Belgrano desde España mantuvo correspondencia con su familia, pero la misma no ha sido estudiada en detalle. El 20 de agosto de 1790 le escribió a su hermano Francisco con el que había viajado, ya regresado a Buenos Aires, como también había retornado su cuñado José María Calderón de la Barca.
Para no escribir largamente afirma “habrás visto la letra de nuestro amado padre”, donde se podía instruir de las novedades en los asuntos que vivía la familia por el desfalco de Ximénez de Mesa. Se refiere a continuación al incendio de Madrid, remitiéndole papeles impresos:
“El fuego aun sigue; pero me aseguran, sin poderse comunicar. Dios quera que así sea, el adjunto diario te instruirá, y los que salgan alusivos a esto te remitiré, pues creo que darán todo circunstanciado; los muertos y heridos no se saben cuántos sean; las pérdidas menos, y así creo muy lejos de la verdad la noticia que me dijeron y te comuniqué de que se regulaba en 40 millones de pesos; supongo que con este motivo se miente tanto que no hay pies ni cabeza en las noticias, los teatros cerrados y la Plaza de Toros”.
El 18 de junio de ese año había sido atacado en Aranjuéz don José Moniño y Redondo, conde de Floridablanca, cuando salía del cuarto del infante don Antonio, en el callejón que iba desde el patio principal a la mencionada habitación. El ministro fue asistido por el italiano Ángel Babini de León, un italiano que servía en la Compañía de Caballeros Nobles y un oficial francés el vizconde de d´Ambly, que lo condujeron a la Secretaría de Estado. El presbítero Rafael Gavilán Castro también los acompañó, pero enterado el conde que su atacante había querido suicidarse envió al sacerdote por si era necesaria su presencia para los auxilios espirituales.
El agresor fue tomado prisionero y en la carta que estamos comentando Belgrano le comenta a su hermano Francisco:
“También se ahorcó antes de ayer, [18 de agosto ] al que hirió al Conde Floridablanca, ha muerto sin quererse confesar, y en los últimos instantes de su vida, no ha querido besar a Jesucristo, separando siempre su cara, cuando lo incitaban a semejante acto, de cuyas acciones resultó el haberlo enterrado en el campo; el vulgo ignorante de este Pueblo, quiere decir que por su causa se ha quemado la Plaza Mayor, y éste mismo mostró muy poca compasión al ahorcar a este infeliz, son las únicas noticias que puedo comunicarte”.
Efectivamente a pesar de haber pedido Floridablanca clemencia para con su agresor, éste fue sentenciado a la horca para que muriera pública y afrentosamente. Se le cortaría la mano derecha y se colgaría al mismo cadáver, estando expuestos al público hasta el momento de darle sepultura.
Cuando quisimos indagar sobre el personaje encontramos un documento fechado el 25 de junio de 1790 que obra en el Archivo Histórico Cipriano Rodríguez Santa María, en el fondo David Mejía Velilla de la Universidad de La Sabana, en Colombia que reputamos de inédito que nos informa de quien se trata y que estuvo ligado a nuestra ciudad. “El asesino que intentó contra la vida del Señor Conde de Floridablanca, es de nación francés, del país de Vigorra: se llama Pedro Pablo Pents. Ha servido de cirujano en nuestro ejército y fue a Buenos Aires en la expedición del señor Cevallos, de allí le remitió bajo partida de registro el señor Vértiz, díscolo, y pasaba en Madrid por un pretendiente. Este hombre atrevido hasta el extremo se presentó delante del ministro y llamó su atención con estas palabras: Ahora pagarás todas las maldades que has cometido y le dio el primer golpe; pero como el ministro ya estaba advertido, pudo en algún modo evitar o quebrantar parte de la fuerza del golpe, y aunque le dio segundo fue ya aturdido y sin tino, de modo que ambas heridas internaron poco. Uno de los lacayos de S.E. le dio un empellón al asesino, y echándolo a rodar se le cayó de la mano la almarada que era el instrumento, pero sacó un segundo que era una lezna y se dio otras dos heridas, aunque tan aturdido que tampoco son de peligro. El Rey y todo el palacio se consternó y enterado S.M. de la maldad mandó se lo curase con el mayor esmero. Después se le ha trasladado a Madrid al cuartel de guardias, ahí se le ha puesto con esta seguridad, en un cuarto estrecho, con una argolla que le abraza todo el cuerpo, con dos cadenas que de ella se fijan al suelo, dos grillos y unas esposas hasta hoy 25 no ha querido declarar nada absolutamente y aunque se han preso distintas personas conocidas de este monarca, ninguna cosa se penetra. Algunos añaden que se le encontró un papel que escribía a un amigo fuera del Reino, en que le decía que estaba desesperado y por tanto discurriendo hacer una acción que fuera muy sonada. Nuestro ministro fue sangrado inmediatamente y sea recobrado en términos que ya ha recibido un despacho con S.M. Madrid ha manifestado en esta ocasión el aprecio que hace de este sabio y patriótico ministro. Se han celebrado muchas fiestas de iglesia, para dar gracias a Dios por el prodigio por el cuál ha querido librar la vida de S.E. pues se reconoció que la Gran Cruz de Carlos III sirvió como escudo, para que no internase el instrumento, a pesar de ser tan delgado. Los directores de correos se apuraron en manifestar su gozo con fiestas, luminarias y otras demostraciones y a todos han excedido SS.MM.”.
Según había declarado estaba casado con María Danger, de París; y habitaba en la calle de San Marcos, donde se dedicaba a la educación de jóvenes. De los veinticinco años que llevaba casado, sólo había vivido con ella dos o tres. Llevaba más de veintitrés años viviendo en los dominios de España y según una curiosa relación del asesinato que Cayetano Alcázar encontró en la Biblioteca Nacional de París, Peret era un mal cirujano ambulante que había dirigido en diferentes ocasiones memoriales a la Corte y obtenido el apoyo de la Princesa de Asturias; con lo que logrado plaza en el Hospicio, donde estuvo un año, para después marchar a Buenos Aires.
Los médicos visitaron al agresor informaron que no se trataba de un loco, y que tampoco se encontraba borracho en el momento de realizar el atentado, todo fue investigado con mucho cuidado, por otra parte se trataba de un ciudadano francés, y había que dilucidar si se trataba de un caso aislado o por la política francamente adversa del ministro a los revolucionarios franceses del año anterior, lo que permitía suponer alguna relación entre éstos y Peret.
Ignoraba Belgrano que el atacante del conde de Floridablanca, había estado en nuestra ciudad; no lo sabemos, pero de seguro alguna vez se habrá cruzado con él en aquella pequeña Buenos Aires.