Arsenio Erico, el artista del gol

El baúl de los recuerdos. El paraguayo es uno de los máximos artilleros de la historia del fútbol argentino. Elegante y preciosista, sus definiciones con la camiseta de Independiente fueron exquisitas.

Cada vez que Bernabé Ferreyra hacía un gol se sentía un estruendo muy particular. La violencia de sus remates causaba asombro. Lo mismo ocurría con Francisco Varallo, Agustín Cosso y varios de los artilleros más famosos de los años 30. Arsenio Erico se mostraba tan contundente como sus colegas, pero se diferenciaba en un aspecto fundamental: sus definiciones resultaban exquisitas, como si no fuera necesario un fuerte remate para doblegar a un arquero. Como si el gol fuera una obra de arte… Bueno… la cuestión tenía una explicación simple: Erico era un artista del gol.

La riqueza estilística de este delantero que quedó inmortalizado con la camiseta de Independiente fue un sello distintivo. La primera década del profesionalismo argentino estaba dominada por la antigua noción británica del centrodelantero pleno de potencia. El público vibraba con la salvaje fuerza de los goleadores. Bernabé Ferreyra se antoja como el mejor ejemplo de esa clase de jugadores. La mitología popular postulaba que todos sus goles eran de larga distancia, la mayoría casi desde la mitad de la cancha.

La Fiera fue el primer ídolo popular del fútbol argentino. Convirtió a River en un club de masas. Lo hizo del pueblo. Las características de Bernabé eran tan admiradas que todos los equipos buscaban atacantes parecidos al delantero millonario. Pancho Varallo se destacaba en Gimnasia y había dejado La Plata en 1931 para mudarse a Boca con el mote inicial de Cañoncito. Le daba muy duro a la pelota… Cuando Vélez necesitó un referente ofensivo, apeló a Cosso, quien en Sarmiento tenía la particularidad de actuar también como half izquierdo, una suerte de mediocampista defensivo. En ambos puestos, el juninense sobresalía por su pegada.

Erico sobrsalió por su habilidad y sutileza en una época de goleadores plenos de potencia.

Independiente, en cambio, había disfrutado de la efectividad de Luis Ravaschino, un definidor sutil. La porción roja de Avellaneda adhería a ese tipo de atacantes. Por eso, cuando en 1934 se enteraron de la existencia de Erico, no lo dudaron un instante y lo incorporaron a sus filas. El joven paraguayo, de 19 años, respondió a las expectativas y a lo largo de más de una década sumó goles y más goles. Tantos que se ganó un lugar entre los máximos artilleros de la historia del fútbol profesional.

Aquí conviene hacer un alto y gambetear las polémicas. En este siglo XXI que avanza con una velocidad tan despiadada como alborotada, se persiguen con desesperación los récords, el recuento de hazañas, la cantidad de premios, de títulos y de cuanto aspecto del fútbol -y del deporte en general- se pueda cuantificar. En los últimos tiempos, los estadígrafos escudriñaron frenéticamente los archivos para tratar de definir quién estaba al tope de los artilleros en estas latitudes. El duelo Arsenio Erico – Ángel Labruna enloqueció a los recolectores de datos, como si un gol más o un gol menos de alguno de ellos les quitara algo de la grandeza que forjaron en sus magníficas carreras…

La discusión quedó zanjada con una suerte de empate técnico. Erico es el número uno en certámenes de liga, con 295 tantos, y El Feo, eterno símbolo de River, lidera la clasificación en competiciones oficiales (ligas y copas), con 305. El paraguayo festejó 295 en los principales torneos de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) y cinco en las copas nacionales. Labruna, por su parte, gritó 294 en ligas y 11 en copas.

El paraguayo y Ángel Labruna -símbolo eterno de River- quedaron en la historia como los atacantes más prolíficos del fútbol argentino.

También se contabilizan las conquistas en la Copa Aldao, un certamen internacional que enfrentaba anualmente al campeón de la AFA con el de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF): el delantero de Independiente consiguió cuatro tantos y el de River, 13. Entonces, el cómputo se cierra con 317 goles para Labruna y 304 para Erico. Sin dudas, dos fenómenos.

