UN GUERRERO DURO Y CULTO QUE SUPO AMAR LA BOTANICA Y LA NATURALEZA
Aproximaciones al barón de Holmberg
POR IGNACIO F. BRACHT (*)
El pasado 24 de octubre se cumplieron 171 años de la muerte en esta ciudad de Eduardo Kannitz, barón de Holmberg, conocido en nuestra historiografía como el Coronel Eduardo Holmberg o, en alusión a su título nobiliario, como el barón de Holmberg.
Nacido en 1778 en el Tirol, región que era parte del Imperio de Austria, siendo su familia originaria de Bohemia-Moravia, hoy República Checa. Su formación militar la realizó en el ejército prusiano, "acostumbrado desde la edad de quince años a las fatigas de la guerra...", como él lo expresa en una nota al ministro de Guerra de España en 1811, que figura en su legajo español y donde consta que había formado parte del cuadro de oficiales del Ducado de Berg, vasallo del reino de Prusia, con el grado de Capitán de Guardias de la Primera Compañía de Carabineros-Cazadores.
Arribado a fines de la primera mitad del año de 1810 a La Coruña, Galicia, una de las pocas ciudades que junto a Lisboa, Cádiz, entre otras, no se encontraban en manos de los ejércitos de Napoleón Bonaparte y que resistían con los aliados ingleses a la ocupación francesa de la península ibérica. Allí se alistó como voluntario ante el capitán general del Ejército del Reino de Galicia, don Nicolás Mahy, embarcó hacia Cádiz en el navío Guechamarín, en octubre de 1810, donde en la Isla de León, de dicha ciudad se enfrentaba el sitio impuesto por los ejércitos de Francia.
En Cádiz será incorporado a la Legión Extranjera, en la infantería de línea, para luego el 14 de julio, ser agregado por resolución del Consejo de Regencia como 2do. Teniente en las Guardias Walonas (Tropas de Casa Real).
AMISTAD EN CADIZ
En esa febril Cádiz jalonó su amistad con el entonces oficial de Carabineros Reales (también Tropas de Casa Real), don Carlos María de Alvear y a través de él con muchos oficiales americanos criollos que combatían bajo la bandera del rey al invasor, entre otros, el teniente coronel de caballería José de San Martín, el alférez de navío José Zapiola, el capitán de infantería Francisco Vera y el capitán de milicias Francisco Chilavert. Todos ellos rioplatenses que junto a otros americanos, como el mexicano Fray Servando Teresa Mier, se nuclearon en la "reunión americana", sociedad secreta cuyo factotum convocante fuera Alvear en la casa que arrendaba en el barrio de San Carlos, en la gaditana ciudad.
En un plan claro y organizado, todos los rioplatenses abandonaron Cádiz con diferencia de días, en septiembre de 1811 con destino a Londres, argumentando cada uno de ellos diversas causas.
Contaron con la ayuda para la obtención de pasaportes y traslado a Inglaterra de Lord Mac Duff, oficial inglés que combatía en España y que trabará una fuerte amistad con San Martín, como bien lo señaló Roberto Elissalde en La Prensa (18 de agosto pasado, en su artículo: “James Duff, amigo del Libertador”).
Los mencionados, luego de su permanencia en Londres, donde no dudamos establecieron contacto y relaciones con el venezolano Andrés Bello, Manuel Moreno (hermano de Mariano), el mencionado Mier, nucleados todos en la llamada "Gran Reunión Americana" que estableciera en la capital británica Francisco de Miranda antes de retornar a Venezuela en 1810, núcleo de los planes independentistas de carácter republicano, por donde pasaron Simón Bolívar, Bernardo O'Higgins y tantos otros actores del proceso que había comenzado en las Juntas americanas a partir de 1810, a consecuencia de la vacancia real en España.
Se embarcaron en la fragata George Canning rumbo a Buenos Aires, arribando en marzo de 1812, en donde este grupo de oficiales más personalidades civiles y eclesiásticas, constituirán la Logia Lautaro, bajo la jefatura de Alvear.
