CON PERDON DE LA PALABRA

El Club Evaristo VI: el caso de Pierre Benoit

Transcurría el gobierno de Néstor Kirchner cuando, durante una de los almuerzos que, con asistencia de la familia de sus socios, realizaba esporádicamente el Club Evaristo, les tocó vivir a todos ellos –socios y familiares- una aventura real  que, contrariamente a lo que sucedía con los casos tratados habitualmente, implicó un riesgo cierto para los parroquianos del restaurant Asturias.

Se trató de un almuerzo, como dije, y el comedor del Asturias estaba bastante poblado. Sería la una de la tarde cuando se empezó juntar gente en la calle Tacuarí, frente al restaurant. Gente que comenzó a gritar cosas que no se entendían muy bien y a darle al bombo sin asco.

Alguien salió a ver qué pasaba, enterándose de que eran manifestantes que allí se estaban concentrando, para dirigirse luego al Ministerio de Trabajo  a fin de hacer oír su protesta. No eran mucho más de veinte sujetos, más vale mal entrazados, que, con ánimo de fastidiar al prójimo, cortaron el tránsito de Tacuarí y, ya que estaban, también el de Alsina. Situación que ocasionó un fenomenal atascamiento, observado por la policía que, como venía sucediendo últimamente, tenía instrucciones de no hacer nada.

¿Quiénes eran los manifestantes y qué querían? Cueto se encargó de averiguarlo, estableciendo lo siguiente: se trataba de un grupo de desocupados que recibían subsidios del gobierno. Ayuda que les permitía vivir mejor que alguna vez que trabajaron, motivo por el cual se cuidaban muy bien de buscar ocupación. Pero ocurría que estaban reclamando el pago de un suplemento por vacaciones.

El funcionario interviniente les hizo notar que el suplemento es un agregado al pago de las vacaciones, que éstas se otorgan para descansar del trabajo y que, como ellos no trabajaban, no tenían por qué descansar ni contaban con motivos para percibir el plus. Replicó el representante de los desocupados –un gordo en camiseta musculosa- que si todo el mundo contaba con vacaciones pagas ellos también debían disfrutarlas y que no otorgárselas ni abonarles el respectivo plus implicaba una clara discriminación, contraria a la política del gobierno en materia de Derechos Humanos.

Como al funcionario no le convenció tal argumento, el gordo  anunció que se manifestarían frente al ministerio, para impedirles dormir la siesta a los empleados del mismo a puro golpe de bombo.

Desestimada la amenaza se retiró el delegado y citó a sus representados en la esquina de Alsina y Tacuarí para, luego, dirigirse todos hacia la Diagonal Sur para vociferar frente al Ministerio y, de paso, embadurnar con alquitrán la estatua ecuestre del general Roca, como si ya no estuviera suficientemente enchastrada.

Así las cosas, ante la pasividad policial, los automovilistas empezaron a impacientarse, haciendo avanzar lentamente sus vehículos sobre los diez manifestantes que ocupaban la calle Tacuarí. Los cuales optaron por  tirarles ladrillos, recogidas en una obra próxima. Y ocurrió que uno de esos ladrillos dio en la ventana del Asturias, haciendo saltar el vidrio en pedazos.

La totalidad de Los Evaristos  consideró que aquello resultaba intolerable. Guiados por Avelino marcharon en bloque hacia un cuartito donde se depositaban trastos fuera de uso y les arrancaron las patas a sillas y mesas derrengadas. Armados con ellas y encabezados por Zapiola, que sentía bullir en su sangre los ímpetus bélicos de su antecesor, cargaron sobre los manifestantes. Que, aterrados, se vieron venir a once energúmenos resueltos a arderlos a palos, guiados por un señor mayor que vomitaba términos soeces. 

El primero que recibió un palo en las costillas fue el gordo. Que ordenó la retirada entre el regocijo de los automovilistas quienes, como homenaje a sus libertadores, comenzaron a hacer sonar rítmicamente las bocinas de sus coches. 

