CON PERDON DE LA PALABRA

El Club Evaristo VII: el caso de las manos de Perón

El caso que voy a desarrollar hoy es el más reciente de los que  hemos considerado en nuestras reuniones. Y el misterio que  todavía lo rodea justifica ampliamente ocuparse de él –dijo para empezar Eduardo Ferro aquella cálida noche, que anticipaba el verano próximo. 

Dos ventiladores de techo giraban lentos en el pequeño comedor  del Asturias, pese a lo cual la frente del disertante se veía húmeda  de transpiración. Ferro siempre sorprendía con su decisión de dejar se o afeitarse los bigotes según el talante con que enfrentara el espe jo cada mañana. Llevaba un saco de hilo crudo, elegido para la opor tunidad. Claus Kleiner había dado parte de enfermo el día antes. 

–Se trata del robo de las manos del cadáver de Perón, que habría  tenido lugar el 29 de junio de 1987, aunque recién se descubrió al  mes siguiente, con motivo de una carta dirigida al presidente del  Partido Justicialista, Vicente Saadi. En la carta se informaba del robo de las manos, como así también del sable, la gorra, la capa, un  anillo y un poema dedicado por el general a su mujer, María Estela  Martínez, todo lo cual estaba dentro del ataúd, violentado por los  profanadores. También incluía la carta una exigencia de ocho millones de dólares en concepto de rescate.

En la Chacarita

”El hecho ocurrió en la bóveda de la familia Perón, en la Chacarita. Gobernaba a la fecha el doctor Raúl Alfonsín quien, por  pedido del Coti Nosiglia, jefe de una corriente interna del radicalismo  conocida como La Coordinadora, había nombrado jefa del cemen terio a una correligionaria, Lucía Alberti, con la que colaboraba el  líder de la barra brava boquense Carlos Bello.” 

–No la metás a Boca en el asunto –previno Alvarado, acérrimo  bostero. 

–Apunto el hecho nomás –se excusó Ferro. Y prosiguió: ”El partido peronista se negó a pagar el rescate. Si bien algunos  diputados recibieron, como prueba, pedazos del verso dedicado por  Perón a su mujer, acompañados por un mensaje firmado Hermes lai,  seudónimo que, según algunos, está vinculado con el nombre del  dios de los muertos entre los antiguos egipcios. 

”Detalles importantes a tener en cuenta: el cuerpo de Perón es taba protegido por una plancha de hormigón y un grueso cristal que,  para ser violentados, requerían un trabajo largo y ruidoso. Y, a fin de llegar a él, eran necesarias varias llaves, depositadas en distintos  lugares. Las oficinas administrativas del cementerio no están lejos de la tumba. Y las pericias judiciales establecieron que, en la operación, no habían actuado menos de 12 personas". 

”Pronto empezaron las acusaciones cruzadas y las hipótesis. El  gobierno le echó la culpa al peronismo y el peronismo le echó la  culpa al gobierno. Otros sospecharon la participación de los servi cios de inteligencia en el asunto, impulsados por uno u otro. No  faltó el que aseguró que el propósito había consistido en contar con  un dedo de Perón para, utilizando su impresión digital, acceder a  una caja con que el difunto contaría en un Banco suizo. También se  pensó que López Rega le cortara las manos para apoderarse de las  mágicas virtudes conductivas de su jefe y que a éste lo habrían enterrado en la Chacarita ya sin manos. Años después, desde el diario  Página 12, Jorge Lanata metió en danza a la logia italiana P2,  arriesgando que miembros de la misma se habrían tomado una ven ganza ritual, por algún incumplimiento de Perón a compromisos  contraídos para con la organización secreta. También un libro re cogió esta teoría".  

”Como ven, hay sospechas para todos los gustos. Incluso hubo  un memorioso que recordó un detalle singular. Estaba finalizando la Segunda Guerra Mundial cuando los norteamericanos quisieron  alinear detrás suyo a las naciones del continente, firmando el acta final de la conferencia realizada en Chapultepec, Méjico. Perón aseguró que antes que firmarla se dejaría cortar las manos. Pero, cuando contó con poder suficiente, la firmó. Viniendo a perder las manos cuarenta años después".

