Con perdón de la palabra

El Club Evaristo V: El caso de la Maldonada

Fue Fabiani el expositor designado para animar el encuentro  del mes de septiembre. Los jardines de Palermo ya habían sufrido la tumultuosa invasión juvenil a que da lugar la llegada de la primavera, los ciruelos y perales se engalanaban en rosa y blanco, mientras la cara de los adolescentes aparecía decorada con granitos estacionales. ­

-En nuestra última reunión -comenzó Fabiani-, convinimos que los asuntos a tratar aquí serían considerados policiales en la medida que presentasen algún aspecto enigmático o sea que para su aceptación se adoptaría un criterio muy amplio. El que voy a desarrollar ahora no constituye un enigma, pero considero que se justifica traerlo a colación para determinar si se trata de un caso histórico o de una leyenda. Y con él retrocedemos nuevamente a los tiempos de la desgraciada expedición de don Pedro de Mendoza, de la cual ya nos  ocupamos cuando Andrés habló de la ejecución de Juan Osorio.

-Adelante -concedieron varios.

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EL HAMBRE­

"El real o campamento establecido por el Adelantado junto al Riachuelo eran unos cuantos ranchos con techo de paja, protegidos por un cerco de palo a pique. Talas, ceibos y coronillos crecían más allá del cerco. Y, atrás del monte, acechaban los indios que se mostraban implacablemente hostiles.

"A poco de llegar los barcos los habían contemplado con asombro, sin entorpecer la instalación de sus tripulantes en tierra. Pero, pronto, la curiosidad inicial fue reemplazada por una creciente animosidad. Que se reflejó en la interrupción del suministro de víveres con que habían auxiliado al comienzo a los recién llegados. Aquel cese de aprovisionamiento, a su vez, fue reemplazado por el ejercicio de la violencia cuando éstos se vieron precisados a abandonar el campamento en procura de alimentos. Y, a continuación, cayeron  sobre el techo de paja de los ranchos algunas flechas incendiarias, que dieron lugar a quemazones. Pronto sofocadas pero elocuentes para revelar los peligros que amenazaban al precario establecimiento. De yapa, los querandíes espantaron las gamas y avestruces que proliferaban en la zona con lo cual, aunque los españoles abandonaran su reducto para hacer alguna presa, no hallaban qué cazar. La presencia de pumas y jaguares en las inmediaciones contribuía a complicar la vida en Buenos Aires''.

"Así llegó el hambre a la población incipiente. Un hambre terrible, cada vez peor. Se cometieron crímenes para obtener un bocado. Los culpables fueron ajusticiados y no faltó algún desesperado que  allegándose a las horcas de donde pendían sus cadáveres, sació momentáneamente el hambre de manera abominable. Pero las autoridades del campamento, amén de castigar los delitos cometidos para aplacar el hambre, establecieron la prohibición rigurosa de abandonar el poblado y confraternizar con los indios, cosa que se consideró  pasarse al enemigo''. ­

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CATALINA­

"Se contaba entre los habitantes una mujer llamada Catalina Vadillo. Que, acosada por el hambre, huyó una noche del real, pese a conocer la prohibición de hacerlo. Siguió el curso de un arroyo y  caminó sin parar, hasta que no contó con fuerzas para seguir adelante. Resolvió entonces descansar y, con intención de hacerlo, se metió en una cueva de poca profundidad que aparecía en la barranca de tosca del arroyo. Pero, apenas entró a la cueva, un gruñido aterrador le heló la sangre. Y observó que la cueva también servía de refugio  a una hembra de puma que estaba echada en el fondo''.

"Era tarde para huir pues, en cuanto amagara hacerlo, la fiera se echaría sobre ella para despedazarla. De manera que se quedó in móvil. Y así cayó en la cuenta de que la puma estaba en trance de  parir y gemía en forma lastimera. Sintió lástima por el animal, acer cándose para prestarle ayuda. Y, guiada por su intuición femenina, se dio maña para que la leona alumbrara felizmente sus cachorros''.  ­

"Descansaban mujer, leona y cachorros, cuando llegó un indio que apresó a Catalina, haciéndola su mujer''.  ­

"Poco después, una partida de españoles que abandonara Buenos Aires para combatir a los indios cayó de improviso en los toldos, dispersó a los salvajes y, al descubrir a la fugitiva, se la llevó de vuelta al campamento. Allí mandaba Francisco Ruiz Galán pues Mendoza, gravemente enfermo, había partido de regreso a España, donde no llegaría con vida''.

"Por cuanto Catalina había violado la prohibición de confraternizar con el enemigo, fue condenada a una muerte cruel: la ataron a un árbol, cerca del arroyo cuyo curso había seguido en su huída, para que la devoraran las fieras. A raíz de su triste suerte la empezaron a llamar La Maldonada y Maldonado al arroyo junto al cual debía  encontrar su fin''.

"Transcurridos tres días, los verdugos decidieron comprobar el  cumplimiento de la condena. Y cuál sería su sorpresa al hallar viva a La Maldonada y una leona tendida junto a ella''.

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RETRIBUCION

"¿Qué había pasado? Es fácil imaginarlo. Entre las fieras que se acercaron para devorar a Catalina llegó la leona a la que auxiliara en un parto difícil. La cual, reconociendo a su benefactora, la defendió  con bravura salvándola de la muerte.­

"Impresionados los españoles por ese hecho extraordinario le perdonaron la vida, permitiéndole volver al campamento. El arroyo  Maldonado se sigue llamando así en la actualidad''. ­

"Pues bien, señores, esto es lo que sabemos respecto a Catalina Vadillo, La Maldonada. Nos toca decidir ahora si, a nuestro enten der, este relato debe considerarse historia o leyenda''. ­

Los socios del Club Evaristo aplaudieron las palabras de Fabiani pues, realmente, les había narrado una hermosa historia. O una bella leyenda.

Tomó la palabra Zapiola y dijo:­

-Muy lindo tu cuento, caracho. Pero no es fácil resolver sobre su  naturaleza. ¿Vos qué creés? -preguntó, dirigiéndose al expositor.

-Para mí que es cierto. O al menos tiene una base verdadera, adornada con el transcurso del tiempo.

-Yo en cambio creo que es una leyenda nomás -terció Pérez-. Porque, fíjense, hay una historia parecida, vinculada con una cristiana arrojada a los leones en el Coliseo. Y está también la de Androcles y el León.

-Sí, es verdad. Pero quién te dice que todas no sean ciertas. Oíme, Fabiani ¿en qué te basás para suponer que el caso sea verdadero?

-Me baso en que Ruy Díaz de Guzmán lo recoge como auténtico. ­

-Pues entonces aceptemos el testimonio de Ruy Díaz de Guzmán  ¿Por qué dejarlo como mentiroso? ­

-Bien -completó Avelino-, llegó el momento de brindar. Hagámoslo por el cronista Ruy Díaz de Guzmán y por el comisario Evaristo Meneses. ­

-Y por nuestro amigo Alberto Medrano, que ha tenido su primer hijo.­