Bien podría afirmarse que Juan Bautista Alberdi fue mellizo de la Patria, y por su cercanía al 25 de mayo de 1810, le ganó a Sarmiento que decía tener la edad de la Patria, aunque había nacido en febrero de 1811. Nació Juan Bautista en Tucumán un 29 de agosto de 1810 en el seno del acomodado hogar del vizcaíno don Salvador Alberdi y de la criolla de viejo cuño doña Josefa de Aráoz. Su padre en 1803 fue designado delegado en el Tucumán del Real Consulado, redactando un informe sobre los oficios locales lo que nos lleva a suponer que tuvo un intercambio epistolar con Belgrano que se desempeñaba como secretario del Consulado en todo el virreinato.
En las páginas autobiográficas de sus Viajes y Descripciones o en sus Escritos Póstumos al evocar a su querida Tucumán dejó estos testimonios de Manuel Belgrano: “Pero estos objetos tienen para mí un poderío especial, y excitan recuerdos en mi memoria que no causarían a otra. El campo de las glorias de mi Patria, es también el de las delicias de mi infancia. Ambos éramos niños, la Patria Argentina tenía mis propios años. Yo me acuerdo de las veces que jugueteando entre el pasto y las flores veía los ejercicios disciplinares del ejército. Me parece que veo aún al general Belgrano, cortejado de su plana mayor, recorrer las filas, me parece oigo las músicas y el bullicio de las tropas y la estrepitosa concurrencia que alegraba esos campos… Más de una vez jugué con los cañoncitos que servían a los estudios académicos de sus oficiales en el tapiz del salón de su casa de campo en la Ciudadela”. Orgulloso de su tierra natal apuntó “Si algún día se publica la historia política de Tucumán, puede ser que los laureles modernos no queden exclusivamente arrebatados por los héroes del Viejo Mundo”.
En Tucumán
Los recuerdos de Alberdi sin duda corresponden a la presencia de Belgrano en Tucumán a partir de 1816, sabemos que el general llegó a esa ciudad el 6 de julio de ese año, tres días antes de la declaración de la independencia. Apuntó al respecto: “Entre tanto yo no puedo resistir al gusto que me lleva a referir algunos hechos nada singulares... Presenciaba el General Belgrano el ejercicio de tiro de cañón, y reparó que un foso de una vara de hondura abierto al pie del blanco estaba lleno de muchachos reunidos para recoger las balas. Viendo que aquellos insensatos, lejos de esconderse a la señal de fuego, esperaban la bala con un desprecio espantoso, el General incomodado y asombrado llamó un edecán y le dijo: “Vaya Vd. y arrójeme a palos esos héroes: que se dignen por piedad a lo menos hacer caso de las balas”. No se puede objetar inexperiencia. Había ya algunos años que los muchachos gustaban del humo de la pólvora. He ahí la infancia tucumana”.
Cuando volvió a su tierra recorrió aquellos ámbitos que había recorrido tantas veces de niño y de muchacho como la casa del general: “Ya el pasto ha cubierto el lugar donde fue la casa del General Belgrano, y si no fuera por ciertas eminencias que forman los cimientos de las paredes derribadas, no se sabría el lugar preciso donde existió. Inmediato a este sitio está el campo llamado de Honor, porque en él se obtuvo en 1812, la victoria que cimentó la independencia de la República. Este campo es una de las preciosidades que encierra Tucumán. Prodigiosamente plano y vestido de espesa grama, es limitado en todas direcciones por un ligero y risueño valle hermoseado diversamente con bosques de aromas y alfombras de flores, de manera que presenta la forma de un vasto anfiteatro como si el cielo le hubiera construido de profeso para las escenas de un pueblo heroico. Mas a lo lejos es limitada la vista por los más dichosos e ilusorios bosques de mirto, cedro y laurel, cuyas celestes cimas diversamente figuradas, determinan en el fondo del cielo la más grata y variada labor. Todo su seno se halla ligeramente salpicado de aromas, de manera que cuando la primavera los pinta de oro y de verde el campo, es como si se tratara de remedar al cielo en gloria y hermosura. Este campo que hará eterno honor a los tucumanos debe ser conservado como un monumento de gloria nacional. Conmueve al que le pisa aunque no sea argentino. Más de setenta veces se ha oscurecido con el humo de la pólvora. Sea por el prestigio que le comunican los recuerdos tristes y gloriosos que excita, o sea por la elevación que dan a las ideas y los sentimientos las magníficas montañas que se elevan a su vista, es indudable que en este sitio se agranda el alma y predispone a lo elevado y sublime”.
Peor impresión le causó el lugar donde se encontraba el cuartel general: “A dos cuadras de la antigua casa del General Belgrano, está la Ciudadela. Hoy no se oyen músicas ni se ven soldados. Los cuarteles derribados, son rodeados de una eterna y triste soledad. Únicamente un viejo soldado del General Belgrano, no ha podido abandonar las ilustres ruinas y ha levantado un rancho que habita solitario con su familia en medio de los recuerdos y de los monumentos de sus antiguas glorias y alegrías”.
Entre la Ciudadela y la casa del General Belgrano se levanta humildemente la pirámide de Mayo, que más bien parece un monumento de soledad y muerte. Yo la vi en un tiempo circundada de rosas y alegría; hoy es devorada de una triste soledad. Terminaba una alameda formada por una calle de media legua de álamos y mirtos. Un hilo de agua que antes fertilizaba estas delicias, hoy atraviesa solitario por entre ruinas y la acalorada fantasía ve más bien correr las lágrimas de la Patria”.
Recordó también la partida del general de esa ciudad y “contar entre sus timbres una circunstancia muy lisonjera. Era el pueblo querido del General Belgrano, y la simpatía de los héroes, no es un síntoma despreciable. Cuando visitaba por postrera vez los campos vecinos a Aconquija, puso en aquella hermosa montaña una mirada de amor, y bajando el rostro bañado en lágrimas, dijo: -“Adiós por última vez montañas y campos queridos”.
Juan Bautista Alberdi sobrevivió a Belgrano más de seis décadas, el muchacho al que le faltaban poco más de dos meses para cumplir 10 años cuando murió el creador de la Bandera, había recorrido el mundo, conocido a muchos contemporáneos, escrito miles de páginas y sufrido como el prócer muchas decepciones. Pero Alberdi estaba seguro de algo, que nos recuerda un poco esa inmensa deuda de la que hablaba Bioy Casares que tenemos los argentinos con Belgrano.
Afirmaba Alberdi: “Por nosotros el virtuoso General Belgrano se arrojó en los brazos de la mendicidad desprendiéndose de toda su fortuna que consagró a la educación de la juventud, porque sabía que por ella propiamente debía dar principio la verdadera revolución”.
Y nos queda esta pregunta ¿De cuantos contemporáneos nacidos en la opulencia, muchas veces mal habidas o con actos casi dolosos o de inmensas fortunas se puede decir lo mismo? Mejor no dar nombres….