ESCAPE A LA VICTORIA

Arsenio Pastor Erico nació en Asunción el 30 de marzo de 1915. Hijo de Guillermo Erico y Margarita Martínez y hermano de Armando y Adolfo, correteó desde muy pequeño en los potreros de la capital paraguaya. Su calidad lo llevó a corta edad a Nacional, el club que quedaba a unos pasos de su casa y que le abrió las puertas luego de sus comienzos en el colegio salesiano Vista Alegre. En 1931, a los 16 años, el futuro gran delantero de Independiente ya jugaba en la Primera de Nacional.

En 1932 se desató la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia por el control de Chaco Boreal. Erico era demasiado joven como para ser enviado al frente de batalla, pero lo suficientemente bueno en el fútbol como para que se lo integrara al equipo de la Cruz Roja de su país. Esa formación jugaba partidos amistosos para recaudar fondos para las tropas. En una de las tantas giras por la Argentina, a los dirigentes de Independiente les llamó la atención las condiciones de un atacante llamado Timoteo Ramírez.

El equipo de la Cruz Roja paraguaya fue la carta de presentación de Erico.

Para sacarse las dudas, Alfredo Roche, el presidente de la institución de Avellaneda, fue a ver un partido del seleccionado de la Cruz Roja contra Huracán en Parque de los Patricios. Quedó subyugado por los movimientos del centrodelantero del conjunto visitante y cambió de idea: Erico tenía que vestir la camiseta de Independiente. Y el 6 de abril de 1934 se formalizó la transferencia, a cambio de dos mil pesos y un contrato que la aseguraba al jugador cinco mil pesos de prima por dos años, 200 pesos mensuales y una participación en el monto de las recaudaciones del Rojo.

Erico, de 19 años, desembarcó así en Avellaneda para erigirse, con el paso del tiempo, en el mayor goleador que haya actuado en Independiente. Había escapado de la guerra para cubrirse de gloria dentro de los campos de juego.

LOS PRIMEROS TIEMPOS

Cuando el 6 de mayo, un mes después de su contratación, Erico apareció en el centro de la ofensiva de Independiente contra Boca nadie sabía mucho de él. En ese entonces, los paraguayos más famosos en la Argentina eran Manuel Fleitas Solich, un centromedio (mediocampista central del sistema táctico 2-3-5) que había sido campeón con Boca en 1930 y 1931 y que luego se desempeñó en Racing, Platense y Talleres de Remedios de Escalda, y Delfín Benítez Cáceres, goleador xeneize de aquel tiempo junto con Varallo y Roberto Cherro.

Era un absoluto desconocido cuando llegó a la Argentina en 1934.

No viene al caso, pero para entender la importancia de Fleitas Solich en el más popular de los deportes bastaría con mencionar que llegó a dirigir al Real Madrid en la etapa en la que el venerable Alfredo Di Stéfano era la principal figura del equipo de estrellas con el que contaban los merengues. Además, fue el técnico de la selección de su país en el Mundial de 1950 y la llevó a ganar en 1953 el Campeonato Sudamericano (la actual Copa América). A propósito, su debut como jugador se produjo justamente en Nacional, de Paraguay, con el que ganó los títulos de 1924 y 1926.

Benítez Cáceres, apodado El Machetero, era otro atacante que respondía el estilo de delanteros de pegada contundente. Ese día marcó uno de los tantos de Boca en el empate 2-2 con los de Avellaneda. La otra conquista de los locales fue obra del puntero izquierdo Vicente Cusatti y para los visitantes convirtieron Adolfo Martínez y Antonio Sastre, uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol argentino. Erico compartió el quinteto ofensivo con Vicente Rojas, Felipe Álvarez, El Cuila Sastre y Adolfo Martínez.

Una semana más tarde, Independiente venció 3-1 a Chacarita y Erico presentó sus credenciales de goleador. Sometió en dos ocasiones al arquero Eduardo Pibona Alterio, tío del actor Héctor Alterio y autor del primer tanto concretado por un arquero en el profesionalismo, cuando el 9 de agosto del 31 acertó un penal contra Tigre en un partido que terminó 3-3. La cuestión fue que el paraguayo del Rojo se lució al anotar, primero, con un cabezazo -un clásico de su repertorio- un centro de Sastre y más tarde con un tiro alto y esquinado tras dejar a dos rivales en el camino.

Uno de los principales atributos del paraguayo era su impresionante saltabilidad para cabecear.

La muestra inicial de su talento e inventiva tiene fecha: 12 de agosto de 1934. En la igualdad 1-1 con Boca en Avellaneda patentó una nueva forma de definir. Sastre envió un largo centro hacia el arco que custodiaba Juan Elías Yustrich. Erico no conectó la pelota con la cabeza y, como si se tratase de un recurso común y corriente, se lanzó hacia adelante e impactó el balón de taquito con ambos pies en el aire. Acaba de nacer el gol del escorpión.

