Hace unos días elogiábamos en este diario (1) un ejercicio de historia contrafáctica elaborado por Don Rosendo Fraga. En ¿Que hubiera pasado si... (II Parte), el investigador conjeturaba sobre la muerte en la batalla de Curupayty del coronel Francisco Borges. En ese caso, la humanidad sería más pobre, pues la Argentina -acaso- nunca hubiera alcanzado la cima de la literatura en español. Era el abuelo de Jorge Luis Borges.
Sigamos jugando a las ucronías. ¿Qué hubiera pasado si la propuesta de matrimonio de nuestro mejor escritor no hubiera sido repudiada en 1927 por el amor de su vida, la leve y fervorosa (“como bandera que se realiza en el viento”) Norah Lange? Un Borges felizmente casado, con -digamos- cinco hijos, aburguesado, es probable que hubiese visto mutilada su sublime capacidad creativa. O, mejor dicho, desviada hacia algún callejón sin salidas magníficas, como cultivando un criollismo novelero. Es la deducción inevitable que se desprende de la colosal biografía 'Borges, una vida’ (Seix Barral, 640 páginas) del historiador Edwin Williamson (Edimburgo, 1949), trabajo que hoy venimos a recomendar.
La biografía, que fue entregada a la imprenta en 2004, incurre casi en una herejía. Somete la obra borgeana a un análisis psicosexual, un procedimiento fatigoso que desluce la monumental acumulación de documentos, testimonios y citas. Llega a la conclusión -ay- que el vaivén estilístico y conceptual de sus cuentos y poemas “entre Whitman y Kafka dependía en última instancia de la aceptación o rechazo de las muchas diosas que cortejó” a lo largo de su vida aquel hombre regordete y bastante alto, con rostro pálido y mofletudo, e insalvable complejo de Edipo, al que la fama internacional lo besó en los labios después de los sesenta años. Qué audacia, ¿no?
La novela -perdón, la biografía- de Williamson recibió a principios de siglo unánime aplauso de la crítica extranjera, pero recibió reparos de intelectuales argentinos. Vargas Llosa se deshizo en elogios. Polémicas al margen, digamos al lector de La Prensa que se trata de un trabajo exhaustivo, fruto de nueve años de minuciosa investigación. Inspira respeto. Contiene cien terabites de información, datos y anécdotas, algunas muy divertidas como la pelea a puñetazos entre Borges y Enrique González Tuñón, porque este plumífero lo había acusado de bujarrón en un epigrama publicado en la revista Martín Fierro.
Aunque interesante, el juego dialéctico entre experiencia y escritura que propone Williamson fracasa en un punto, que se enuncia en el prólogo. No multiplica las posibilidades de lectura de los magníficos textos borgeanos. ‘El jardín de los senderos que se bifurcan’ o ‘El reloj de arena’, por citar dos gemas, son orbes autónomos, como deseaba su autor. Puros objetos de belleza, inmunes al análisis “folclórico, telúrico o vinculado a la historia literaria o a las disciplinas o estadísticas sociológicas”, por usar las propias palabras del literato.
Más fructífero, quizás, es el recuento de operaciones ideológicas de Borges. El biógrafo destroza un mito de los izquierdistas desinformados: nunca se encerró en una torre de marfil. Al contrario, fue un intelectual público durante toda su vida: temprana simpatía por los bolcheviques, militancia yrigoyenista, corajuda lucha antifascista, antiperonismo acérrimo, afiliado al Partido Conservador en los sesenta, apoyo a las dictaduras militares una década después para escandalizar a la progresía (le costó el Premio Nobel), pacifista por desilusión con la espada al final de su vida. Qué hombre.
Hace más de cuarenta años, Emil Cioran le escribió a Fernando Savater una carta famosa titulada El último delicado (2). Así terminaba:
“Borges podría convertirse en el símbolo de una humanidad sin dogmas ni sistemas, y si existe una utopía a la cual yo me adheriría con gusto, sería aquella en la que todo el mundo le imitaría a él, a uno de los espíritus menos graves que han existido, al último delicado”.
Uno se va del libro exhausto, amando aún más al sujeto de estudio y con una conclusión firme. La vida de Jorge Luis Borges escrita por Edwin Williamson es una obra fundamental y clave, a pesar de sus abusos freudianos. "Definitiva" es un adjetivo que, a fin y cabo, no le sienta mal.
(1) https://www.laprensa.com.ar/Las-ucronias-de-Rosendo-Fraga-II-548686.note.aspx
(2) https://borgestodoelanio.blogspot.com/2014/02/e-m-cioran-borges-el-ultimo-delicado.html