El Club Evaristo IX: el caso de Nicanor Blanes
En la misma sesión donde se debatió sobre la muerte de Lavalle, Bob O'Connor pidió exponer, en la reunión siguiente, sobre un caso que tendría una tenue vinculación con el que acababan de tratar. Accediéndose a su solicitud por amplia mayoría.
Terminaba el año, de modo que el asunto se trataría en el mes de marzo, superadas las molestias que ocasionan las vacaciones y estabilizadas las finanzas domésticas afectadas por ellas.
Fue un verano sofocante, las suelas de los zapatos se pegaban al asfalto ablandado por el sol y no se veían hombres con corbata. Los heladeros habían hecho su agosto en enero y febrero.
La cabecera de la mesa que ocupan los miembros del Club Evaristo no está en un extremo sino en la mitad de uno de los costados, como en la cámara de los buques. Modalidad adoptada para hacer más fácil oír al expositor de turno. De manera que O'Connor se colocó allí, bajo la lámina del Plus Ultra.
Bob no es muy alto, aunque decididamente vigoroso. Rubión, usa bigote, tiene cejas hirsutas y ojos celestes. Por razones que jamás explicó, luce un tatuaje en el antebrazo izquierdo con un par de inciales bajo la figura de una sirena color turquesa: las iniciales no corresponden a las de su mujer.
Como buen irlandés, necesitó unos tragos para animarse y pidió, en consecuencia, que le trajeran una copa de la caña de durazno con que se había cerrado la última sesión del club. Consumida parte de la misma dijo:
-Yo para esto no soy muy bueno y, además, el caso que les voy a presentar no tiene solución. Pero se refiere a un misterio y ese misterio tiene alguna relación con el asunto que tratamos aquí la última vez. Es una relación bastante vaga pero, a mi ver, justifica que nos ocupemos de él.
-¡Dale, british, metele que te escuchamos! -instó Kleiner, a quien lo impacientaban los prolegómenos en general.
-Menos british. Irish estarás diciendo.
-Ma sí, es igual.
-¡Cómo que es igual! ¡No me confundan gordura con hinchazón!
-Está bien, no te pongás así, seguí nomás.
POR LA QUEBRADA
-El asunto del que me voy a ocupar se engancha con la muerte de Lavalle pues Nicanor Blanes, de quien voy a hablar, fue quien pintó el más conocido de los cuadros que representan la marcha de sus hombres por la Quebrada, para poner a salvo el cadáver del infortunado jefe.
"El mismo amigo que compuso el soneto titulado Va Lavalle, recitado por Medrano vez pasada, compuso otro sobre el tema, que viene a cuento y dice así:
Por la roja Quebrada de Humahuaca,
con las lanzas de Oribe detrás de ellos,
un grupo de jinetes se destaca
alumbrado por súbitos destellos.
Reflejos que en los sables envainados
suscita el sol que baja lentamente
tras los enormes cerros empinados
junto al cauce sin agua de un torrente.
Allá van los jinetes derrotados,
conformando cortejo reverente
a los huesos del jefe, descarnados.
Y al insensato corazón doliente
de Lavalle, que llevan sus soldados
metido en un botijo de aguardiente.
DOS CUADROS
"Pues bien, hay dos cuadros muy conocidos que perpetúan esa retirada trágica. Uno es de la pintora Leonie Mathis y representa a la fuerza unitaria saliendo de Jujuy;
-No -respondió Fabiani -y, aunque no tuvieran nada que ver una con otra, si el caso tiene interés basta con eso para exponerlo.
-Yo creo que lo tiene y ya verán por qué. Nicanor Blanes era hijo de Juan Manuel Blanes, el famoso pintor uruguayo protegido por Urquiza, cuyos primeros cuadros decoran el Palacio San José. Y que dejó algunos magníficos, como el que representa a Artigas, al juramento de los 33 orientales y el que muestra a Roca con su Estado Mayor junto al Río Negro, al culminar la Campaña del Desierto.
"Nació Nicanor en Montevideo y lo bautizaron en la iglesia Del Cordón, pero la constancia de su bautismo desapareció. Como en esos tiempos la partida de bautismo hacía las veces de acta de nacimiento y no se habían descubierto aún las posibilidades identificatorias de las impresiones digitales, Nicanor utilizó siempre la documentación correspondiente a un hermano suyo, mayor y del mismo nombre, nacido en Concepción del Uruguay y fallecido de chico''.
"Aprendió a pintar con su padre y estudió junto a su hermano Juan Luis en la Academia de Florencia, con los profesores Ciarafi, Ribalta y Gallori. Que resultaron buenos maestros, según lo evidencia la obra que nos ocupa''.
"Volvió a Montevideo en 1883, dedicándose a pintar. Pero la vida familiar salta en mil pedazos. Juan Manuel, el padre de Nicanor, se enreda en un tumultuoso romance con Carlota Ferreyra, la belleza de su época, casada cuatro veces, adicta a la morfina y mucho menor que él. Ella lo deja, se vuelve a casar en Buenos Aires, enviuda, regresa a Montevideo y Blanes le hace un retrato que, según los críticos, es uno de los mejores retratos de mujer pintados en América. La usa también como modelo para otras obras''.
NOVELON
"El escandaloso novelón no termina aquí. Pues, en 1886, Nicanor huye a Buenos Aires con la amante de su padre. Que luego lo abandona, sumiendo a Nicanor en una profunda depresión que agrava ciertas anomalías psíquicas que padece. Más tarde muere su hermano Juan Luis, atropellado por un tranvía de caballos. Nicanor se va a Europa''.
"En 1895, escribe desde allí, anunciando su vuelta a Montevideo en barco. Despacha su equipaje. El barco y el equipaje llegan conforme a lo previsto. Pero Nicanor no llega ni llegará nunca. Su padre, Juan Manuel, viaja para buscarlo sin éxito por toda Europa, hasta morir en Pisa en 1901.
El relato de O'Connor dejó sin aliento a sus oyentes pues, realmente, se trató de una historia terrible. Dijo finalmente Zapiola:
-Creo que valió la pena conocer este caso. Del cual algo sabía, ignorando sin embargo buena parte de sus detalles. ¡Caray, si me ha tenido pendiente! Pero no veo qué es lo que podamos resolver a su respecto.
-Supongo que nada -respondió O'Connor-. Si algo se podría