Independiente fue uno de los principales adversarios de Boca en la lucha por el título y terminó en el segundo puesto, con un punto menos que los xeneizes. Si bien el máximo goleador de los de Avellaneda fue Sastre, con 22, las conquistas de Erico empezaron a ser decisivas para su equipo. Ese año logró 12 en 21 partidos, lo que arrojaba un muy buen promedio y servía para ratificar que su contratación había sido un acierto. Todavía no había aparecido en todo su esplendor, pero lo mejor estaba por venir…

Evaristo Barrera, un potente delantero de Racing, terminó al frente de la tabla de goleadores con 33, seguido por Cosso (Vélez), con 32; Bernabé (River), con 30; Arturo Naón (Gimnasia), con 25 y Herminio Masantonio (Huracán), con 23. Boca había sido el equipo más efectivo con 101 tantos en 39 fechas, amparado en el aporte de su trío de atacantes centrales: Benítez Cáceres (20), Varallo (18) y Cherro (22).

Durante más de una década se erigió en un pilar fundamental de la delantera de Independiente.

Erico se instaló paulatinamente entre los artilleros más importantes a partir de 1935, cuando compartió el quinto lugar con su compañero Luis Mata, con 22. Cosso fue el mejor, con 33, escoltado por Bernabé, con 25; Benítez Cáceres, con 24 y Varallo, con 23. Los de Avellaneda volvieron a perder el título a manos de Boca, aunque ese año quedaron más lejos, ya que reunieron tres unidades menos que el campeón.

Las lesiones le jugaron una mala pasada al paraguayo en 1936 y apenas pudo dar el presente en siete ocasiones. Así y todo, contribuyó con cuatro tantos a una campaña no del todo satisfactoria de su equipo. Ese año, con el torneo dividido en dos ruedas que otorgaban un título cada una (Copa de Honor y Copa Campeonato) y una final denominada Copa de Oro, los elogios los acapararon River -se llevó dos de los tres trofeos- y San Lorenzo, que ganó el restante.

IMPLACABLE Y EXQUISITO A LA VEZ

Cuando los problemas físicos quedaron atrás, irrumpió el Erico fabuloso que batió récords, maravilló con sus fantásticos goles y condujo a Independiente a sus primeros éxitos en el profesionalismo. El paraguayo lideró a Independiente, el único rival de cuidado que tuvo un River incontenible hacia el título en 1937. Los millonarios se consagraron dos fechas antes y les sacaron seis puntos de ventaja a los de Avellaneda.

En 1938 Erico decidió frenar su producción goleadora en 43 tantos para ganar un premio concedido por una empresa.

José Manuel Moreno, que en ese momento era El Fanta y le faltaba un tiempo para, excursión a México mediante, recibir el bautismo como Charro, fue la estrella del campeón. Encabezó la ofensiva de su equipo con 32 goles y eclipsó al notable Bernabé, que lo secundó con 27. Quizás sirva como atenuante para La Fiera que, debido a los golpes que recibía de quienes intentaban detenerlo, retrocedió unos metros en el campo y se pareció a lo que hoy se define como falso 9.

Aunque Moreno se había distinguido como el principal argumento ofensivo del campeón, todas las miradas se posaron sobre Erico. El paraguayo encandiló con su fulgor: se despachó con 48 tantos en 34 partidos. Esa fantástica producción le permitió quebrar un récord que le pertenecía a Ferreyra, quien en 1932 había registrado 43 conquistas. También implantó otra marca increíble: suyos fueron seis de los siete goles que Independiente le asestó a Quilmes como visitante en un implacable 7-1. Recién en 1971, Juan Alberto Taverna lo superó con siete festejos en Banfield 13 - Puerto Comercial (Bahía Blanca) 1.

Independiente había empezado a darle forma a una de las mejores delanteras de su historia. Ese año se incorporó un pibe rosarino proveniente de Central Córdoba, Vicente de la Mata, que a principios de año había sido decisivo en la victoria sobre Brasil que le dio a la Selección argentina el título en la Copa América. Ese joven, que casi inmediatamente recibió el apodo de Capote, conformó con Erico y Sastre un trío maravilloso. Los punteros Juan José Maril y José Vilariño por el costado derecho y José Zorrilla, por el izquierdo, completaron el quinteto de ataque.

