En Yapeyú, nace una bella esperanza para la patria: el general don José de San Martín
Por Santiago Miguel Rospide *
Nacía un 25 de febrero de 1778 en Yapeyú antigua tierra de las reducciones jesuíticas guaraníes, el hombre cuyo genio militar nos daría libertad, consolidando así nuestra independencia nacional. En su primera época con tan sólo once años de edad nuestro futuro héroe imitará a su padre y hermanos incorporándose como cadete en el regimiento de infantería de Murcia. A los trece años y aunque no tenía la edad suficiente para entrar en combate pidió permiso a su jefe de regimiento para marchar al frente y así tener su bautismo de fuego en el sitio de Orán, al norte de África; y este le fue concedido. Tenía trece años y en términos actuales ya era todo un veterano de guerra.
¡Qué valentía, qué modelo de patriota a esa edad, cuánto orgullo sentiría la familia de San Martín! Luego de los sucesos que conmovieron a Europa a partir de julio de 1789 estará presente en las campañas militares contra las tropas revolucionarias francesas y cuando más tarde Francia invada el reino español allí estará también presente nuestro futuro Libertador. Participará en varios combates y batallas, se lo verá siempre en primera línea, en la llanura, en la montaña y en el mar, sí, como aquella ocasión cuando estaba embarcado en la Santa Dorotea y se enfrentó con los ingleses.
Irá incrementando su experiencia en la conducción táctica, ocupará puestos importantes asesorando y asistiendo a grandes generales de la época, adquiriendo así un pensamiento estratégico que luego materializará en su futuro plan continental. Pero hay un dato singular, un dato poco conocido aquí. Como hemos mencionado antes San Martín fue un hombre de la infantería, heredera de los tercios españoles; arma junto a la cual se distinguió durante dieciocho de los veintidós años de vida militar en la península.
Durante la guerra de la independencia que España libra contra la invasora Francia y luego de su participación valerosa e intrépida en el combate de Arjonilla nuestro arquetipo pasó a formar parte de la caballería española, arma con la cual arribó a Buenos Aires en 1812. Luego de la batalla de Bailén será condecorado y ascendido a teniente coronel. Pero llegados a este punto de nuestra descripción -en que queremos brindar un semblante- es importante aclarar que la invasión de tropas napoleónicas en el reino español no sólo provocó daños materiales y pérdidas en vidas humanas por doquier. Hay algo más, algo que sobresale, hay un espíritu de novedad que lo invade todo, que lo transforma todo. Han surgido unas ideas que irán socavando los cimientos de la tradición española y por ende éstas también cruzarán el Atlántico. Es el espíritu de la revolución francesa, revolución que terminó provocando nuestra autonomía de España en las gloriosas jornadas de Mayo de 1810, materializadas éstas gracias al apoyo firme del regimiento de Patricios de Buenos Aires al nuevo gobierno, según atestigua la proclama de la Junta del 29 de mayo de ese año y que por eso se fijó ese día como el de la creación del Ejército Argentino.
Como nuestro Gran Capitán de los Andes conoce el daño, el desorden y la anarquía que este nuevo espíritu europeo provoca en las sociedades del viejo mundo, decide regresar a su patria de nacimiento para liberarla y salvarla de la tiranía. Lo que vino después pertenece a la historia grande de Sudamérica: San Lorenzo, la epopeya de los Andes, la independencia de Chile, Perú y la contribución de las tropas sanmartinianas para apoyar al libertador del norte en la liberación del Ecuador.
La fe por una causa justa
¿Qué representa San Martín, esta figura egregia, titánica y monumental para nuestra historia argentina? Pues bien, San Martín representa la fe por una causa justa, el amor a la Patria, la pasión por la libertad, eso sí, sin renegar de todo lo bueno que España hizo por América. San Martín representa la unidad de la patria americana y por esa causa se abocó con tanto ardor que pudo exclamar: "Ante la causa de la América está mi honor, yo no tendré patria sin él y no puedo sacrificar un don tan precioso por cuanto existe en la tierra". Y no vaciló jamás, por eso siempre alentó a sus soldados, a su ejército diciéndoles: "Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas".
Finalmente cuando los españoles peninsulares fueron vencidos y nos liberó de los tiranos, siempre abogó con mucho celo por la custodia y defensa de nuestra libertad, alcanzada y conquistada con la sangre de nuestros gauchos, indígenas y negros, que contribuyeron generosamente a que tengamos una nación soberana.
Después de su entrevista con Bolívar en Guayaquil y no queriendo provocar una división en los ejércitos libertadores, se retiró de la escena pública, entregó el mando en el Perú y regresó a su tierra pero cuando arribó a Buenos Aires no fue comprendido por el gobierno de turno y tuvo que marchar al ostracismo. Desde entonces ya no pudo pisar el solar de su patria sino hasta después de muerto: "Desearía que mi corazón fuese sepultado en Buenos Aires", expresó en su testamento; pues en todo este período un dolor le aquejaba, expresándolo en carta a Guido del 6 de enero 1827: "Mi alma siente un vacío ausente de mi patria".
Años después de su retiro en 1838 y ya afincado definitivamente en Europa cuando fue amenazada nuestra soberanía e independencia se ofreció como voluntario para enfrentar primero a Francia y luego para hacerlo en el bloqueo anglo-francés de 1845, contra las dos mayores potencias militares del momento. Y fue tal la preocupación de San Martín en esta última agresión que la consideró: "De tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España". De allí que confirmara con esta acción lo que había manifestado en su testamento de 1844 de legar su sable corvo a Juan Manuel de Rosas: "Como una prueba de la satisfacción, que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la república contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tratan de humillarla".
Expiró en su casa de Boulogne sur Mer un 17 de agosto de 1850, quizá con el pensamiento que una vez le confesara a su gran amigo el general Tomás Guido, en carta del 18 de diciembre de 1826: "La conciencia es el mejor y más imparcial juez que tiene el hombre de bien".
No quiso jamás desenvainar su sable para derramar sangre de hermanos así como tampoco aprobó que sus compatriotas se unieran al extranjero para humillar a su patria. Siempre caballeresco, hombre sin doblez, soldado íntegro y patriota. Evoquemos entonces hoy a nuestro Libertador y que cada uno de los nacidos en esta tierra pueda mantenerse fiel al destino que trazó el Gran Capitán.
* Coronel. Profesor de Historia. Especialista en Historia Militar. Miembro de número y secretario académico del Instituto Argentino de Historia Militar.