Con perdón de la palabra

El Club Evaristo X: el caso de la ciudad de los césares

El viernes de abril correspondiente a la sesión del club cayó en Cuaresma. De manera que Avelino, respetuoso de la abstinencia cuaresmal, sin consultar siquiera a Los Evaristos reemplazó el puchero habitual por una cazuela de mariscos igualmente apetitosa. Cuyo aroma llenó de intranquilidad a Firpo.­

-Gallego -le comentó Alvarado-, comer esta cazuela no me parece que sea un modo de mortificarse.­

-Mirá -le respondió el aludido-, de lo que se trata es de al menos fastidiarse buscando cómo reemplazar los platos de carne a los que estamos habituados. Que, dicho sea de paso, también hay que reemplazar de alguna manera los demás viernes del año. Pero eso es cosa de cada cual y yo no me meto en la conciencia de nadie. Pero los viernes de Cuaresma aquí no se come carne. Tampoco se sirve en el comedor principal. He dicho. Y ahora me diréis vosotros de que se hablará hoy.­

-De la Ciudad de los Césares -informó Norberto Cueto, presidente de turno-. Y el caso lo presentaré yo.­

-¿Es un caso policial?­

-Es un misterio. Que impulsó la exploración de la Argentina y se prolongó pormás de un par de siglos, justificando que lo recordemos.­

-Te escuchamos.­

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EL MITO MAS INFLUYENTE­

-El de la Ciudad de los Césares es quizá el mito que influyó más en nuestra Historia y que formó parte de la misma por más tiempo. Tiene comienzo con la fundación del fuerte de Sancti Spiritus por parte de Gaboto, o Caboto, o Cabot, en la confluencia del Paraná y el Carcarañá, que fue la primera población española en territorio que sería argentino. Gaboto, que había salido de Sevilla con cuatro carabelas en 1526, tenía instrucciones de explorar las Islas de las Especias, descubiertas por Magallanes en el Pacífico. Pero, falto de víveres, entró en el Río de la Plata para abastecerse y siguió aguas arriba. Después de la fundación del fuerte, Gaboto se encontró con otro expedicionario, Diego García, con el cual tuvo desavenencias. García regresó a España y Gaboto, temeroso de que su empresa fuera desautorizada, ya que contravenía las instrucciones recibidas, despachó dos hombres de confianza para que defendieran su causa en la corte. Pasados dos años, como los enviados no volvían, Gaboto resolvió viajar él mismo a España para solucionar el asunto. Mientras tanto, un capitán suyo, Francisco César, había partido de Sancti Spiritus con un puñado de soldados, internándose tierra adentro.­

"Nadie sabe a ciencia cierta por dónde anduvieron el capitán César y su gente. Se supone no obstante que el grupo -14 hombres- se dividió en tres columnas, que tomaron rumbos diferentes. Al regresar finalmente, cuentan haber hallado una región o ciudad maravillosa, poblada por indios mansos, que beben en cubiletes de oro y poseen carneros de la tierra (llamas). Las casas tienen paredes de plata, abundan las piedras preciosas, hay árboles que dan frutas dulcísimas y en las inmediaciones existe un lago de aguas cristalinas''.­

"Poco a poco se suman nuevas maravillas en los relatos sucesivos, entre ellos el del capitán Romero, que partiera con César y vuelve después que éste''.­

"La ciudad encantada empieza a denominarse Ciudad de César o De los Césares o, simplemente, Los Césares. Pronto se agregan a ella otras ciudades fantásticas, como Zuraca, Linlín y, sobre todo, Trapalanda. Si bien la ubicación de las mismas es incierta, Zuraca y Linlín son situadas hacia el norte, próximas al imperio inca, mientras que a Trapalanda se la ubica en algún lugar de la Patagonia. Y el paso del tiempo lleva a que las versiones se crucen y se superpongan, confundiéndose en una alusión única y abarcadora a Los Césares''.­

"Es muy probable que Trapalanda haya existido realmente, pues las costas del sur fueron testigo de expediciones ruinosas como la de Simón de Alcazaba, o naufragios como el de la flota comanda da por el fraile Francisco de la Ribera y enviada por el obispo de Plasencia, internándose tierra adentro los sobrevivientes de tales desastres''. ­

"Contrariamente a las demás, de Trapalanda se decía que estaba poblada por hombres blancos y barbados, que poseían viejas espadas de hierro''.­

"Son innumerables las incursiones que se realizaron para dar con Los Césares. Para citar algunas, mencionaré las siguientes: Juan de Ayolas en 1536; Diego de Rojas en 1543; Francisco de Mendoza, que prosigue la expedición de Rojas; Núñez de Prado en 1550; desde Chile, Francisco de Ulloa en 1552 y, por vía marítima, Francisco Cortés Ojea; más tarde, Juan Fernández Ladrillero en 1557 y Gonzalo de Abreu en 1579''.­

"Juan De Garay llega a Mar del Plata tras Los Césares. Y Hernandarias alcanza nada menos que el Río Negro en 1609, partiendo de Buenos Aires con ochenta carretas, mil caballos, ciento treinta soldados y numerosos indios. Gerónimo Luis de Cabrera, nieto, le va a cabo una de las últimas expediciones en pos del esquivo mito''.­

