¡Brasil no era invencible!

El baúl de los recuerdos. En la Copa América de 1983 Argentina logró ganarles a los verdiamarillos después de 13 años. Lo hizo con un gol de Ricardo Gareca. Fue el primer gran impacto del ciclo de Carlos Bilardo.

Hoy el historial muestra una paridad increíble. Dos de los grandes colosos del fútbol sudamericano se repartieron 84 triunfos sobre un total de 110 enfrentamientos. Sin embargo, no siempre fue así. A Argentina le costaba vencer a Brasil. Y mucho. Estuvo 13 años sin disfrutar el dulce sabor del éxito. ¡13 años! Esa racha aparentemente interminable se inició en 1970 y culminó en 1983, cuando la entonces joven Selección de Carlos Salvador Bilardo se dio el gusto de derrotar a los verdiamarillos por 1-0 con un inolvidable gol de Ricardo Gareca en la Copa América de ese año.

La gestión del Narigón al frente del equipo albiceleste aún vivía sus primeros tiempos. El técnico había asumido el cargo luego del opaco paso del Seleccionado por el Mundial de España en 1982. El conjunto campeón en 1978 a las ordenes de César Luis Menotti no había estado a la altura de las circunstancias y la defensa del título fue más que nada una expresión de deseos. El paso del tiempo dinamitó el hambre de gloria de las huestes del Flaco y la prematura despedida en la segunda ronda le puso el punto final a un ciclo histórico.

La reputación ganada por Bilardo en la conducción de Estudiantes de La Plata y antes en Colombia lo catapultaron a la Selección. Su concepción del fútbol contrastaba nítidamente con la de su antecesor. No podía sorprender: Argentina siempre se caracterizó por dar volantazos. Más allá de estas cuestiones, el nuevo DT contaba con pergaminos como para aspirar al puesto. Desde el primer día se ocupó de dejar en claro que su idea era partir de cero. Borrón y cuenta nueva. Y eso, por supuesto, significaba elegir jugadores de su agrado, más allá de su inexperiencia en el terreno internacional.

Junto a Julio Grondona, presidente de la AFA, Carlos Bilardo firma el contrato y toma las riendas de la Selección en 1983.

Ya no había espacio para la mayoría de los viejos campeones del `78 -muchos habían empezado a acercarse al cierre de sus carreras- y por eso aparecieron en escena muchos apellidos que, si bien resultaban más adecuados para el juego que tenía en mente Bilardo, representaban una inmensa incógnita. Entre los primeros citados se divisaba a tres integrantes de los planteles pincharratas dirigidos por El Narigón: José Luis Brown, Alejandro Sabella y Julián Camino.

También recurrió a algunos de los más destacados jugadores del momento: El Flaco Gareca -en ese momento era El Tigre- y Oscar Ruggeri (ambos de Boca), Ricardo Giusti, Carlos Morete, Claudio Marangoni, Enzo Trossero, Jorge Burruchaga y Gabriel Calderón (Independiente), Carlos Arregui, Oscar Garré (Ferro), Nery Pumpido (Vélez), Pedro Remigio Magallanes (Racing), Ubaldo Matildo Fillol, Norberto Alonso y Julio Jorge Olarticoechea (River).

La presencia del Pato Fillol y El Beto Alonso aportaba la cuota de recorrido internacional para apuntalar a la sangre joven. Trossero, Marangoni, El Puma Morete, Arregui y Magallanes -que no llegó a vestir la camiseta albiceleste- tenían, además, una importante carrera en Primera División, al igual que El Tata Brown y Sabella. Esos 18 hombres convocados personificaban el punto de partida. Con ellos había que empezar a reconstruir una Selección a la que Bilardo pretendía conferirle su sello personal.

La tapa de El Gráfico presenta en sociedad a los primeros convocados por El Narigón.

LA COPA AMÉRICA

El 12 de mayo de 1983, casi un año después de la caída a manos de Brasil por 3-1 que terminó de despedir a Argentina del Mundial ´82, el equipo del Narigón dio su primer paso. Empató 2-2 en Santiago con Chile con goles de Alonso y Gareca. El debut no había sido demasiado auspicioso, pero se antojaba inapropiado no mantener el crédito abierto. Un mes más tarde, Morete hizo posible el 1-0 contra los trasandinos en Buenos Aires.

