SE CUMPLIERON 140 AÑOS DE LA PROMULGACION DE LA LEY DE ENSEÑANZA LAICA

Aniversario de una norma infausta

POR SANTIAGO ROSPIDE *

Hay en la historia argentina dos momentos bisagra que marcan un antes y un después en nuestra vida como nación soberana, la batalla de Caseros, uno, y la nefasta promulgación de la ley 1420 –el otro–, llamada de enseñanza laica –promulgada el 8 de julio de 1884– pero que debería llamarse correctamente de enseñanza atea por no decir anticristiana, que a decir verdad ese fue el propósito de sus progenitores, como veremos a continuación.

El ojo del historiador atento podrá vislumbrar el hilo invisible que une aquella batalla con esta ley de la escuela atea. Estamos transitando el último tramo del siglo XIX, ya eliminadas definitivamente las fuerzas patriotas de Rosas –prócer a quien el gran Capitán legó su sable para ejemplo y escarnio de muchos–, quedando así despejado el terreno para inocular el virus revolucionario que de Europa habían traído los borbones felones y los epígonos de la enciclopedia. Las circunstancias se hacían propicias para humillar a la patria importando cantos de sirenas de una civilización que aborrecía de Jesucristo y procedía de ese espíritu de novedad que nació con la rebelión de Lutero.

EL IMPULSOR

El gobierno propiciador e impulsor de esta ley fue nada más ni nada menos que el del general Roca que, fiel a su apodo, y como queriendo pasar a la posteridad como el presidente más ilustrado no hizo otra cosa que obedecer los mandatos de las logias masónicas –oficializadas aquí y no por casualidad, después de Caseros–, y más que un zorro fue a la postre un fiel instrumento de los hermanos del compás y del mandil. Roca que con nuevos bríos y buenos vientos tenía en sus manos la oportunidad de imitar la unidad nacional realizada por Rosas terminó emulando las medidas anticristianas impulsadas por Rivadavia, aquel ministro de gobierno tan admirado por Mitre, al que el general San Martín señaló como promotor de “locas teorías”, justamente aquellas nacidas al resplandor del filo de la guillotina de la Francia revolucionaria, por supuesto ahora renovadas con buenos modales y frases “civilizadas”.

Pero prestemos atención pues la dirigencia política en 1860 se encontraba madura –en las sombras– después de la “consagración” –realizada en una famosa tenida masónica– de promoción de ascenso al grado 33 de muchos de los que favorecieron esa bárbara ley, entre ellos Sarmiento, Mitre, Derqui, Gelly y Obes. Qué raro no, la masonería condenada ininterrumpidamente por el magisterio pontificio desde la encíclica In Eminenti de Clemente XII en 1738, no preocupaba ni era impedimento para que los hombres más eminentes de la historia oficial profesaran devoción a esta secta satánica.

Pero lo más llamativo del caso es que el plan masónico de instaurar esta ley haya sido apoyado fervientemente desde el poder ejecutivo. Nos preguntamos entonces y le preguntamos a nuestros lectores, ¿qué hubieran pensando o cómo hubieran procedido los generales San Martín y Belgrano –respecto de estos adláteres del antropocentrismo iluminista–, al enterarse de las maquinaciones de plantear esta ley en el recinto del parlamento? ¿Cómo les hubiera caído a ellos que eran propiciadores de todo lo contrario al espíritu inmanentista de esta futura norma?

PROCERES CRISTIANOS

Sí, San Martín y Belgrano, que impartían y ordenaban medidas religiosas y muy concretas: es decir de formación cristiana para con sus hombres. Lo hicieron siempre mientras ejercieron funciones de estado o pudieron influir positivamente en la salvación de las almas de los argentinos. Sería bueno recordar, las celebraciones religiosas, las oraciones por la mañana en los cuarteles, las previas a las batallas o las postrimeras después de los entreveros sangrientos. Los santos rosarios, la instrucción religiosa en las aulas propiciada por ambos y las horas dedicadas por los capellanes castrenses –que el mismo generalísimo impulsó desde el ejército de los Andes– para catequizar e impartir historia sagrada a los soldados de nuestros ejércitos.

