Barcelona 1939, Kiev 2024
A comienzos de 1939, el gobierno de la agonizante República Española se encontraba ya bajo el control indisimulable de la URSS. A pesar de que entre sus integrantes, además del PC, subsistían socialistas y algunas figuras de la izquierda burguesa, no había duda de quienes mandaban eran los comisarios políticos del Ejército y las chekas de obediencia moscovita. A esa altura la capitalidad había recaído en Barcelona, tras haber abandonado el Gobierno primero Madrid y luego Valencia ante el avance de las tropas del bando nacional.
En esas circunstancias, el giro francamente negativo de los acontecimientos impulsó a muchos sostenedores del bando izquierdista a soñar, como única alternativa de supervivencia, con una prolongación del conflicto interno por el tiempo necesario para que éste enlazase con una Segunda Guerra Mundial que se juzgaba casi inexorable. Se pensaba que sólo el abierto enfrentamiento de Occidente con Hitler podría mudar la actitud no intervencionista en los asuntos hispanos mantenida hasta entonces por Gran Bretaña y Francia. Para subsistir políticamente y derrotar a Franco aquellos republicanos apostaban por convertir a su país, tras los horrores de la guerra interna, en un escenario más de la matanza global.
Los cálculos fallaron. El 1 de abril del ’39 el Generalísimo pudo ya emitir su parte de victoria. Y la gran conflagración estallaría solo cinco meses más tarde, pero por entonces la URSS –el padrino de la República- tendría vigente un pacto de no agresión con la Alemania nacionalsocialista, el cual se mantendría hasta 1941.
Nos vienen a la mente estas memorias al observar la conducta actual del Gobierno ucraniano. Hace tiempo que los hombres de Kiev han intentado de diversos modos involucrar a muchos otros países en su defensa frente a la invasión rusa, pero este esfuerzo ha alcanzado rasgos frenéticos a partir de la elección presidencial de Donald Trump. Zelensky y los suyos advierten que sólo una guerra total de la OTAN contra Moscú podría, eventualmente, derrotar a Putin. Pero, ¿a qué precio? En qué consistiría la realidad de una Ucrania así salvada? Ello sin aludir a las consecuencias para toda la humanidad de un conflicto en el que en cualquier momento pueden rebasarse los límites del armamento convencional, sea a través de armas nucleares tácticas como, aún, de las estratégicas.
Hoy, como en 1939, se está corriendo contra el reloj. Por parte del gobierno de Ucrania se trata de evitar que Donald Trump pueda concretar su voluntad de paz creándole previamente condiciones que hagan imposible la negociación. En Washington nunca ha estado tan claro como hoy que el Partido Demócrata, a través de una Administración que debería estar liando sus petates, se encuentra comprometido, en cambio, en una fuga hacia adelante que compromete dramáticamente la paz mundial. Y que hay un establishment global-progresista complicado en esta estrategia, incluyendo socios europeos que, como Macron, Scholz y Starmer. alcanzan bajísimas tasas de aprobación en sus respectivos países. Estas camarillas están jugando con fuego al intentar defenderse de la insatisfacción reinante en su frente interno y expresada políticamente en lo que hemos llamado derechas identitarias.