EN GUERRA
Desde esa fecha, Holmberg, siendo el único no natural de América, participó en la guerra de independencia, con alto contenido a mi parecer, de guerra civil; en el conflicto con el Imperio del Brasil y en distintos momentos de las guerras civiles posteriores a la independencia, siendo actor de muchos hechos relevantes de nuestro pasado.
Se incorporó al Ejército del Norte como Jefe de Estado Mayor del general Manuel Belgrano, quien lo hizo su principal consejero militar, otorgándole el honor de portar en sus brazos la bandera -creada a orillas del Paraná-, desde el Cabildo de la ciudad de Jujuy y conducirla hasta el altar de la Iglesia catedral, donde ya, en manos de Belgrano, fue bendecida por el canónigo Juan Ignacio de Gorriti el 25 de mayo de 1812.
En esta ciudad haciendo gala de soldado profesional y de escuela, poco común en el cuerpo de oficiales, organizó el parque y la maestranza, y montó una fundición de armamentos como cañones, culebrinas, obuses, morteros y municiones.
Redactó para Belgrano el reglamento de Infantería y colaboró con el mismo para el de la caballería, dotando a ese maltrecho Ejército de un cuerpo de artillería que condujo en el combate de Las Piedras y en la batalla de Tucumán, el 24 y 25 de septiembre de 1812, luego de haber organizado la partida de lo que se conoce como el “Éxodo Jujeño”, ordenado por Belgrano.
Siendo su ayudante el entonces teniente de caballería José María Paz, que lo remarca en sus Memorias, Holmberg poseedor de un fuerte carácter y aplicando una férrea disciplina, concentró el malestar de otros oficiales, liderados por Manuel Dorrego, refractarios al orden "prusiano" del barón, que lo llevó al retiro de ese ejército, algo que habría de lamentar en reiterados escritos el propio Belgrano, dirigidos al gobierno de Buenos aires, y en un caso al ya General San Martín.
En diciembre de ese año el gobierno le encomendó las fortificaciones y artillar las mismas en las costas de Entre Ríos, en la Punta Gorda. Al año siguiente, en 1814, formó, por recomendación del propio San Martín al gobierno, una compañía de zapadores, diseñando el mismo los uniformes de oficiales, suboficiales y tropa.
Holmberg, que no era natural de América,
participó en la guerra de independencia,
en los enfrentamientos civiles posteriores
y en el conflicto con el Imperio de Brasil.
PROYECTOS
En sus creaciones militares, ya en funcionamiento en varios ejércitos europeos, vale mencionar un proyecto que elevó al gobierno para la utilización de un código de señales para comunicaciones militares, llamado el "telégrafo de Holmberg", consistente en señales de colores, mediante banderolas durante el día y de luces de bengalas en la noche, donde mediante un código se podían transmitir mensajes y partes de órdenes, a través de mangrullos.
El mismo fue rechazado por lo costoso, aunque sí muy valorado por su modernidad en la técnica militar, una novedad para estas tierras.
En ese año, al enfrentarse el Directorio porteño con el caudillo oriental, de presencia y adhesión en el litoral, José Gervasio de Artigas, Holmberg fue encomendado por Buenos Aires a enfrentarlo; marchó a Entre Ríos al frente de un ejército por orden de Gervasio Posadas, librando el combate de El Espinillo, donde los lugartenientes de Artigas, Eusebio Hereñú y Fernando Otorgues, lo vencieron.
Puesto en libertad por el jefe oriental, pasó a integrar el ejército conducido por Alvear que sitió Montevideo, que seguía siendo leal al Rey Fernando VII. Al frente de la fuerza de Zapadores por él creada, Holmberg se encargó del inventario del material bélico, luego de que la ciudad se rindió.
En 1815 regresó a Buenos Aires quedando agregado al estado mayor, y designado como Juez Fiscal del Tribunal Militar. Luego de una temporada en La Rioja en 1819, volvió a la ciudad-puerto, y se le encomendó la construcción de fuertes en Pergamino, Salto y Rojas, para defender las poblaciones del ataque que sufrían de los malones indios.