Se sumaban de a poco Víctor Rogelio Ramos (goleador de Newell´s), Néstor Clausen (Independiente), Rubén Insua y Jorge Rinaldi (los dos de San Lorenzo), Marcelo Trobbiani y José Daniel Ponce (ambos de Estudiantes) y Juan José Urruti (Racing de Córdoba). Sí, la renovación era absoluta.

Una derrota por 1-0 a manos de Paraguay en Asunción y el posterior empate en Buenos Aires no parecían el mejor ensayo para la Copa América que la Selección debía afrontar a partir de agosto. No tuvo demasiado tiempo para pruebas Bilardo, para quien el certamen continental no constituía el principal objetivo. Su mirada estaba depositada en las Eliminatorias para México 1986. Argentina hacía casi una década que no disputaba la etapa clasificatoria para una Copa del Mundo por su localía en 1978 y su llegada a 1982 como campeón reinante. Ya nadie recordaba cuán complicado era acceder a un Mundial.

Avanza Gareca, uno de los pilares del conjunto nacional en los albores del ciclo de Bilardo.

El elenco albiceleste era parte del Grupo B junto a Brasil y a Ecuador. Al igual que en las ediciones anteriores, el certamen se disputaba sin una sede fija y cada seleccionado se medía con sus rivales de zona en partidos de ida y vuelta. El líder de cada sección avanzaba a las semifinales y se mantenía el modelo de competición hasta la final, que también estaba pautada a dos choques.

Apenas cinco meses después de la presentación de Bilardo como técnico de la Selección, Argentina vistió a Ecuador en Quito. La igualdad en dos tantos fue bien recibida, en especial porque los 2.800 metros sobre el nivel del mar de esa ciudad se intuían un rival casi tan complicado como el conjunto local. Burruchaga había señalado los dos tantos del Seleccionado.

Para ese compromiso, Bilardo había escogido una formación integrada por Pumpido; Clausen, Brown, Omar Jorge, Garré; Giusti, Miguel Ángel Russo, Sabella, Burruchaga; Ramos y Gareca. Ese 10 de agosto ingresaron también Juan Carlos Bujedo e Insúa. El repaso de los nombres que pisaron el césped del Estadio Olímpico Atahualpa hablaba a las claras de la intención del DT de ir dotando de oportunidades en el contexto internacional a sus jugadores. El segundo partido se esperaba más complicado: el rival era nada más y nada menos que Brasil.

Oscar Pinino Más, el autor de uno de los goles albicelestes en el triunfo de 1970.

UNA RACHA ETERNA

El duelo estaba previsto para el 24 de agosto. Habían pasado poco más de 13 años del último triunfo argentino sobre el entonces tricampeón mundial. El 4 de marzo de 1970, el equipo dirigido técnicamente por Juan José Pizzuti, el hacedor del legendario Racing que sacudió las estructuras defensivas de los ´60, había dado cuenta de Brasil en Porto Alegre por 2-0. Oscar Pinino Más y Marcos Conigliaro habían hecho realidad la victoria.

Ese cotejo formaba parte de la etapa final de la preparación brasileña para México 1970. Para Argentina, por el contrario, constituía la pesada obligación de salir a la cancha después de haber sucumbido ante el buen juego de Perú en las Eliminatorias. Eran tan opuestos los presentes de uno y otro equipo que los verdiamarillos habían escogido específicamente a los albicelestes para no tener que vérselas con un adversario de cuidado. Y no se equivocaban. Bueno, no al menos hasta que el fútbol diera otra muestra de su mágica imprevisibilidad.

El estadio Beira Rio albergó una frustrante tarea de los locales y una inesperadamente sólida labor de los visitantes. En verdad, el trabajo de la Selección del debutante Tito Pizzutti fue notable. No solo no dejó mover a sus oponentes, sino que dominó casi a voluntad. Los goles de Más y Conigliaro sirvieron para expresar numéricamente la diferencia de nivel entre uno y otro bando. Y desataron una tormenta inesperada en Brasil a menos de 60 días del puntapié inicial de la novena Copa del Mundo.

Una peligrosa llegada de Jorge Burruchaga. Argentina jugó un gran partido contra Brasil en el Monumental.

