EL RINCON DEL HISTORIADOR

César Roodney, ministro de EE.UU., a dos siglos de su fallecimiento

En diciembre nos habíamos referido en estas páginas al bicentenario de la llegada de César Augusto Rodney al Río de la Plata, como primer enviado de los Estados Unidos, apenas reconoció ese país nuestra independencia. Señalamos entonces los problemas de salud y las desventuras que pasó el diplomático por esta razón, hasta presentar oficialmente sus cartas credenciales.

Su segundo John Murray Forbes, en comunicaciones personales y en otras oficiales, dirigidas al secretario de Estado, John Quincy Adams le indicaba su ocupación “por el lamentable estado de salud de Mr. Rodney”, muchas veces en cama, o trasladándose a la Banda Oriental en busca de un clima propicio.

Algo mejoró su estado porque el banquete del 25 de mayo de 1824, que se realizó al día siguiente en el Fuerte, fue servido en honor de Rodney, a quien la carroza del gobierno lo trasladó desde su residencia hasta el local del convite. En los primeros días de junio sufrió el enviado un ataque apoplético, y “durante diez días estuvo fluctuando constantemente entre la vida y la muerte” hasta que falleció el 10 de ese mes a las 6 de la mañana.

FULMINADO

Bastante repuesto el ministro, según Forbes, los Rodney que después de casi siete meses de residencia, “habían incurrido en muchas obligaciones sociales que debieron retribuir, dieron para ello una gran recepción, a la que invitaron numerosas personas. La reunión estaba en su apogeo y la fiesta se desarrollaba alegremente cuando algo vino a ensombrecerla; era que el padre había sido atacado de vómitos violentos; su médico que asistía a la fiesta le administró algunos paliativos y Mr. Rodney, se durmió apaciblemente, con lo que el sarao se prolongó hasta la media noche”.

Después que los invitados se retiraron, la familia se recogió a sus habitaciones, seguros que la indisposición era una más de las que frecuentemente lo atacaban y sin temor a un desenlace fatal, sólo quedó acompañado por su hijo mayor. El enfermo descansó toda la noche, pero a las seis de la mañana se despertó con fatiga “y cayó de pronto, fulminado por la muerte”.

Honda impresión causó la noticia en la ciudad, el mismo Forbes informó al momento al gobierno, el que tomó todas las disposiciones para homenajear la persona del extinto, disponiendo los honores póstumos correspondientes al máximo grado de capitán general.

Los diarios de época dieron la noticia del deceso y La Gaceta Mercantil en la edición del 10 de junio salió con una gran guarda de luto; dos días después se realizó el entierro. Juan Manuel Beruti, que siempre detalló distintos aspectos de la vida cotidiana dijo “que se hizo con toda la mayor grandeza”.

El cuerpo fue conducido en un carro fúnebre que había mandado construir la policía, encargada de las inhumaciones y agrega el dato que el que transportó los restos fue estrenado en esa oportunidad. El cortejo lo componían cincuenta carruajes, “ocupados por los convidados y escoltados de un escuadrón de húsares de caballería mandados por el gobierno”.

Al momento de abandonar la casa mortuoria a las once de la mañana del 12 de junio, desde la fortaleza se disparó una salva de veintiún cañonazos.

La sepultura se realizó en el cementerio protestante, ubicado al lado de la iglesia del Socorro, donde después de las ceremonias propias de su rito el cuerpo “fue enterrado dentro de la tierra, en cuya sepultura de bastante profundidad se puso el cadáver que iba en un cajón de plomo”.

Bernardino Rivadavia que había dejado la secretaría de gobierno, y se disponía a viajar a Europa a los pocos días, se tomó el tiempo para hacer “un elogio que duró como un cuarto de hora, a la que memoria de los hechos distinguidos y servicios del finado Rodney” lo que finalizó con una salva de artillería del tren volante que se ubicó cerca del cementerio y con una descarga de fusilería a cargo del regimiento de Cazadores en el peristilo de la necrópolis. A las dos de la tarde finalizó la ceremonia.

Se publicó un folleto en la imprenta de Sthepen Mallet (editor de La Gaceta Mercantil) de diecinueve páginas, en el que reprodujo la nota de Forbes al ministro Manuel José García, anunciando el deceso; la respuesta de éste y la copia de los decretos de honores, uno ordenando la erección de un monumento a la memoria del extinto y el otro sobre el ceremonial del sepelio; un artículo aparecido en El Argos y un resumen de las palabras de Rivadavia y la respuesta a las condolencias a la viuda, firmada por su hijo Tomás M. Rodney.

Los norteamericanos residentes en la ciudad decidieron a invitación de Forbes, llevar en el acto del sepelio y por treinta días un brazal de luto.

Forbes ayudó al hijo del finado a preparar la cuenta de los sueldos y gastos de su padre; los gastos funerarios fueron de 471,17 dólares; como la familia era muy numerosas y carecía completamente de recursos fue Forbes quien los abonó. Su generosidad hizo que se le reembolsara esa cantidad, pero que no se le reclamara a los Rodney.

La familia partió en el barco The American, a cargo del capitán Neale con destino a Filadelfia el 5 de julio.

A dos siglos de su muerte, que ha pasado en el olvido, pero seguramente será subsanado la próxima fiesta nacional por el embajador Mark Stanley; el mejor elogio a la honorabilidad que puede hacerse de Rodney son estos conceptos que Forbes escribiera pocos días después a John Quincy Adams:

“Tengo motivos para creer que la indiferencia del extinto por todo lo que fuera dinero, ha dejado a su familia poco menos que en la indigencia”.

Palabras que honran a este ciudadano estadounidense que representó por primera vez oficialmente a su país hace dos siglos ante el gobierno de Buenos Aires, después de reconocer nuestra independencia.