Al estallar la crisis del año XX, firmó junto al general Estanislao Soler, que nucleaba a los federales porteños, la intimación al cabildo de Buenos Aires, acción que le valió luego el destierro a la isla de Martín García, pasando a la reserva activa en 1822.
Al estallar la Guerra con el Imperio del Brasil por la defensa de la Banda Oriental, fue convocado nuevamente en 1826, haciéndose cargo de las fortificaciones de la costa bonaerense para defenderlas de un posible ataque de la escuadra brasileña, teniendo como base de operaciones Punta Lara y la ensenada de Barragán, a la vez que se integraba al batallón de Artillería de Buenos Aires.
Finalizada la guerra pasó nuevamente a su condición de reformado, siendo vuelto a convocar por la administración de Juan Manuel de Rosas en 1832, agregado a la Inspección de Campaña de la provincia de Buenos Aires como coronel de artillería hasta 1834.
GUERRA CIVIL FAMILIAR
Al asumir la segunda gobernación de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas en 1835 que se extenderá hasta su derrota en Caseros en 1852, en el fervor de una ya desatada guerra civil, se establecerá la dictadura de orden, con la Suma del Poder Público y Facultades Extraordinarias, votadas por la Legislatura y reafirmada por un plebiscito popular, para enfrentar las acciones que el sector político del Unitarismo había desencadenado, con el asesinato, ese año, del caudillo riojano General Juan Facundo Quiroga. Dos visiones se enfrentarían por largos años en una sangrienta contienda civil.
Holmberg se había casado al año de arribar a esta ciudad con María Antonia Balbastro y Alvín, prima hermana de Alvear, un 4 de noviembre de 1813 en la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced, siendo testigos el propio Alvear y su señora Carmen Quintanilla, que también lo serán del casamiento de José de San Martín con Remedios de Escalada.
De esta unión nacerán Eduardo Wenceslao y Amalia, quien morirá en 1849, siendo aún joven. Eduardo Wenceslao crecerá entre la educación clásica, la quinta de Palermo que el barón había comprado en 1822, sus trabajos rurales en su estancia de Lobos y las crisis políticas de unas provincias independientes ya, pero que no habían encontrado la forma de gobernarse, ya fuera con una república centralista, una monarquía constitucional, un régimen de confederación o un sistema unitario de gobierno.
Esto llevó a la guerra civil, el desorden y a la dictadura de Rosas. Mientras el barón sería un seguidor del gobierno de Rosas, prestando sus últimos servicios militares durante un año, en 1844, en el sitio Grande de Montevideo, como asesor del armado de las baterías sitiadoras bajo el mando del Brigadier General Manuel Oribe, aliado de Rosas, su hijo Eduardo Wenceslao ya se encontraba en el exilio en Chile.
En 1840, cuando el general unitario Juan Lavalle se levanta en armas contra Rosas, él se había unido al ejército unitario participando del camino hacia la muerte de Lavalle.
Al llegar a Tucumán, una parte de esta fuerza se dividió para atacar La Rioja al mando del general Aráoz de Lamadrid, confluyendo con la vanguardia unitaria del general Mariano de Acha que avanzó desde San Juan enfrentando al ejército federal del fraile Aldao.
Se produjeron los sangrientos combates de Angaco y Rodeo del Medio, donde participó Eduardo Wenceslao.
Luego el cruce de la cordillera y el exilio hasta 1851, donde una amnistía de Rosas le permitió volver a su patria y acompañar a su padre y casarse con la novia que lo esperó por más de diez años, Laura Correa Morales y Visillac, padres de Carlos y de Eduardo Ladislao Holmberg, el gran naturalista, científico, médico, entomólogo, docente, investigador y escritor, uno de los grandes exponentes de la dorada Generación del ‘80.