A la retirada de los diez manifestantes que cortaban el paso de la calle Tacuarí se sumó la de aquellos que cortaban la calle Alsina. Normalizado el tránsito, público y automovilistas ovacionaron a Los Evaristos.  Zapiola, después de rajarse un par de tacos, agradeció el saludo en nombre propio y de sus compañeros. El Club Evaristo había recibido su bautismo de fuego. 

LINEAS DINASTICAS

 Salustiano Pérez, secretario permanente del club, se hizo cargo de  exponer el caso que se trató en la sesión siguiente a la entrada en combate de  la institución. Y empezó diciendo:

"Estimados amigos: no ignoran ustedes que soy un hombre de ideas avanzadas, no lejanas al anarquismo. Pese a ello he elegido desarrollar un caso vinculado con monarquías y líneas dinásticas. Lo cual se debe a que el caso reviste interés y estimo que se justifica abordarlo pese a mis reparos y aunque, seguramente, no podamos dilucidar los interrogantes que lo rodean. Eso sí, me comprometo a tratarlo objetivamente, dejando de lado prejuicios y simpatías.

Pérez es un sujeto alto, algo encorvado, que usa anteojos sin montura y tiene el pelo un poco alborotado. Aunque él lo ignora, Medrano lo llama La Torre de Babel, recordando un personaje que se le parece y que figura en la novela de Gironella Los Cipreses creen en Dios.

En el año 1818- comenzó diciendo -llegó a estas playas un hombre joven, cuya verdadera identidad constituye un enigma que nunca pudo resolverse y que, probablemente, nunca se resuelva. Era un ingeniero de la marina francesa y se llamaba Pierre Benoit".

-¡Pará la música! -interrumpió exaltado Zapiola. -¡Estás hablando de un pariente mío!

-No te lo discuto- replicó Pérez. –Más aún, confirmo el parentesco. Una de las obras que consulté sobre este asunto la escribió Federico Zapiola.

-¿No ves? Pero seguí nomás. En todo caso contaré algún detalle cuando se abra el debate.

 "Sigo entonces. El viajero llevaba el apellido de una familia que lo había criado, educándolo con esmero e invirtiendo en ello sumas cuyo origen nadie sabía. El mismo Napoleón Bonaparte se interesó por que a los Benoit nunca le faltaran medios para vivir con desahogo. Y parece que el viajero llegó con una carta de recomendación del emperador.

Rivadavia le dio trabajo en el Departamento de Ingenieros de la Provincia de Buenos Aires. Además de ingeniero era arquitecto y formó parte de la primera generación de arquitectos neoclásicos del Río de la Plata.  Se casó con María de las Mercedes Leyes y tuvo dos hijos y una hija. Fue un hombre fino, pintaba cuadros con motivos navales, diseñó el mausoleo de la familia de Rosas y el frontispicio de la catedral porteña. Insinuó a sus hijos que en su pasado había una gran tragedia y no les permitió que aprendieran a hablar francés, como para poner de manifiesto una ruptura definitiva con su patria. Siempre temió que lo mataran.

Tenía casa en Bolívar e Independencia. Y se encontraba allí, en cama, pues padecía desde tiempo atrás una afección a la cadera, cuando se hizo anunciar un recién llegado, a quien Benoit llamó doctor, conversando con él largo rato en francés. Cuando el visitante se retiró, Benoit dormía. No volvió a despertar. Años después, cuando se hizo un análisis de sus restos, se estableció que había muerto envenenado con arsénico. 

Pronto, por vía familiar, corrió un rumor que las extrañas circunstancias de la vida y la muerte del marino contribuyeron a alimentar. Se empezó a decir que Pierre Benoit era, en realidad, el Delfín de Francia, hijo de Luis XVI y de María Antonieta, es decir Luis Carlos de Borbón, heredero del trono donde, en caso de ascender a él, hubiera reinado como Luis XVII".

