La nieta del fundador de Scannapieco, estrena el domingo ‘La heladería’, una obra sobre el negocio familiar

Ana Scannapieco: "¿Para qué está la vida si no es para arriesgarse?"

La actriz, que viene de hacer muchos años teatro independiente, decidió llevar su nueva pieza al Paseo La Plaza junto a Boy Olmi y Pablo Fusco.


¿Quién no tiene un sabor que lo haga viajar a la infancia? Para Ana Scannapieco es el del helado de limón que hacía su abuelo paterno Andrés, fundador de la heladería que lleva su apellido y que funcionó entre 1938 y 2010 en Villa Crespo. Durante muchos años, después de que cerró, la actriz de ‘Familia de artistas’ y ‘Jamón del diablo’ casi que se obsesionó con ese gusto. “Cuando cerró el negocio yo soñaba que tomaba ese helado, hasta que fui entendiendo en terapia que ese era el sabor de mi infancia y que no iba a volver, por más que volvieran a abrir la heladería exactamente igual. Pero ese fue un descubrimiento más interno”.

Precisamente ese recorrido más personal que tuvo que hacer en un momento de su vida la llevó a escribir ‘La heladería’, la obra que el domingo estrena junto a Boy Olmi y Pablo Fusco en la sala Picasso del Paseo La Plaza, bajo la dirección de Lisandro Penelas, su marido.

HISTORIA FAMILIAR

-¿Con qué se va a encontrar la gente cuando vaya a ver ‘La heladería?

-Es una historia donde la protagonista, bueno los tres son protagonistas, pero Ana va a estar buscando una receta bien particular que identifica mucho con su infancia y que ella relaciona con un helado de limón, que era el que comía cuando era chica. La obra va a transcurrir entre la búsqueda desesperada de esa receta y en paralelo se va contando como este mismo personaje está intentando hacer ensayar una obra sobre el negocio familiar, que es el de la heladería.

-¿Qué dijo su familia cuando se enteró que iba a ser la obra sobre la heladería?

-Es muy movilizante, no sólo para mí sino para toda la familia. Me van preguntando cómo estoy, qué me falta. Mi primo Juan la verdad es que me ayudó un montón, él y sus hijas, a buscar cosas y colaboraron con objetos de la heladería. Algunos los tenía mi papá en su taller, pero otros no y me ayudaron mucho en todo el proceso de escritura. A mi papá le hice muchas entrevistas donde saqué un montón de material y lo escuché casi como por primera vez porque había cosas que yo no sabía. Así que están entre nerviosos y emocionados. A mi papá, aprovechando que en los ensayos tomamos mucho helado y a veces lo trae él, lo hice espiar un poco para que no sea tanto en el estreno porque es un hombre mayor y por momentos pienso que va a ser muy fuerte para él. Me dijo: “Ustedes están ensayando, pero esa es mi vida”. Igual la historia es ficcional.

-¿Cuánto tiene de autobiográfica la historia?

-La parte más autobiográfica es la de Ana y la de Carlos, que sería mi papá, el resto de la historia está un poco cambiada, de hecho usé otros nombres. Me gustaba que fuera una historia de ficción que me permitiera contar un montón de verdades: como las maneras de hacer, de trabajar o las concepciones sobre el trabajo y sobre la plata que yo mamé y que conecta mucho con hacer teatro independiente. Como esa opinión que uno tiene de los de afuera que te dicen: “Estás loca, no ganás plata, ensayás 10 mil horas, perdés plata”. Y bueno, el helado se hacía así, por lo menos el que yo viví, observé y mamé. Se hace con la mejor materia prima, no podés hacer vainilla como vainillina porque no se hace así, aunque la rama de vainilla que viene de Tahití esté carísima. Por eso hay algo de ese espíritu que me parece que conecta mucho con el teatro y es interesante para explorar.

Ana Scannapieco: “Cuando cerró el negocio yo soñaba que tomaba el helado de limón”.

EL SUEÑO DE TODOS

Cuando era chica, Ana hubiera preferido tener un kiosco para agarrar cualquier golosina o una panadería para comer la factura que quisiera, pero hoy se da cuenta de que “estuvo buenísimo” ser la nieta del dueño de una de las heladerías más tradicionales de la Avenida Córdoba. Hoy, mamá de dos hijos y con la heladería reabierta por su primo Juan, se sorprende cuando le ofrecen un helado y dice: “¡No, gracias!”. “Elijo en qué momentos tomarlo o me hago uno chiquito de vainilla o de americana. Empecé a hacer las cosas que hace mi papá”, cuenta entre risas.

-Viniendo usted del teatro independiente, ¿cómo llega la obra al Paseo La Plaza?

-Fue medio soñado, pero también un poco de casualidad porque cuando empezamos a ver en qué teatro la hacíamos y con la idea de repartir un helado al final de la función para cada espectador, porque después de estar una hora hablando de vainilla, frutilla, chocolate y dulce de leche qué más lindo que salir y recibir un helado, pensamos que una de las sucursales de la heladería está en el Paseo La Plaza. Así que empezamos a evaluar la posibilidad con todo el vértigo que nos da una sala grande, es hermosa, pero grande y mucho más de lo que estamos acostumbrados nosotros. Pero dijimos: “¿Para qué está la vida si no es para arriesgarse?”. Cuando lo empezamos a ver con el equipo, en La Plaza se mostraron interesados en el proyecto, y al estar la heladería ahí, ya conocían un poco la historia.

-Es el sueño de cualquier chico crecer entre helados, ¿cómo recuerda usted esos años?

-Tengo sobre todo muchos olores y sonidos guardados, como muy de lo sensorial. Yo no lo registraba ni era consciente hasta mucho tiempo después, pero esa sensación de estar del otro lado del mostrador y agarrar una cucharita y abrir cualquier tacho que se te ocurra y probar o hacerte el helado que quieras, con la forma que quieras, la tacita que quieras, era muy bueno. También estar en la fábrica. Yo estaba mucho ahí con mi tío que era el que más se encargaba de hacer el helado. Para mí era un juego todo, sacarle el cabito a las frutillas, exprimir los limones, vaciar el tarro de dulce leche en la fabricadora, todas las tareas que me daban eran un juego. Por eso yo le pedía todo el tiempo a mi papá ir con él. Fui una privilegiada y encima con el helado, que nunca te cansás.

-¿Qué es lo que más disfruta de hacer la obra?

-Encontrarme con Boy y con Pablo en escena. Cuando te mirás y hay un montón de cosas que se dicen con esa mirada y un montón de pensamientos puestos ahí, creo que es lo más disfruto como ese momento de estar presentes.

FOTOS: GENTILEZA ALEJANDRA LÓPEZ