Celos femeninos

Se habla siempre de los celos masculinos, a los cuales Shakespeare les dedicó un personaje, Otelo, un celoso que incurrió en violencia de género y cuya fama atraviesa los tiempos. Pero ¿quién se ocupa de los celos femeninos? ¿Y qué sentimos los varones frente a sus exabruptos?
Si bien no es aconsejable generalizar y cada persona tiene su historia particular, su estructura psíquica individual, y su novela familiar inventada, digamos que las damas cuando se enamoran de un tipo inmediatamente se ven invadidas por los celos. Y cualquiera que distraiga la atención de él, sea por lo que fuere, les provoca la inevitable pregunta (consciente o no): “¿Qué tendrá ella que no tengo yo?”.
“Celosía” es un entramado de madera o metal (persiana o postigo ventanal) que permite ver sin ser visto. Pues lo que esa mujer enamorada no puede dejar de hacer es mirar ese supuesto objeto de deseo del Otro, más aún, es ese (insisto) supuesto deseo del Otro lo que recorta el interés del objeto, lo que lo vuelve más deseable aún y aumenta la angustia y el temor a la eventual pérdida del mismo.
Pero esta leyenda de que siempre hay una rival afuera y un sospechoso adentro es un partido que se juega solo en la mente femenina, donde se mezclan recuerdos de abandonos paternales, reales o no, anécdotas vividas con otras parejas, conceptos coagulados al estilo “los hombres son”. La falacia más común es: “si mi papá le fue infiel a mi mamá, entonces los hombres me van a engañar a mi”. Esto es eficaz en el inconsciente femenino porque opera una transferencia parcial de la imago parental (todos los maridos de una mujer son en parte sustitutos de su padre).
Ante esos celos abrumadores los varones celados sentimos castración, enojo, y empezamos a soñar con la soledad, que tiene nombre de mujer, pero no lo es.