EL DELFIN

-¡A la marosca!- exclamó Cueto –Algo había oído de esta historia pero, por favor, recordame cuál fue el final del Delfín.

"El Delfín fue aprisionado con sus padres y permaneció en la Torre del Temple cuando éstos fueron trasladados a la Conserjería. Quedaron al cuidado del  Zapatero Simón y su mujer, un matrimonio siniestro que le dio un trato cruel. Se dijo que allí murió, tuberculoso, y que lo enterraron en el cementerio de Santa Margarita. Pero, mucho tiempo después, fueron exhumados sus restos y se comprobó que los mismos no correspondían a Luis Carlos. 

Se han realizado algunas investigaciones en base al ADN de Benoit y de un corazón conservado en alcohol que habría correspondido al Delfín. El resultado de los mismos descarta la hipótesis de que se tratara de la misma persona. Pero ocurre que no hay certeza respecto a que los restos de Benoit fueran de éste y a que el corazón del Delfín fuera el suyo.

Un último dato muy sugestivo: Benoit firmaba sus cuadros con las siguientes iniciales LCRFPB. Que, según algunos, significaban LUIS CARLOS REY DE FRANCIA PIERRE BENOIT.

Sólo quiero agregar que Mujica Láinez escribió sobre este caso un bello cuento que se llama La Escalera de Mármol".

LA DISCUSION

-Bueno, saquémosle punta al caso- propuso Ferro. –Y veamos cuáles son los detalles curiosos en la existencia de Benoit. El primero sería la circunstancia de que no usara su apellido, manteniéndolo en reserva; el segundo la preocupación de Napoleón respecto a que recibiera una esmerada educación; el tercero la carta de recomendación del Emperador; el cuarto su negativa a hablar del pasado; el quinto la prohibición de que sus hijos aprendieran francés; el sexto la insinuación referida a que había sufrido una gran desgracia; el séptimo su temor a que lo mataran; el octavo la visita del francés al que llamó doctor y que nadie conocía; el noveno el hecho de que lo envenenaran; el décimo las iniciales con que firmaba sus cuadros. Diez detalles sorprendentes que no se compaginan con la vida de un hombre corriente. A los que cabe agregar los referidos al Delfín de Francia y a la sustitución de su cadáver, que lleva a pensar que pudo no haber muerto cuando se dijo que había muerto.

-Sí- acotó O’Connor, -pero las comprobaciones de ADN negarían la posibilidad de que Benoit y el Delfín fueran la misma persona.

-De acuerdo- coincidió Fabiani. –Aunque parece que no se llevaron a cabo sobre  restos indudablemente pertenecientes a ambos.

-Y entonces ¿qué?- se interrogó Gallardo.

-Entonces, que Benoit era hijo de Napoleón- disparó Medrano.

-¿Cómo decís?

-Digo que Benoit era, sin duda, un hombre importante. Tanto que Napoleón se interesó por su educación y le dio una carta de recomendación para el gobierno argentino. Pero que fuera importante no quiere decir que fuera el Delfín. En cambio, si consideramos quién se preocupó realmente por él, fue Napoleón. Que lo hizo como lo hace un padre con su hijo.

-Esa es realmente una idea original. Aunque bastante antojadiza- saltó Zapiola, quien prefería que su antecesor indirecto hubiera sido Luis XVII. –Y les voy a dar otro dato: en mi familia se decía que, cierta vez, cuando  le preguntaron a Benoit el nombre de su madre, respondió: María Antonieta.

-Es otra versión sin mayor respaldo- retrucó Medrano, algo amoscado.

-Bueno, los invito a votar respecto a que Pierre Benoit haya sido o no el Delfín de Francia. Yo voto en contra- manifestó Fabiani.

La votación resultó empatada cinco a cinco. Llamado Avelino para desempatar, dijo:

-No me meto en cuestiones de reyes franceses, que ni me van ni me vienen.