AMOR POR LA BOTÁNICA
En los baúles que acompañaron a Holmberg en su derrotero de Londres a Buenos Aires, junto a los otros oficiales reunidos por Alvear en Cádiz, traía libros y tratados sobre artillería, sitios, baterías, junto a obras y escritos de botánica, todos en francés, alemán y alguno en inglés; lo que nos habla de su interés por lo militar, su profesión, como por la floricultura, la botánica, las plantas y flores exóticas como asimismo por los frutales.
Esto era en la quinta que había comprado en 1822, parte de una extensión mayor que había sido de los frailes recoletos en el hoy barrio de Palermo. Su extensión tenía por frente dos cuadras (hoy Av. Santa Fe desde Julián Álvarez hasta Scalabrini Ortiz) y de fondo cuatro manzanas que se extendían hasta la actual Av. Las Heras), tal como lo describe el plano catastral de Don Nicolás Descalsi del año 1837. Allí creó un verdadero establecimiento botánico dedicado a criar especies florales, frutales, arbustos y retoños de árboles de distinto tipo.
Un minucioso inventario los cataloga con precisión y minuciosidad, reflejo de su disciplina de talento, volcada ahora a la producción y comercialización de distintas variedades de flores y frutas.
Importó en barricas "Terre de Bruyère", desde Francia, para algunas flores, como semillas de Sudáfrica; planta allí la exótica Strelitzia Reginae, o llamada comúnmente “flor del paraíso”.
Desde el sitio de Montevideo, en 1844, le escribe a su hija Amalia para que le envíe una de gran tamaño, ya florecida, para obsequiarla a la mujer del General Oribe, doña Agustina Contucci.
En esa quinta, Holmberg estableció su morada, y a donde concurrieron el naturalista Aimé Bompland, el almirante Guillermo Brown, el Dr. Alejandro Brown, el propio Juan Manuel de Rosas junto a su hija Manuelita que, apreciaba los rosales que allí se cultivaban.
De allí salieron las carretas con retoños y flores para el palacio San José del general Justo José de Urquiza de Entre Ríos.
Fue sin duda el primer jardín botánico de Buenos Aires, como se lo mencionó en su tiempo, sin que el hoy bello Jardín Botánico de la Ciudad, diseñado por el gran Carlos Thays, a cien metros de lo que fuera la quinta de Holmberg, lo recuerde con un busto o una placa; olvidos frecuentes en nuestra historia.
LA DESCENDENCIA
En ese solar, hace 171 años murió un 24 de octubre de 1853, a los 75 años, este militar de distinguida formación, culto, que supo animar las tertulias de aquel Buenos aires aldeano, como la de Mariquita Sánchez; duro en la disciplina militar, que le acarreó antipatías, pero que no fue sanguinario nunca con el enemigo vencido; que había recorrido el Vístula, Polonia, y la diversidad de los territorios alemanes, ingresando a España, desde donde partió a una aventura americana, siendo el único no hispanoamericano de aquel grupo de oficiales que hicieron historia, a un destino donde no tenía familia, ni patrimonio alguno, lo que nos habla que a su fuerte personalidad le sumaba su cuota de aventurero, que lo trajo a estas playas, sentó raíces y dejó una vasta descendencia.
Hoy una estación del ferrocarril San Martín lleva su nombre al igual que la localidad que lo recuerda en el sur de Córdoba, cercana a Río Cuarto. Asimismo una extensa calle de Buenos Aires, otra de un barrio de San Salvador de Jujuy, como una escuela de la localidad de El Carmen en Jujuy enaltecen su memoria.
El Barón de Holmberg, quien a partir de la Asamblea del año XIII, que dio por abolidos los títulos de nobleza, dejó su apellido Kannitz para adoptar su baronía como tal, recordamos hoy al Coronel Eduardo Holmberg, como ese artillero que tuvo, a su vez, amor por la botánica y la naturaleza.
(*) El autor es Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia; Miembro de Número de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación, Vicepresidente del Instituto Cultural Argentino Uruguayo y actualmente escribe la biografía ‘El barón de Holmberg y su tiempo’.