Sabemos de la burla y el desprecio que los doctorcitos ilustrados tienen hacia los católicos practicantes señalándolos como reaccionarios, atrasados y oscurantistas, actuando en sintonía con aquel espíritu de las luces de los sociólogos del siglo anterior.

Tuvieron que pasar casi sesenta largos años en que ni siquiera podía permitirse en el Consejo Nacional de Educación se imprimiese o agregase algo en los libros de texto oficiales, siquiera alguna mención que oliera a la religión de nuestros mayores. Cuán bellas y avanzadas se creían las almas de estos hombres del progreso indefinido, hoy amantes de los sahumerios y elefantes indios, seguidores de Buda o fieles devotos de la Pachamama, pero acérrimos enemigos de la fe de nuestros próceres. Por más excusa que le pongan, una sola fue la razón de cumplir los mandatos que venían de las logias internacionalistas: el odio visceral a la fe católica o como repetía uno de sus abanderados más exacerbados, el cumplimiento de una misión: Destruid a la Infame.

No fue una ley que haya traído luz a la escuela pública, por el contrario, sumió en una profunda oscuridad las almas de millones de niños y jóvenes que hasta hoy perdura. Tristísimo que se les inculque a machamartillo la importancia de conocer el origen del hombre a través de teorías darwinianas, en vez de inculcarles con orgullo, no que venimos del mono sino que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, cobijados en este solar que fue demarcado y fundado bajo el signo de la Cruz y de la espada, aunque algunos de los que lean esto se rasguen las vestiduras.

En definitiva, muchos hombres cultos, devotos y sinceros cristianos presentaron batalla en el Congreso en aquel entonces; recordamos las figuras egregias y combativas de Estrada, Achával Rodríguez, Pizarro, Lamarca, Goyena entre tantos otros, muchos de los cuales sufrieron persecución y destierro como el obispo Clara de Córdoba o el nuncio Matera que fue expulsado por el primer mandatario, rompiendo así relaciones diplomáticas con Roma.

HIPOCRESIA

Causa repulsa ver a muchos de nuestros contemporáneos que –al igual que entonces– mientras enviaban o envían ahora a sus hijos a los mejores establecimientos educativos católicos de la Argentina; llenándose la boca, simultáneamente se pavonean y elevan loas y aplausos a la infausta ley 1420 porque dicen fue una excelente norma, un bien a la libertad humana. Hipócritas y sepulcros blanqueados les llamaría el Señor de los ejércitos celestiales. Curiosamente esta ley laicista es una copia de la francesa de 1880, qué raro; los librepensadores imitando lo peor de otras comarcas.

Finalmente como un paréntesis a todo esto, y como un acto de justicia humana, que más bien fue un milagro del cielo, el 31 de diciembre de 1943 se revocó esta ley –gracias a Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast) secundado por José Ignacio Olmedo y Manuel Villada Achával–, instaurándose la enseñanza católica y por ende el retorno de Cristo a las aulas públicas. Los obispos argentinos en mejores tiempos en que no se avergonzaban de estos varones lúcidos como los nombrados, defensores de la fe –aunque muchos se tapen los oídos– pronunciaron estas profundas palabras que deberían gravarse en las conciencias de todos y que constituyen la columna vertebral de nuestra tradición histórica patria, guste o no, aún perdura:

“Católico es el origen, la raíz y la esencia del ser argentino. Quiere decir que atentar contra lo católico es conspirar contra la Patria. Más todavía, la disminución de la fe en el pueblo argentino comporta a la vez una disminución de su patriotismo. De ahí que la defensa de la Fe Católica y la restauración de la Patria en Cristo sea la forma más pura y plena de servir a la Patria. La impiedad masónica, por el contrario, es causa de indiferencia, desprecio y deslealtad hacia la Patria”. (Declaración del episcopado argentino sobre la masonería, 1959).

 

* Coronel (R). Profesor de historia. Especialista en Historia Militar contemporánea. Miembro de número del Instituto Argentino de Historia Militar. Autor de ‘El sueño frustrado de San Martín. El militar que no traicionó la fe católica para defender a la patria’, Milites Dei, Bs As., 2023.