El mundo del arte es muy heterogéneo. Hay quienes lo viven de manera alocada, haciendo de todos sus actos hechos artísticos; quienes lo abordan de manera oficinista, con un horario que marca el fin de la jornada laboral, y quienes lo materializan bajo una óptica poética, como ese anciano que viste de melancolía todos sus recuerdos.
Cecilia Szperling es la conjunción de estas tres vertientes, en diferentes momentos de su vida. Su presente hoy se rige por la poesía que le imprimió a su segunda fábula autobiográfica Las desmayadas, que también le valió el reconocimiento del mundo literario. Pero Szperling también tiene su cuota estructurada de horarios cuando da talleres de escritura en la Universidad Torcuato Di Tella y en el Centro Cultural Rojas, mientras que la locura la vivió en caravanas nocturnas por boliches gays junto a Willy Lemos y Mario Filgueira, convertidos en drag queens llenos de brillantina. Pero también es política cuando se reconoce una feminista desde siempre, por vivir en un hogar de cuatro mujeres, donde el patriarcado era inexistente.
En esta charla la autora repasa se actualidad con un ítem que no quiere pasar por alto, su sentimiento por ser la destinataria de uno de los himnos del rock nacional como “Mil horas”, que el mismo Andrés Calamaro confesó haberle dedicado.
“Las desmayadas es la segunda parte de una saga que inicié en el 2016 con La máquina de proyectar sueños y que en un tiempo cerraré con un último libro que aún no tengo definido. La idea de ‘fábula autobiográfica’, como denomino a esta serie, es porque no es una autobiografía queriendo buscar la realidad y siendo objetiva, sino una biografía de los sentidos, es fabulosa. El primero comenzó con sueños y cómo los recuerdos son una memoria del imaginario, de las percepciones. Tomo los recuerdos que me vienen a la memoria desde los sentidos. Entonces todo lo plasmo como lo vi, lo percibí y lo imaginé. Algún aroma que me vino, alguna temperatura que sentí. Puse a disposición el aparato sensoperceptivo para contar esta historia”.
-En La máquina de proyectar sueños habla de su niñez, mientras que en Las desmayadas aborda su adolescencia justo en el momento en que muere su padre.
-Es la muerte de un padre en una casa donde queda una madre junto a sus tres hijas adolescentes. Es la época de Malvinas, en un país en dictadura, con tres chicas que viven un giro hormonal importante. Entonces, todo ese sentir se intensifica por las edades, las muertes y lo que sucede en el ambiente. Se abre una herida por la noticia que si bien a mis 15 años la muerte está lejos, también es algo que puede ocurrir.
-¿Por qué Las desmayadas?
-Porque la narradora que soy yo, se desmaya, y esa situación es como un ejercicio de muerte, de irse pero volver. Y lo pluralizo con mis hermanas. Para confirmar que estamos vivas y jugamos a eso, a la vida y a la muerte, a desparecer un ratito. Pero tiene un fundamento clave, yo en mi adolescencia me desmayaba seguido. El libro son los dos años que dura el duelo de nuestro padre, pero mientras guardamos ese duelo, nuestros cuerpos adolescentes crecen. El libro tiene una clara referencia a Las vírgenes suicidas, Mujercitas, La casa de Bernarda Alba. El tercero será sobre una de las hermanas que está en pareja y entra en referencia Cumbres borrascosas.
-¿Las desmayadas es un revivir, una revisión o una catarsis?
-Es un poco epifánico, una especie de borbotón de imágenes. Es un modo de memoria en el presente. La sensación de que no voy al pasado sino que en este momento de mi vida tengo una conexión y traigo al presente lo que pasó y cómo lo viví con los ojos de ayer puestos en mi forma de contarlo hoy. Como también a los cinco años podés tener pensamientos que los terminás desarrollando a los 30 o 40. Es una sensación atemporal. El tiempo es uno y viene a mí, un traslado de mi pasado al hoy.
-Su ideología feminista atravesó toda su vida, no fue un destape como el que vivió la sociedad en los últimos años.
-Desde muy chica tuve una impronta feminista. Mi casa era una casa de mujeres, entonces las que mandábamos éramos todas mujeres. La orden de acatar por lo general se daba en familias completas con un padre o un hermano. Entonces cuando estás en una casa de solo de mujeres, el choque cuando la sociedad te quiere poner en un lugar más abajo, es muy fuerte, porque en tu vida no estuviste adiestrada para eso, sino para ser par. Tal contraste para mí era inaceptable. Después todos mis espacios y ciclos que creé como “Lecturas + música”, “Libro marcado” o “Confesionario”, tuvieron una concepción feminista. Y cuando salió lo de “Ni una menos” o “Marea verde”, para mí no fue novedad. En mi cabeza siempre tuve la igualdad de género como base.
.¿Le molesta o la halaga que Andrés Calamaro le haya dedicado la canción “Mil horas”?
.Yo soy escritora y estoy en mi propio mundo. Mi amistad y vínculo en la adolescencia con Andrés Calamaro la tengo como un hermoso recuerdo. Pero yo no tuve relación de musa para Andrés. No tiene nada que ver con ese lugar arcaico de la mujer sufriente por un hombre que la dibuja. Si alguien del feminismo lo ve como antipurista, me enoja. A quién no le gusta que le dediquen una canción. Han menospreciado mi ideología por ser fuente de inspiración de una canción. Ya es ensuciar con cualquier argumento. Eso sí me molesta, pero no es más de lo mismo por lo que lucha el feminismo. La subestimación hacia la mujer e infravalorar sus logros.