A los argentinos nos atraen las grandes empresas

Por Juan Marcos Pueyrredon *

Tengo para mí, -la gesta de la independencia y otros acontecimientos de nuestra historia lo demuestran-, que la Argentina y los argentinos, a pesar de nuestros vicios y de nuestros desencuentros colectivos, nunca nos hemos contentado con ser una nación entre otras, queremos “un destino peraltado” según la rica expresión de Ortega y Gasset, nos atraen en definitiva las grandes empresas, a veces aun a costa de nosotros mismos.

Sin embargo, podemos preguntarnos: ¿por qué, hemos sido siempre una eterna promesa, nunca del todo realizada, ¿por qué, esa inmadurez psiclotímica que padecemos, en un subibaja cada vez más frecuente de éxitos siempre transitorios y al poco tiempo, una vez más, de fracasos y de renovadas frustraciones?

Así pasamos de la euforia de creernos los primeros, como si hubiéramos cumplido lo que nos merecemos, a un estado de pesimismo crónico, cuando no de cinismo que nos tira para abajo y nos vuelve un pueblo apesumbrado, escéptico e indiferente a cualquier sueño grande y noble y a cualquier esperanza, como si nunca, mas allá de los éxitos individuales pudiéramos realizar todos juntos un proyecto compartido de vida en común.

¿Qué es lo que nos pasa?, ¿por qué ese narcisismo, ese ego insustancial e inmaduro y ese individualismo del “no te metas” o de la viveza criolla que nos condena siempre a ser la imagen de un sueño irrealizable?

INDIVIDUALISMO Y ANARQUIA

Somos demasiado individualistas y anárquicos en el terreno de lo social y de lo político, prevalecen demasiadas veces los intereses sectoriales, en la política, en la economía, en la empresa, en el sindicato, en la escuela, en el partido, en la justicia, en los medios de comunicación, en la universidad, en el consorcio, en el club y en todos los espacios de la vida argentina, sobre el bien común. Nos cuesta enormemente respetar y cumplir con las leyes que son para colmo infinitas y muchas veces absurdas e injustas. Nos cuesta cuidar del mismo especio público y desconfiamos muchas veces con razón de la justicia, del Parlamento y de los demás poderes del Estado. Y sin embargo pienso que somos un país, ni el mejor ni el peor, pero con capacidad sí de llevar a cabo empresas grandes.

Lo demostramos en Tucumán, esos patriotas, nuestros antepasados, con todo y a pesar de todo, tenían un sueño compartido de libertad y de misión autentica y tenían la voluntad política de vencer todos los obstáculos, a pesar de no tener nada y carecer de todo.

Pues, ¿qué era la Argentina de entonces sino como nos recordaba Abel Posse, un desierto, aspero y vacío, un espacio sin tiempo, pampas húmedas y barrosas en invierno, resecas en el verano ardiente, salitrales en el norte, pajaradas litorales, peces ingenuos, tropillas salvajes y en el Sur, el mar bravío y las aguas heladas y un espacio infinito y vacío donde la humanidad estaba ausente?

Sin embargo, esos hombres que tardaron varios días enteros para llegar con su diligencia o a caballo desde su tierra al Tucumán, creían en su país creían contra toda esperanza.

No se agobiaban frente a la España que había derrotado a Napoleón, ni frente a los reveses de Vilcapugio, Ayohuma y Sipe-Sipe, no contabilizaban el mal, por eso siempre crecían y tan desmedidos eran sus sueños, que inventaron con San Martín una quimera casi imposible como fue cruzar los Andes y liberar dos naciones hermanas, Chile y Perú, contribuyendo así a la independencia de ambas Naciones.

Empresa no solo grande, sino por sobre todas las cosas de una generosidad extraordinaria, pues no son muchos los pueblos que se imponen a si mismo estoicamente como condición para lograr su propia independencia, obtener primero la independencia de los demás pueblos. ¡No le era suficiente a estos hombres, nuestros patriotas, ganar su propia libertad, sino podían también ganarla para los demás, para todos aquellos que también deseaban ser una Nación libre y soberana!

Creo sinceramente que ese espíritu de generosidad puesto de relieve por nuestros antepasados, más allá de los antagonismos, constituye uno de los rasgos fundamentales de nuestra identidad nacional y de nuestra vocación como país.

INTELIGENCIA Y CORAZON

Hay algo de muy adentro en todos los argentinos, y lo dice nuestra historia, que hace que a pesar de ser caprichosos, inmaduros, engreídos, egoístas y no se cuantas cosas más, de vez en cuando y de repente, no siempre, nos conmovemos frente a la necesidad o la desgracia del otro, incluyendo su libertad y destino, sea quien sea, una persona, una familia, un pueblo, un país.

Cuando ello ocurre, es como si los argentinos despertáramos, dejamos de mirarnos a nosotros mismos, cerramos los ojos a las diferencias que nos separan -incluso las más legítimas- y somos una comunidad, somos un país.

Es como si necesitáramos para enderezar nuestra inteligencia y nuestro corazón y poder marchar juntos, una empresa o una causa grande donde volcar nuestra generosidad y olvidarnos alguna vez de nosotros mismos.

