Hace casi un siglo, el Club Atlético Independiente, inauguraba su actual estadio, en el corazón de Avellaneda. Por otra parte, un 23 de julio, pero de 1977, fallecía un grande del Rojo de Avellaneda, cuyo nombre lleva el estadio: Arsenio Erico. Era de nacionalidad paraguaya. Quizá hoy no recordado por muchos, fue un excepcional jugador de fútbol.
Actuó en Independiente y llenó toda una época de ese deporte en nuestro país. Jugaba de número 9 o centro forward, como se decía antes. Durante más de 10 años, formó con De La Mata y Antonio Sastre, uno de los tríos más completos entre los delanteros del fútbol argentino.
Pero retrocedamos más en el tiempo. Julio de 1932. Comenzaba una guerra entre Bolivia y Paraguay. Una guerra entre hermanos, por una pequeña diferencia de límites en el Chaco Paraguayo.
Un joven y habilidoso futbolista, noble y sensible llamado, Arsenio Erico, fue movilizado. Tenía solo 17 años. Le dieron un fusil. Debía aprender a matar.
Porque en las guerras la crueldad, es casi un deber. Por eso, la primera víctima de un conflicto bélico, la primera víctima, siempre es la piedad.
Erico con sus 17 años, ya jugaba al fútbol en la primera división del Club Olimpia de Asunción. Y le asignaron -ya incorporado- una peligrosa misión.
El, con 20 soldados de su compañía, debían dirigirse a un lugar del frente -en plena selva- llevando armas y pertrechos.
Pero muy pocas horas antes de partir, le avisaron a Erico, que la Cruz Roja había formado un equipo de fútbol para que jugase partidos en Argentina y en Uruguay con la finalidad de recaudar fondos para los damnificados de guerra; y a él lo habían seleccionado para integrar ese equipo. Estaba feliz de alejarse del drama bélico.
Lo habían eximido de la misión de participar en la guerra como soldado, claro que solamente, por un tiempo. Al día siguiente recibió una noticia aterradora.
El camión que transportaba a sus compañeros y en el que él iba a viajar al frente, había sido objeto de una emboscada en plena selva. No hubo ningún sobreviviente.
Erico, salvó su vida gracias a su aptitud futbolística. Pero jamás pudo olvidar el episodio. Es que hay heridas que no se borran. Aunque no se noten.
A los 19 años debutó en la primera de Independiente. Jugaría en esa institución 8 años seguidos. Fue un gran goleador y un jugador muy habilidoso.
De físico algo menudo y con sólo 1.70 m de altura, tenía una virtud, que aún no fue superada. Podía elevarse en el aire para cabecear, superando a los arqueros, que con sus manos, no siempre llegaban hasta la cabeza del delantero paraguayo. Diría que, era una especie de contorsionista, que jugaba muy bien al fútbol.
En 1937, en un solo año, convirtió 56 goles, sumando algunos partidos amistosos. Ese récord, duró casi 40 años.
A los 27 años, Erico dejó Independiente. Pero siguió jugando hasta los 36 años en equipos paraguayos y en Huracán. Fue especialmente, un verdadero caballero dentro y fuera de la cancha.
Respetuoso de sus rivales, del periodismo, y de los árbitros, declaró en un reportaje: - "Se suele asociar al jugador de fútbol con la mala educación la grosería y la incultura". Agregaba: - "¿No tienen acaso esa carencia algunos políticos, artistas o profesionales? Y con la ventaja de haber podido cultivarse más..."
Continuaba: - "A mí el fútbol me permitió conocer países, hombres, leer, ir a museos y conciertos. Fue como una escuela de conducta y de formación espiritual", terminaba expresando.
Palabras que reflejaban la fina sensibilidad de este futbolista paraguayo.
En 1977, un 23 de julio, un paro cardíaco, después de una gangrena que ya lo había privado de su hábil pierna izquierda, puso fin a su vida.
Tenía 62 años. Lo lloraron no sólo los adeptos a Independiente, sino todos aquellos que valorizan en el deporte, la ética, la corrección, la hombría de bien. Y un aforismo para este verdadero caballero del deporte que fue Arsenio Erico: "Muchos son el barniz. Pocos son la madera".