Vicente de la Mata, Erico y Antonio Sastre compusieron un temible trío ofensivo.

Si fuera cierto que los números gobiernan al mundo, convendría recurrir a ellos para tener dimensión de lo que significó la sociedad De la Mata – Erico – Sastre para Independiente. Jugaron juntos hasta 1942 y sumaron 335 de los 525 goles del equipo. El paraguayo les puso la firma a 187, Capote hizo 98 y Cuila 50. Y como goles son amores -tal como se decía en el pasado-, El Rojo en ese período obtuvo el cetro de campeón de 1938 y 1939, la Copa Ibarguren de esos mismos años y la Copa Escobar del 39.

Con un equipazo que sacaba rédito de la perfección de su voraz delantera, Independiente celebró sus primeros dos títulos en la era profesional en 1938 y 1939. En las dos temporadas debió lidiar con River, al que relegó por dos puntos en un certamen y por seis en el siguiente. Ambos conjuntos dieron pruebas de su poder de fuego, ya que los de Avellaneda anotaron 218 veces y los de Núñez 205 en ese bienio.

Fernando Bello; Fermín Lecea, Sabino Coletta; Luis Franzolini, Victorio Spinetto en 1938 y Raúl Leguizamón en 1939, Celestino Martínez; Vilariño en el 38 y parte del 39 y Maril en el 39, De la Mata, Erico, Sastre y Zorrilla salían a la cancha habitualmente en la formación que conducía técnicamente Guillermo Ronzoni.

Independiente consiguió sus primeros títulos profesionales en 1938 y 1939.

Erico terminó al frente de la tabla de goleadores de 1938 con 43 tantos, diez más que Luis María Rongo (River). Y cerró la cuenta en ese número por una cuestión muy llamativa. La empresa tabacalera Piccardo elaboraba los cigarrillos 43 y decidió conceder un importante premio al jugador que alcanzara los 43 goles en el año. El paraguayo llegó al partido de la última fecha contra Lanús en Avellaneda con 41 tantos.

A los 21 minutos del período inicial abrió la cuenta y a los 35 marcó el sexto tanto de su equipo. Ya tenía 43… Quedaban todavía más de tres cuartos de hora. Mucho tiempo. Y para tranquilidad del arquero granate José Pérez, el paraguayo no necesitaba nada más. Entonces, el atacante se dedicó a habilitar a sus compañeros para redondear el 8-2 final. Además del título de campeón y de máximo artillero, se alzó con un premio de dos mil pesos en efectivo, lo mismo que la institución de Avellaneda había pagado por su pase cuatro años antes…

Sus definiciones poseían un rasgo especial. No provenían de furibundos taponazos, ni de arremetidas temerarias. Tenían arte. Y en 1938 lo expuso con nitidez. En un 6-2 a Tigre derrotó al guardavalla Ricardo Isler con un magnífico cabezazo y con un sutil remate tras eludir a dos defensores; a Oscar Sturla, de Almagro, lo sometió en un 9-0 con un tiro cruzado que siguió a un gran jugada individual; a Alberto Marcolini (Ferro) le pasó la pelota por encima de la cabeza antes de anotar; previamente a batir a Sebastián Sirni (River), arrancó en la mitad de la cancha y eludió a tres rivales…

El olfato goleador del paraguayo lo llevaba a encontrar el mejor lugar posible en el momento más preciso.

Pero eso no fue todo: en el 3-2 sobre Gimnasia le ganó en el salto al arquero Gastón Vernhes y anotó de cabeza; en el 7-1 contra Vélez doblegó a Jaime Rotman con un tiro cruzado luego de una maniobra individual iniciada en la mitad de la cancha en la que dejó atrás a tres defensores; a Marcolini le hizo dos golazos de cabeza -uno de palomita- en un 4-1 a Ferro en Caballito; gambeteó a dos hombres de Gimnasia antes de superar a Yustrich y se deshizo de un par de defensores de Chacarita en el inicio de la jugada en la que venció al Inglés Isaac López…

Son apenas unos pocos ejemplos de su estilo tan personal. Por supuesto también se valía algunas veces de potentes remates y recogía rebotes en al área. Al fin y al cabo, era centrodelantero. Pero, en general, en sus anotaciones no hacía más que exhibir su rica técnica, su excelente dominio del balón y una facilidad sorprendente para ganar los duelos aéreos y marcar de cabeza.