La Confederación Brasileña de Fútbol despidió sin dudar ni un segundo a Joao Saldanha, un controvertido periodista que se desempeñaba como técnico desde 4 de marzo de 1969. Lo removió de su cargo el 17 de marzo, nueve días después de una victoria por 2-1 sobre Argentina en el estadio Maracaná, de Río de Janeiro. Los pobres rendimientos del equipo, la polémica decisión del improvisado DT de no garantizarle un lugar entre los titulares a Pelé y su militancia comunista en tiempos de dictadura desencadenaron su salida.

Lo reemplazó Mario Zagallo, puntero izquierdo del conjunto campeón en Suecia 1958 y Chile 1962. El recién llegado técnico solucionó con facilidad una cuestión importante: se abstrajo de los lugares que ocupaban en la cancha los mejores jugadores del país y los reunió para beneplácito de los amantes del buen fútbol. Así, Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelino sacudieron al mundo con su maravilloso juego. Claro, eso ocurrió cuando Saldanha ya no trabajaba para la selección brasileña, en parte por culpa del traspié contra Argentina…

Después de su derrota en Porto Alegre y durante 13 años la alegría fue solo brasileña. Pasaron 14 partidos con ocho éxitos verdiamarillos y seis empates. Argentina no pudo festejar ni siquiera en 1978, cuando fue campeona del mundo. Igualó 0-0 en un duro encuentro disputado en Rosario. Había perdido 2-1 en Alemania 1974 y más tarde sucumbió 3-1 contra el fantástico elenco que dirigía Telé Santana en España 1982. No había caso: no se le podía ganar a Brasil.

A Brasil le costó mantener a raya a un Seleccionado argentino decidido a quedarse con la victoria.

¡POR FIN!

Bilardo sabía que su trabajo era mirado de reojo. Entendió que la victoria era más que necesaria y tomó algunas decisiones que solo podían pasar por su cabeza. La más curiosa fue la citación de Roberto Mouzo, un veterano defensor de Boca que podía ejercer sin dificultades la función de stopper. El dibujo táctico predilecto del Narigón contemplaba una retaguardia con un líbero y al menos un defensor destinado a la marca personal del delantero rival más peligroso. Ese pensamiento no era bien recibido después de tanto tiempo de la marca en zona que había sido moneda corriente con Menotti.

El entrenador se reunió con Mouzo y le explicó que lo necesitaba para ese partido. El zaguero no podía ilusionarse con un largo futuro en celeste y blanco. Su día iba a ser el 24 de agosto de 1983. No había después para él. Tenia que aceptar o desestimar la propuesta. Sin grises. Para el DT era a todo o nada. Y el defensor, que tenía 30 años, no lo dudó: dio el sí y supo que disponía de 90 minutos para intentar anular a Roberto Dinamite, el peligroso centrodelantero brasileño.

Mouzo había jugado algunos partidos en los tiempos de Menotti, pero como El Flaco estaba enfrentado a muerte con Juan Carlos Lorenzo, el técnico del emblemático Boca que ganó todo en los `70, en un momento optó por dejar de recurrir a jugadores del conjunto xeneize. No era una revancha para él, pero sí una oportunidad para demostrar que había sido injustamente olvidado, que podía serle útil a la Selección.

Roberto Mouzo solo integró el equipo de Bilardo en el partido contra Brasil. Su citación fue una prueba del pragmatismo del DT.

Junto al hombre que quedó en la historia como el jugador con más partidos jugados con la camiseta de Boca estuvo Trossero en el centro de la defensa. A Camino le tocó custodiar el flanco derecho y al discutido Garré el izquierdo. El arco volvió a ser custodiado por Fillol. En el medio actuaron Russo, Pachorra Sabella y El Bocha Ponce, embajadores del Estudiantes en el que triunfó Bilardo. Con ellos ingresó Burruchaga, uno de los que desde el principio de la gestión demostró que no le pesaba la camiseta. Los elegidos en la delantera fueron Gareca y Alberto Márcico.

