo eso y mucho más vivió el Costas jugador de Racing. Fueron ocho temporadas consecutivas en la Academia. Rió y lloró vestido de futbolista racinguista. Pero un día, el mercado, lo hizo partir. No pudo escapar a la ley de la oferta que se empezó a imponer. No logró superar las desventajas económicas que siempre tuvo el país en la injusta carrera contra los europeos. Y se fue en 1989 a Suiza, al Football Club Locarno, destino un tanto extraño en esas épocas para un jugador de elite.
Ya después de tres años y cien partidos, más veterano, volvió a su casa, donde jugó hasta 1996. Finalmente, en 1997, se retiró en Gimnasia de Jujuy, el otro equipo que supo defender en Argentina, aunque lo hizo apenas un puñado de partidos. Porque, enseguida, comenzó su carrera como DT, en el 1999. Y lo hizo en... Racing, obvio.
Abrazo a Néstor Fabbri y Ubaldo Matildo Fillol, en la vuelta olímpica tras ganar la Supercopa en 1988.
No le fue bien al comienzo porque era imposible que eso sucediera. Las desventuras de la entidad de Avellaneda son famosas. Los conflictos institucionales eran noticia todos los días en esas épocas. Tanto, que el 3 de marzo de 1999 la histórica síndico Lilina Ripoll anunció ¡la desaparición del club! “Racing Club Asociación Civil ha dejado de existir”, soltó ante los medios la contadora platense con gélida paciencia. Fue el peor momento para los hinchas, incluso para aquellos que habían vivido el descenso de 1983.
En ese contexto Costas dirigió al equipo en los torneos Clausura y Apertura (99) y gran parte del Clausura 2000. En total estuvo 50 partidos, de los cuales ganó 14, empató 18 y perdió los 18 restantes. Todo sin nada. Todo por amor. Y luego se fue pero Racing no dejó de existir.
Un cartel dejaba en claro en 2007 el amor de los hinchas por uno de sus figuras más representativas.
Pasaron siete años para el regreso del viejo ídolo, quien llevó sus conocimiento de entrenador formado desde las carencias hacia Paraguay, Perú, Colombia, Arabia Saudita, Ecuador, México, Chile, Bolivia. Triunfó en casi todos lados. Sin embargo, en su retorno al hogar, en 2007, volvió a sufrir como DT. Su segundo ciclo en la Academia se dio en medio de otro momento complicado para el club. Uff… Blanquiceleste, la empresa que había gerenciado a Racing presentó la quiebra y, nuevamente, el contexto terminó expulsando el querido técnico, quien apenas pudo dirigir al equipo en 24 oportunidades sin suerte, hasta que presentó la renuncia.
Pero la vida le dio revancha. Ya ordenado y con uno de los mejores planteles del fútbol argentino, el presidente Víctor Blanco lo fue a buscar una vez más. Y Costas aceptó feliz el desafío a sabiendas de que esta vez sí iba a poder contar con una formación poderosa. Les devolvió la fe a los devotos racinguistas y llegó hasta acá. Hasta esta largamente esperada final, a puro optimismo. “Es el momento de ganar lo que queremos, que son las copas internacionales”, dijo en diciembre del año pasado cuando abrió la puerta de su casa otra vez y Racing lo estaba esperando con la mesa servida. El sábado tendrá el banquete para degustarlo con los hinchas, sus pares. Quizá el amor sea más fuerte que el poderío del Cruzeiro, como en el 88.
Costas hoy está al frente del equipo que puede devolverle la gloria internacional a la Academia.