Perspectivas sobre la ciencia
Joseph Wright del condado de Derby (1734-1797) fue el primer pintor profesional en expresar el espíritu de la revolución industrial. Contemporáneo de Joshua Reynolds, se ganó la vida como retratista, al igual que su coetáneo más prestigioso. El estilo de Wright era más “dramático” que el de Reynolds, marcado por el dominio del pintor de Derby del claroscuro que había estudiado en obras del Caravaggio y de Georges de la Tour durante su visita a Europa.
Wright vivió en una Inglaterra donde la alquimia daba lugar a la ciencia y las manufacturas artesanales a la industria. Era una revolución pacífica aunque algunos vieron amenazadas sus fuente de trabajo y atacaron a las nuevas máquinas como sus enemigas (me refiero a los luditas). Wright supo rescatar el espíritu de los cambios que se avecinaban y señaló los distintos sentimientos que éstos creaban.
Wright cultivó la amistad del doctor Erasmus Darwin, el abuelo del célebre naturalista quien, como médico, trataba a Wright por su asma -afección que terminó llevándolo a la tumba-.
Darwin lo introdujo a la Sociedad Lunar de Birmingham, donde un grupo de caballeros interesados en el progreso de la ciencia se reunían para compartir las novedades sobre los avances de la medicina, la astronomía, etcétera. Así se llamaba la sociedad porque sus miembros se reunían un lunes de cada mes, el más vecino a las noches de luna llena.
Bajo la influencia de esta sociedad (a la que dedica un detalle del cuadro) pintó “Experimento con un pájaro en una bomba de aire” (en su idioma original, An Experiment on a Bird in the Air Pump), un nombre extraño para nuestra concepción del arte clásico, más ligado a la mitología grecorromana que a la evolución de la ciencia y el iluminismo.
Esta pintura muestra el uso de una bomba de aire (o bomba neumática o de vacío) desarrollada cien años antes por Robert Boyle (quien no la inventó, pero sí la perfeccionó).
Valiéndose de esta bomba, Boyle llevó adelante una serie de experimentos (42 en total) para estudiar el efecto del vacío en la conducción del sonido, la combustión, etcétera. El experimento N°41 tenía la intención de demostrar cómo la falta de aire comprometía la sobrevivencia de las criaturas. Esto, que es obvio para nosotros, no lo era en el siglo XVIII, y esta producción de vacío era una forma de demostrar el efecto de la deprivación del aire en los animales (lo del oxígeno llegó casi un siglo después con Prestley y Lavoisiere).
En las anotaciones de esta experiencia, Boyle escribió “La respiración es tan necesaria para los animales, que la naturaleza los proveyó de pulmones”, y a continuación describió el padecimiento de un pájaro al ser privado de aire.
Cuando Wright pintó este cuadro, varios científicos o “filósofos naturales” -como los llamaban entonces- continuaban experimentando con esta bomba, y algunos llegaban a hacer demostraciones ante el público que oblaba para presenciar dicho evento. Hoy día esto nos suena extraño, pero entonces era una forma de difundir descubrimientos (y aumentar los ingresos del “científico”).
En distintas ciudades llevaban adelante estas demostraciones, como, por ejemplo, aplicar electricidad a un animal muerto (tal la famosa experiencia de Volta y la rana). Fue así como un médico italiano llamado Aldini mostró ante una selecta audiencia cómo se movía el brazo de un cadáver cuando se aplicaba electricidad. Entre la audiencia estaba una muy joven Mary Wollstonecraft Godwin quien quedó tan impresionada por esta experiencia que años más tarde escribió una novela sobre los trabajos de un tal Dr. Frankenstein por darle vida a un engendro creado con los retazos de criminales. Dicha señorita se casaría con el poeta Percy Shelley...
Volviendo a este cuadro, Joseph Wright pintó esta experiencia conducida por un tal James Ferguson ante distintas personas que contemplan la muerte de la cotorrita desde diversas perspectivas. Una pareja, a la derecha de la imagen, está atenta a su relación amorosa y no le presta atención alguna al experimento, mientras dos jovencitas a la izquierda están compungidas por la suerte de la cotorrita, por entonces un animal bastante raro en Inglaterra. Detrás de ellas, su padre (algunos sostienen que está inspirado en la figura de Erasmus Darwin) les explica sobre el valor del experimento, la necesidad de usar modelos animales y sobre las duras pruebas que uno debe afrontar en esta cruel existencia…
Delante de la pareja enamorada, dos caballeros prestan atención a lo que el señor de cabello blanco y desordenado (con un cierto aire a Isaac Newton) está explicando. A la izquierda y delante, hay un caballero que mira fijamente a la cotorrita moribunda pero parece absorto en sus pensamientos sobre la vida, la muerte y sus adyacencias…
La máquina de vacío está pintada en detalle, al igual que otros instrumentos de precisión como el termómetro y demás utensilios de vidrio, que muestran la habilidad de Wright como pintor y su dominio de luz y las tinieblas…
También hay un cráneo como un “memento mori”, un recuerdo de nuestra finitud.
Detrás de la escena y en las sombras, un joven abre una ventana y se ve una luna llena entre nubarrones, en franca alusión a la sociedad que generó las inquietudes de pintor y lo llevaron a crear esta obra tan alejada de los cánones clásicos, algo excepcional para la época.
La obra resalta las distintas actitudes de las personas ante la ciencia, que ha necesitado, a lo largo de los siglos, de recurrir a “cierta” crueldad en su búsqueda de conocimientos: desde las vivisecciones hasta los crímenes del nazismo, pasando por este experimento con pájaros.
El pintor muestra desde el horror (y el terror) de las niñas hasta la indiferencia de la pareja. Desde las explicaciones del padre que busca mostrar un balance entre los beneficios de la ciencia y sus excesos, hasta la atención de los caballeros a las expresiones del “sabio” de aspecto ligeramente desequilibrado.
Desde los tiempos del iluminismo ha existido cierta desconfianza por los científicos, pero que nunca había sido expresada con tanta franqueza como en el relato de Mary Shelly. El producto del Dr. Frankenstein es un monstruo, pero el científico no le va a la zaga.
Las distintas épocas se debatieron entre la alabanza a la ciencia, como durante el iluminismo, y la desconfianza por los logros de esa misma ciencia que con el tiempo demostró que no siempre los resultados de sus investigaciones eran ni tan beneficios ni tan benignos…
La ciencia puede ser pura, pero los científicos son humanos, a veces demasiado humanos, y como tales quedan sometidos a las presiones de los medios, de los poderosos (la ciencia es un “hobby” muy caro, muchísimo más que el arte), cuando no del inmenso ego que los nutre.
Este cuadro fue exhibido por primera vez en 1768 y adquirido por el Dr. Benjamin Bates por unas 200£, una suma considerable para la época. En 1929 lo adquirió la TATE Gallery pero desde 1986 se lo exhibe al público en la National Gallery junto a otras obras de Wright y otros artistas británicos.
Esta pintura es una magistral muestra de habilidad técnica, dominio escénico y compenetración psicológica de las personas que contemplan con sentimientos encontrados el avance de la ciencia… Como todos deberíamos hacer, porque si algo debimos aprender en estos años es que no todo es tan oscuro como parece ni tan brillante como nos quieren hacer creer.