Brasil había deslumbrado en España ´82 con un equipazo. Tenia un mediocampo de lujo integrado por Sócrates, Falcao, Toninho Cerezo y Zico. En el costado izquierdo de la defensa se destacaba Junior, un auténtico fenómeno. Telé Santana había formado una selección que invitaba a aplaudir de pie hasta que las manos quedaran destrozadas. Se había equivocado con dos puestos decisivos: Waldir Peres no era un arquero que inspirara demasiada confianza y el centrodelantero Serginho era un grandote con movimientos torpes que parecía indigno de los compañeros que tenía a su lado.

Santana se había ido después de la eliminación contra Italia -el futuro campeón del mundo- en un partido memorable. Para encabezar una suerte de período de transición la Confederación Brasileña de Fútbol designó a Carlos Alberto Parreira, quien en 1970 había sido el preparador físico del magnífico conjunto construido por Zagallo. No existía un criterio demasiado explícito respecto de a qué apuntaba la selección en el período que separaba a España ´82 de México ´86. En realidad, de Colombia ´86, que era la sede designada pero finalmente no pudo organizar el Mundial.

Gareca y Alberto Márcico fueron los atacantes albicelestes en esa ediciòn del clásico sudamericano.

Parreira llamó a Leao, el arquero que había estado en Alemania ´74 y Argentina ´78. También regresó Roberto Dinamite, otro que jugó la Copa del Mundo celebrada cinco años antes y que había sido uno de los más notorios ausentes en 1982, al igual que su compañero de ofensiva de esa noche en Buenos Aires, Careca, quien poco después se convirtió en un calificado socio de Diego Maradona en el Nápoli. Estaba el talentosísimo Junior y muchos jugadores que transitaban sus primeras horas en la selección.

El clásico sudamericano fue una batalla táctica. Bilardo había dispuesto un riguroso plan de acción que requería que cada uno de los miembros del equipo cumpliera su parte a la perfección. Mouzo era, justamente, uno de los que más empeño debía poner para hacer su tarea. El partido fue duro, intenso, jugado con los dientes apretados. Parecía una final. Y las 70 mil personas que se apiñaban en las tribunas le daban un marco adecuado a ese esperado choque.

Una chilena de Sabella, un buen remate de Burruchaga despejado por Junior en la línea de sentencia y una volea de Gareca fueron los mejores ejemplos de la ambición argentina. Brasil apenas dispuso de un tiro libre de Roberto Dinamite que pasó cerca del palo derecho del arco del Pato Fillol. En ese clima de lucha y nervios, los albicelestes habían dejado una mejor imagen. Y así había motivos para ilusionarse con un futuro mejor en el segundo tiempo.

El festejo de Gareca en la portada de El Gráfico.

El Bocha Ponce le hizo dar un susto a Leao con una peligrosa volea y un rato después pasó lo que todos esperaban en el estadio Monumental. Burruchaga divisó a Gareca y le metió un pase perfecto al corazón del área. El Tigre enfrentó al arquero y lo doblegó con un remate cruzado. Las tribunas estallaron en un alarido de gol que presagiaba un final feliz. El final que Argentina aguardaba desde hacía tanto tiempo.

Los verdiamarillos no pudieron cambiar el trámite de un partido muy bien planteado por Bilardo y, de una vez por todas, la Selección se dio el gusto de celebrar un triunfo después de 13 años. Ganó Argentina porque, a pesar de que todo parecía indicar lo contrario, al fin de cuentas Brasil no era invencible.

LA SÍNTESIS

Argentina 1 – Brasil 0

Argentina: Ubaldo Fillol; Julián Camino, Roberto Mouzo, Enzo Trossero, Oscar Garré; José Daniel Ponce, Miguel Ángel Russo, Alejandro Sabella, Jorge Burruchaga; Alberto Márcico, Ricardo Gareca. DT: Carlos Salvador Bilardo.

Brasil: Leao; Paulo Roberto, Toninho Carlos, Mozer, Junior; Jorginho, China, Renato, Tita; Roberto Dinamite, Careca. DT: Carlos Alberto Parreira.

Incidencias

Segundo tiempo: Claudio Marangoni por Russo (A); 10m gol de Gareca (A); 22m Geraldo Touro por Renato (B); 33m Víctor Rogelio Ramos por Márcico (A).

Estadio: River. Árbitro: Juan Daniel Cardellino, de Uruguay. Fecha: 24 de agosto de 1973.