Biografía de un hombre común

"El traductor de Ulises" recupera vida y obra dl primer traductor al español del Ulises de James Joyce, y que ahora motivó una completa y entusiasta biografía de Lucas Petersen.

Nuestro país ha sido pródigo en excelentes traductores literarios. Borges, Cortázar, Mujica Láinez o Walsh ejercieron el oficio, pero también José Bianco, Enrique Pezzoni, J.R. Wilcock, Aurora Bernárdez, Silvina Bullrich y Angel J. Battistessa, amén de nombres más recientes como los de Marcelo Cohen, César Aira o Carlos Gamerro. En ese grupo selecto no ha sido costumbre incluir a José Salas Subirat, el primer traductor al español del Ulises de James Joyce, y que ahora motivó una completa y entusiasta biografía de Lucas Petersen.

El empeño de Petersen es llamativo porque, en efecto, siempre se consideró que la traducción de Salas Subirat había sido un intento malogrado de verter al español una obra poco menos que intraducible. Su justificación más evidente radica en el hecho de que, pese a sus deficiencias, esa versión tuvo el mérito de haber permitido que generaciones de lectores de habla española pudieran acercarse al libro tótem de Joyce, un clásico insoslayable del siglo XX.

En El traductor del Ulises (Sudamericana, 400 páginas), Petersen ensaya la biografía de un hombre común. Porque eso es lo que fue la vida de Salas Subirat (1900-1975) si descontamos la proeza (discutida) de su traducción pionera. Vendedor de seguros, escritor mediocre, miembro marginal del grupo de Boedo, esposo y padre cariñoso, hombre de una izquierda difusa y, hacia el final, autor de libros de autoayuda, Salas Subirat bien podría haber sido el prosaico protagonista de la novela cuya traducción habría de garantizar su paso a la historia, "el más real de los personajes de Joyce", en palabras de Petersen.

Aficionado al aprendizaje de idiomas, Salas Subirat tenía un conocimiento insuficiente del inglés cuando en 1940, por motivos que su biógrafo conjetura más hedónicos que profesionales, se abocó a la famosa traducción. La terminó en cinco años y en 1945 fue publicada en Buenos Aires por Santiago Rueda, la primera versión española íntegra de la obra que había visto la luz en 1922.

Petersen dedica algo menos de un tercio del libro a analizar la tarea. Aunque la estudia con una conmovedora ecuanimidad, no ahorra las críticas ante lo que define como "traducción exploratoria" o "traducción vocacional" cuyas inconsistencias "hacen injusto cualquier juicio total". "Cada uno de sus rincones -resume- está saturado de giros brillantes y errores inadmisibles". (Cabe señalar que para el medio literario argentino de aquel momento, con Borges a la cabeza, el veredicto se limitó a las dos últimas palabras de esa frase).

El cotejo con el original inglés es impiadoso. En el contraste afloran las omisiones, distorsiones o equivocaciones elementales del traductor pero también algunos hallazgos felices, en especial en la versión revisada que apareció en 1952 (y que fue escrita bajo el peso intimidante de las críticas borgeanas).

Otro mérito, señalado ya por Juan José Saer y que Petersen repite, es el de haber sido una traducción abierta a la vibración popular y callejera del idioma, muy a tono con lo que pretendió plasmar el propio Joyce.

Menos interesante como biografía que como repaso por la vida cultural porteña de la primera mitad del siglo XX, visible en sus camarillas literarias, en el surgimiento de nuevas editoriales y en la creciente modificación de la lengua, el libro de Petersen es un trabajo serio y prolijo sobre un personaje menor en la historia de nuestras letras. A quien, entre sus defectos, debe imputársele el de obstructor: sucede que con su traducción aparecida en 1945, Salas Subirat frustró la que por esa fecha estaba por iniciar el mismísimo Borges. ¿Cómo medir esa ausencia irreemplazable?