Como ocurrió en Tucumán con la declaración de nuestra independencia y la ulterior liberación de nuestros pueblos hermanos, como ocurrió con la causa de Malvinas, cuando mas allá de los desaciertos, todos los argentinos nos unimos y movilizamos por un proyecto nacional común, como ocurrió en el siglo pasado, cuando abrimos generosamente nuestras fronteras a hombres de otras latitudes que necesitaban una tierra y un hogar para vivir, trabajar, amar y morir, como cuando tuvimos la capacidad, la voluntad y el propósito generoso y logrado de difundir nuestros logros educativos, culturales, artísticos y científicos por toda América y por el mundo.

Como ocurrió y ocurre hoy también con otras causas más pequeñas, pero muchas veces no menos importantes como signo; miles y miles de acciones genuinamente gratuitas que nuestro pueblo ha sabido traducir en explosiones conmovedoras de solidaridad frente a la desgracia y el sufrimiento, de aquí y de allá, sin distingos de razas, de religiones, de países o de clases sociales. De pronto, frente a la tragedia (una inundación, una catástrofe, un atentado terrorista) brota repentinamente del corazón argentino una explosión de solidaridad y de amor.

¡Es el mismo pueblo argentino que cada tanto se levanta cuando una empresa grande y generosa lo llama, deja de mirarse a si mismo y unido se moviliza por el hermano necesitado, por el débil, por el pobre, por el que sufre!

Pero para volver soñar de nuevo con estas cosas, para no ser mas una promesa eterna que siempre fracasa y vuelve de nuevo a mirarse en el espejo de su propia imagen, nuestro pueblo necesita de mucho perdón, de mucha reconciliación, que es siempre compatible con la justicia, necesita deponer actitudes, intereses mezquinos e ideologías, dejar de lado agravios e injusticias que todos, más o menos, hemos padecido, mirarnos a la cara y darnos la mano, aunque seamos diferentes e incluso no nos soportemos, y tirar para adelante porque somos hermanos y somos un país.

Para poder cumplir este sueño creo que hoy más que nunca es necesario movilizar al argentino y a la Argentina en esa dirección, su vocación más profunda, su vocación por la Caridad. Somos caprichosos, pero Dios nos ha dado mucho y tenemos un buen corazón.

VOCACION ARGENTINA

Nadie mejor que el poeta para expresar en toda su profundidad y belleza esa vocación argentina, que es herencia de Dios y de nuestros padres, de donde proviene el hogar, el terruño y la patria, la virtud de la piedad y de la religión.

Resuenan vibrantes los versos del poeta Francisco Bernárdez en su recordado poema “La Patria”, como si hubiera descifrado allí, que es de la esencia de nuestro país la generosidad, la compasión y misericordia con el necesitado, que no es otra cosa que la hermana sublime de la virtud teologal de la Caridad.

Dice Bernárdez:

“Dios la fundó sobre la tierra para que hubiera menos hambre y menos frío. Dios la fundó sobre la tierra para que fuera soportable su castigo.

Desde aquel día es para el hombre desamparado como el árbol del camino. Porque da frutos como el árbol y como el árbol tiene sombra y tiene nidos.

Manos de amor la hicieron grande como sus cielos, sus montañas y sus ríos. Como el candor de sus rebaños y la virtud de sus trigales infinitos.

Manos seguras en el día de la victoria y en la noche del vencido. Tanto en el puño de la espada como en la mano y en el hombro del amigo.

Podemos dar gracias al cielo por la belleza y el honor de su destino. Y por la dicha interminable de haber nacido en el lugar donde nacimos.

Vive de gloria y de justicia como el perfume de la flor vive la savia.

Es un sonido de monedas caritativas que la tierra desparrama. Y de trigales que maduran sagradamente para el cuerpo y para el alma.

Nombre de luz para los ciegos, nombre de hogar para los hombres sin morada. Para el hambriento y el sediento, nombre de pan y al mismo tiempo nombre de agua.

Nombre que suena entre los nombres como entre todas las demás la voz amada.

¿Quién no distingue entre los otros el tintineo de la llave de su casa?.

Es el amor hecho armonía y el incansable corazón hecho palabra. Nobles espadas la escribieron para que ahora la pronuncien las campanas.

Dios la fundó sobre la tierra para que hubiera menos llanto y menos luto. Dios la fundó para que fuera como un inmenso corazón en este mundo.

Mano sin tasa para el pobre, puerta sin llave, pan sin fin, sol sin crepúsculo. Dulce regazo para el triste, calor de hogar para el errante y el desnudo.

La caridad es quien inspira su vocación de manantial y de refugio. En las tinieblas de la historia la Cruz del Sur le dicta el rumbo más seguro.

Ninguna fuerza de la tierra podrá torcer este designio y este rumbo. Por algo hay cielo en la bandera y un gesto noble y fraternal en el escudo

¡Gracias Señor por este pueblo de manos limpias, frentes altas y ojos puros! ¡Gracias Señor por esta tierra de bendición y porque somos hijos suyos!

* Abogado.