La muerte del juez

”Curiosidades aparte, lo cierto es que el caso fue cobrando aspectos más alarmantes cuando el juez que entendía en la causa respectiva, doctor Jaime Far Suau, denunció que estaba siendo objeto  de continuas amenazas para que no profundizara la investigación.  Luego pidió fondos a la Cámara para viajar oficialmente a España y entrevistar allí a la viuda de Perón en pos de nuevos datos. La autorización le fue denegada. Y Far Suau viajó igual, pagando el viaje  de su bolsillo. Al regresar, uno de los testigos que se proponía in terrogar murió súbitamente. Las amenazas no cesaron, hasta el  punto que la mujer de Far Suau fue secuestrada por unas horas. Éste, así presionado, resolvió abandonar la Justicia, cosa que comunicó a sus amigos. No llegó a hacerlo porque falleció en un extraño  accidente automovilístico, al incendiarse su coche después de volcar, habiéndose salido del camino al regresar de Bariloche, en una  curva poco pronunciada. Las gomas del coche habrían sido infladas con gas en vez de aire". 

”Luego de su muerte tomó estado público un escrito del juez,  presentado por su apoderado, uno de cuyos párrafos decía: Creo que estamos ante una maniobra aberrante, tramada para mantener  la impunidad de un hecho delictuoso bochornoso, al mismo tiempo  que se habla irresponsablemente de esclarecimiento para dejar a  salvo el cumplimiento de los deberes del Estado". 

”La alusión de Far Suau se refería a declaraciones formuladas por el entonces ministro del Interior, doctor Tróccoli, quien había anunciado que el caso estaba en vías de ser aclarado. Esto es más o  menos todo lo que he podido averiguar sobre el asunto y reconozco  no estar en condiciones de presentar una teoría razonable, referida a  quiénes pudieron ser sus autores. Espero la opinión de ustedes al  respecto. 

Coincidieron todos en cuanto a que la exposición de Ferro había  sido completa y objetiva. Y, como él, tampoco los demás presentes  se consideraban capaces de ofrecer una hipótesis sólida, apuntada a aclarar el misterio. Habló por fin O’Connor y dijo: 

–Realmente es todo un problema el que has expuesto. Y, como  quien tantea el terreno antes de avanzar, me permitiré reflexionar en voz alta a fin de señalar algunas líneas generales que nos puedan servir para llegar a una conclusión verosímil. ¿De acuerdo?

–De acuerdo. 

Especulaciones

–Bueno, en primer lugar habría que establecer si éste fue un  hecho delictivo convencional, apuntado sencillamente a cobrar un  rescate. Porque no hay que descartar esta posibilidad solamente  porque derive de ella una solución demasiado fácil. A veces las soluciones fáciles son las verdaderas, aunque descubrirlas no halague  nuestra inteligencia. Bien, pregunto entonces: ¿el robo de las manos de Perón obedeció, simplemente, al propósito de cobrar los ocho  millones de dólares exigidos para devolverlas? 

–Creo que no –respondió Gallardo–. Si se hubiera tratado de  eso, no se habrían producido las amenazas al juez ni su posible eliminación. Al menos no conozco casos en que los secuestradores  fueran tan lejos, en vez de limitarse a tratar de cobrar el rescate pre tendido. Por otra parte, no parece que se empeñaran mayormente en  procurar el cobro ni regatearon al respecto, ofreciendo descuentos, como haría cualquiera que anduviera detrás de la plata. Yo creo que  aquí jugaron factores políticos con ingredientes rituales. 

–Resulta atractiva la hipótesis de que López Rega, que por algo  lo llamaban El Brujo, le haya cortado las manos al caudillo para  convertirse en heredero de su aptitud para atraer multitudes. Sobre  todo, tuvo la oportunidad de hacerlo mientras el cuerpo permaneció  en la capilla de la quinta presidencial, –opinó Cueto. 