Esa característica llevó a que Chantecler, un famoso periodista de El Gráfico, apelara a la expresión “trampolín invisible” para explicar el arte de Erico en esa faceta del juego. “La cualidad más asombrosa de este forward de goma es su agilidad para el salto, que no se arredró en emplear, a pesar de las dos fracturas de brazo. Da la sensación de que saltara con trampolín. No importa que sus rivales sean altos o ágiles; Erico los sobrará por medio metro. Cuando él salta, hasta Ricardo Riestra tiene que mirar para arriba si quiere verlo. Ha marcado goles cabeceando por encima de las manos extendidas en alto por los arqueros”, apuntó.

Sus asombrosos saltos hicieron que El Gráfico se refiriera a él como "el hombre del trampolín invisible".

También se daban situaciones tan llamativas como que el público de Independiente lo abucheara en un 5-0 contra Platense por malograr un penal. Según se cuenta, los hinchas pretendían que Zorrilla se encargara de la ejecución. Ese 4 de diciembre, el puntero izquierdo ya había acertado una vez desde los doce pasos y hasta había marcado un gol olímpico.

En 1939 volvió a dejar atrás la barrera de los 40 goles. Con 41, se estableció otra vez como el máximo anotador del año. Aventajó por siete conquistas al vasco Isidro Lángara (San Lorenzo) y por diez a Luis Arrieta (Lanús). En tres torneos consecutivos gritó nada más y nada que en 132 ocasiones. Si se tiene en cuenta que llegó a esa cantidad de tantos en 96 partidos, el promedio da 1,375. Sí, los números son increíbles. Erico era increíble.

La segunda mitad de la década del 30 mostró el dominio de River e Independiente. ¿Qué podría pasar si se armara un equipo con las principales figuras de esos clubes? No hace falta plantear escenarios hipotéticos, porque eso ocurrió. Millonarios y rojos unieron fuerzas en 1939 para medirse con un combinado integrado por jugadores de Flamengo y Vasco da Gama. Fueron dos partidos disputados en el Gasómetro de avenida La Plata, el emblemático estadio en el que San Lorenzo fue local entre 1916 y 1979.

Un lujo: las estrellas de River e Independiente se juntaron para disputar dos partidos en 1939.

El 13 de agosto se jugó el primer encuentro y el elenco formado por River e Independiente se impuso 3-1. Como no se pusieron de acuerdo, salieron a escena con la camiseta del equipo de Avellaneda. En esa oportunidad actuaron Bello (Independiente); Luis Vasini (River), Coletta (Independiente); Carlos Santamaría (River), José María Minella (River), Celestino Martínez (Independiente); Maril (Independiente), De la Mata (Independiente), Erico (Independiente), Moreno (River) y Adolfo Pedernera (River). Maril, Erico y Moreno marcaron los goles del vencedor. Leónidas, El Diamante Negro, descontó para los brasileños.

Dos días más tarde volvieron a verse las caras. El equipo argentino optó por una extraña casaca, mitad negra, mitad blanca y con una banda roja en la parte inferior. Jugaron Bello (lo reemplazó luego Sirni, de River); Vasini, Coletta; Santamaría, Minella, Aaron Wergifker (River); Maril, De la Mata, Erico, Moreno y Pedernera. Se dio otro triunfo por 3-1 con dos tantos de Erico y uno de Pedernera. Waldemar de Brito -el hombre que descubrió a Pelé- fue el autor del gol de los visitantes.

Los brasileños también habían acudido con algunos de sus mejores jugadores. En el arco estaba Walter, quien defendió la valla del seleccionado en el Mundial del año anterior, en la defensa jugó el exquisito Domingos Da Guia y en la ofensiva aparecieron Leónidas, Waldemar y los argentinos Bernardo Gandulla y Raúl Emeal, quienes en 1937 habían compartido con Maril una reconocida delantera de Ferro llamada La Pandilla.

No había caso: en el aire siempre ganaba Erico.

LOS ÚLTIMOS FESTEJOS

El caudal goleador de Erico disminuyó parcialmente en 1940. Ese año solo marcó 29, una cantidad que, de todos modos, se antojaba muy importante. Compartió con Juan Marvezzi (Tigre) el cuarto lugar de la tabla de anotadores, detrás de Lángara y Benítez Cáceres (ya estaba en Racing), quienes sumaron 33, y de Ángel Laferrara (Estudiantes), que llegó a 30.