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ESPIRITU PRACTICO­

"Y no se crea que quienes realizaban tan esforzadas empresas eran unos crédulos hechizados por cuentos de hadas. Por el contrario, con espíritu práctico adoptaron medidas muy concretas para establecer cuánto podía haber de verdad en las versiones que llegaban a sus oídos. Por ejemplo, el gobernador del Tucumán Juan Ramírez de Velazco ordenó una información notarial, que llevó a cabo el escribano Tula Servín quien, formalista como todo español, tomó declaración a indios, capitanes y clérigos, llegando a la conclusión de que la Ciudad de los Césares existía realmente, elevando Ramírez de Velazco al Rey las conclusiones de tal investigación''.­

"Nicolás Mascardi, jesuita romano fundador de la misión del Nahuel Huapi, se enteró de la posible existencia de Trapalanda y, considerando que allí había cristianos privados de sacramentos, cruzó la Patagonia para brindarles auxilios espirituales. Persiguiendo tan noble empeño, lo mataron los indios en 1673. Dado que su muerte fue verdaderamente la de un mártir, bien podría iniciarse un día el respectivo proceso para llevarlo a los altares''.­

"En su libro `Viaje al país de los araucanos', Estanislao Zeballos, alcanzado por la seducción de Los Césares, a fines del siglo XIX desarrolla una hipótesis singular. Informa que Francisco de Villagra, o Villagrán, conquistador de Chile, con algunos de sus hombres habría cruzado la Cordillera de los Andes, navegado aguas abajo el Atuel, remontado el Chadí Leufú y arribado a la laguna Urré Lauquén, próxima a las sierras de Lihué Calel, en la Pampa Central. Que, atraído por la vista de las sierras, habría llegado a ellas y establecido una población en sus valles. Una población de la cual sólo quedaron unos montes de duraznos y la leyenda de una ciudad de hombres blancos en el lejano sur argentino, que Zeballos estima pudo ser La Ciudad de los Césares. Hipótesis que debe descartarse, sin embargo, porque la incursión de Villagra es muy posterior a la del capitán César''.­

"Este es el asunto. En cuanto a su discusión, de lo que se trata es de establecer qué base de realidad pudo tener la leyenda de Los Césares''.­

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UBICUA­

-Me parece que, en primer lugar, habría que distinguir entre La Ciudad de los Césares, Zuraca, Linlín y Trapalanda -empezó diciendo Ferro-. Y, para mí, las posibilidades de que hayan tenido algo de reales son inversas al orden en que las he mencionado. Diría que Trapalanda existió verdaderamente y se trató de una población de náufragos que, remontando la Patagonia, se instalaron en alguno de sus rincones más acogedores, probablemente cerca del agua. En cuanto a Zuraca y Linlín, cabe presumir que fueron asentamientos incaicos en el Alto Perú o en el norte argentino, embellecidas sus descripciones por exploradores o indios transeúntes. Pero la mayor dificultad está constituida por aquella que, desde el principio, se denominó Ciudad de César o De los Césares. Porque se trató de una ciudad o región ubicua, situada al principio en Córdoba o a lo sumo en San Luis, que es hasta donde pudieron llegar César y su gente, que andaban a pie y no estuvieron ausentes por un tiempo dema siado prolongado. Pero que, a medida que se repitieron las noticias referidas a ella, su emplazamiento se fue desplazando hacia el sur, hasta alcanzar el llamado País de las Manzanas y superponerse casi con el asentamiento de Trapalanda. Yo les propongo, entonces, ad mitir como posible la existencia de Zuraca, Linlín y Trapalanda, centrando nuestra discusión en la de Los Césares.­

-Enteramente de acuerdo -opinó Pérez.­

-Muy bien -acordó Gallardo-, circuncribámonos a La Ciudad de los Césares. Que yo doy por cierto que existió.­

-¿Qué decís? -se sobresaltaron varios.­

-Que adelanto mi voto a favor de la existencia de la Ciudad de los Césares.­

-¿Es una broma?­

-Lo digo en serio. ¿Acaso no hay actualmente personas serias que creen seriamente en la existencia de los platos voladores? Y, en realidad, se cuenta con más pruebas de la existencia de Los Césares que de los platos voladores. Porque ocurre que cada época posee un misterio destinado a recordar a los hombres sus limitaciones, a sosegar su pretensión de saberlo todo. Ayer pudieron ser las sirenas, los duendes, las brujas... La Ciudad de los Césares. Hoy son los platos voladores. ¿Hay alguna actuación notarial referida a ellos, tan minuciosa como la de Tula Servín? Así que creo en la realidad de La Ciudad de los Césares. Y, ya que estamos, en la realidad de los platos voladores. Que, eso sí, no sé qué son. Cosa que le viene muy bien a mis pretensiones de no ignorar nada. Los misterios son una realidad indiscutible.­

-Estás loco, pibe -dijo Kleiner.­

-No tan loco -contradijo Zapiola-. Hay algo de cierto en lo que dice Gallardo.­

-Además -agregó éste, envalentonado-, los países necesitan de los mitos y, cuando no se cuenta con ellos, hay que inventarlos. América se descubrió buscando La Antilia, gobernada por siete obispos, La Isla de las Hespérides, la enigmática Thule, El reino del Preste Juan y Las Montañas de Oro, situadas eventualmente en Trapobana, Catay o Cipango. Y se exploró buscando La Fuente de Juvencia, Eldorado, El Rey Blanco y La Ciudad de los Césares. Nuestra patria necesita urgentemente un mito para salir de la mediocridad en que está sumergida y lanzarse detrás de él, en una empresa compartida, por caminos de gloria. Es preciso, urgentemente, ponerse en marcha hacia La Ciudad de los Césares.­

Estalló un aplauso entre los socios del Club Evaristo. Y, por unanimidad, se resolvió a favor de la existencia de los Césares.­