–Sí, es una hipótesis atractiva –admitió Ferro–, pero las pericias  judiciales establecieron que el corte en las muñecas era de corta  data. 

–¿Es una evidencia incuestionable? 

–Parece que sí. Además, habría que descartar también la posibilidad de que los pulgares de esas manos pudieran haber servido para  activar el acceso a una caja de seguridad en suiza. No había allí cajas que se abrieran de ese modo. Ni es de suponer que las impresiones  digitales de Perón estuvieran tan bien conservadas como para per mitirlo.  

–Veamos entonces el lado político de la cuestión. Primero desde  el peronismo y después desde el radicalismo –siguió diciendo Cue to–. Empecemos por el peronismo: ¿qué ganaba con la tropelía de  turbar el descanso de su fundador y, de yapa, ultrajar sus restos?  Sinceramente no veo que pudiera sacar alguna ventaja de eso. 

–Bueno –comentó Medrano –podría tratarse de una interna, donde una de las partes considerara conveniente ser depositaria de las manos de Perón, conservándolas como reliquias. Al fin de cuen tas, los cristianos destrozaron los restos de Santa Teresa de Ávila  para hacerse de reliquias de la santa. 

–No los veo a los peronistas tan piadosos. Esa hipótesis, a mi  ver, vuelve a llevar a López Rega. Y hemos descartado la posibilidad  de que haya sido El Brujo quien realizó el atropello. 

–¿Y la P2? 

–No hay muchos motivos para echarle la culpa. No consta que  Perón haya pertenecido a ella ni que hubiera incumplido algún com promiso a su respecto.  

–Con lo cual sólo queda por analizar el caso como obra de los  servicios de inteligencia o del gobierno radical. O del gobierno radical por medio de los servicios de inteligencia. 

–Leí por ahí que los radicales impulsaron el asunto porque iba a  haber elecciones y creyeron que, de esa manera, recordarían al elec torado las tendencias violentas del peronismo. A mí ese razonamiento  me parece demasiado rebuscado –dijo Ferro. 

 –Entonces, ¿qué? 

–Que tal vez quisieron dejar mal a sus adversarios, mostrándolos  como unos avaros, incapaces de gastar plata para pagar el rescate. 

–Puede ser, pero da la impresión de que se hubieran corrido de masiados riesgos detrás de un objetivo poco importante. 

–Repito. Entonces, ¿qué? 

–Que al fin de cuentas estamos ante un enigma. A cuyo respecto sólo podemos formular aproximaciones. Fundadas en hechos concretos. Las cuales, a mi ver, comprometen a los radicales. 

–¿Y cuáles serían esos hechos concretos?

–Que el ingreso a la tumba insumió mucho tiempo, que los tra bajos fueron ruidosos y que las oficinas administrativas del cementerio estaban cerca. De modo que las autoridades de éste tuvieron  que hacerse las distraídas mientras operaban las doce personas que  realizaron la tarea. Recordemos que la directora de La Chacarita  estaba puesta por el gobierno. Además, hay que tener en cuenta el  escrito de Far Suau, imputando al ministro Tróccoli haber anunciado  sin razón que el asunto se hallaba en vías de ser aclarado. 

–No es suficiente –afirmó Fabiani–. Yo creo que la culpa tiene que ser de los peronistas. Como siempre. 

–¿Por qué? 

–Porque sí. 

–¿Y los servicios? 

–No se advierte que tuvieran intereses propios en la cuestión.  Así que, si actuaron, lo hicieron por cuenta de alguien. Con lo cual  estamos como al principio. 

–Si no hay más elementos de juicio que aportar ¡a votar se ha  dicho! 

–Esto se parece a las elecciones nacionales, donde se vota sin  saber bien a quién ni por qué –sentenció Medrano. 

–Insisto. A votar. 

Tal como era de prever, la votación no sirvió para aclarar nada.  Hubo dos votos imputando la operación al peronismo, tres al radi calismo, uno a López Rega, otro a los servicios de inteligencia y  tres abstenciones. Eso sí, todos los presentes estuvieron de acuerdo  en que trajeran el coñac para brindar.