Independiente no le pudo seguir el ritmo a Boca, que, con una delantera integrada por Aníbal Tenorio, Ricardo Alarcón, Jaime Sarlanga -otro miembro de La Pandilla de Ferro-, Gandulla y Emeal le sacó ocho puntos de diferencia. Es cierto que, además de la efectividad de su ataque, los xeneizes contaban con una muy cerrada defensa que se iniciaba con el arquero Juan Estrada y continuaba con los zagueros Víctor Valussi y Santiago Ibáñez y los medios General Viana, El Pibe de Oro Ernesto Lazzatti y Pedro Arico Suárez.

En 1941 River empezó a disfrutar del fútbol revolucionario de La Máquina, la fórmula ofensiva que cambió para siempre la forma de entender este deporte en la Argentina. Con la versión inicial que incluía a Juan Carlos Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Aristóbulo Deambrossi, los millonarios se alzaron con el título. Independiente terminó bastante atrás, pero Erico volvió a destacarse con 26 goles en 27 partidos. Solo José Canteli, de Newell´s, lo superó, con 31 tantos.

Con la camiseta de Nacional, de Paraguay, el equipo en el que inició y terminó su carrera.

Doce meses más tarde, ocurrió algo inaudito: la tabla de artilleros no contó con Erico. El paraguayo apenas se hizo presente en las primeras tres jornadas del torneo que otra vez ganó River y se alejó de Independiente por un conflicto con los dirigentes. Recaló en Nacional, el club en el que había iniciado su carrera en su tierra. Si bien los tricolores se quedaron con el título, fue una campaña opaca del atacante, que apenas celebró dos conquistas en 32 partidos.

Conscientes de la importancia de un goleador como Erico, San Lorenzo y River contactaron a los dirigentes de Independiente. En Avellaneda recapacitaron y renovaron el contrato del futbolista. Reapareció en 1943 con un registro de 17 goles en 29 partidos. Al año siguiente, fueron 12 en 26. No se le estaba mojando la pólvora, sino que las lesiones condicionaban su participación en la ofensiva de su equipo. Esa merma incidió en las campañas no del todo satisfactorias del Rojo, que no le pudo seguir la marcha a Boca, que, con una célebre alineación encadenó dos títulos.

Independiente terminó detrás de River -el campeón- y de los xeneizes en 1945. Ya hacía un par de años que El Cuila Sastre había partido rumbo a Brasil para brillar en San Pablo. Su principal socio seguía siendo De la Mata. Como de costumbre, fue el principal goleador de su equipo, con 20 conquistas. Y en 1946, los problemas físicos lo jaquearon a tal punto que hizo cuatro tantos y se perdió 11 de los 30 partidos del torneo en el que dominó un espectacular San Lorenzo en el que se distinguía El Terceto de Oro Armando Farro – René Pontoni – Rinaldo Martino.

En 1947 actuó en Huracán. A su lado, Adolfo Pedernera, quien se había incorporado a Atlanta.

El 30 de junio, por la 10ª fecha, el paraguayo señaló su último tanto. Venció al arquero Bruno Barrionuevo en el encuentro en el que Independiente superó 4-3 a Huracán. El Globo se había puesto en ventaja a través de un joven atacante que se había incorporado a préstamo de River: Di Stéfano, a quien le decían El Alemán y unos años después fue inmortalizado como La Saeta Rubia.

Acosado por las lesiones, abandonó definitivamente Independiente para probar suerte en Huracán. Tan solo pudo jugar siete partidos antes de retornar a su país. Lo esperaba otra vez Nacional, con el que recobró su nivel y en casi dos años anotó 21 goles en 26 encuentros. En el elenco tricolor también ejerció como técnico, un cargo que también desempeñó en Sol de América -otro conjunto paraguayo- y en Flandria. Entendió que ese no era su lugar y se alejó para siempre del fútbol.

Legó para asegurarse la veneración eterna varios goles antológicos, como el del escorpión, cabezazos prodigiosos, uno de taquito al arquero velezano Rotman, una media chilena al riverplatense Sirni, una palomita frente al boquense Estrada… Chantecler había explicado lo que era capaz de hacer Erico con suma precisión en las páginas de El Gráfico. Pero, como si esa definición no fuera suficiente, agregó: “Eso y mucho más es Erico, el hombre del trampolín invisible, el artista de la pelota y el artesano del gol”.

Erico se zambulle en palomita y doblega a Juan Estrada, arquero de Boca.