Con perdón de la palabra

El Club Evaristo II

Los casos aquí presentados son rigurosamente históricos, no así los comentarios y debates a que dan lugar entre los miembros del Club, que tampoco son reales aunque algunos se parezcan un poco a amigos míos.

La semana pasada informé que los casos tratados en el Club Evaristo no están sujetos a un orden cronológico. Sin embargo, antes de debatirse el primero de ellos, los miembros tuvieron un almuerzo preparatorio donde se discutió el asunto, llegándose a la conclusión de que resultaba conveniente iniciar la serie con el primer crimen cometido en nuestra historia. Se trataría de un temperamento excepcional que, luego, sería reemplazado por una elección que prescindiera de las fechas en que hubieran ocurrido los sucesos a tratar.

Y sobrevino así el debate inicial, pues debió acordarse cuál fue aquel delito inaugural.­

-Para mí que fue la muerte de Solís- aventuró Medrano.­

-No, señor- lo refutó Zapiola, -ese no fue un delito sino una acción de guerra. ­

-¿Y nosotros no trataremos acciones de guerra?­

-Supongo que sí, pero tendrán que presentar algún aspecto enigmático.­

-Bueno, si descartamos la muerte de Solís ¿cuál les parece que fue el primer crimen incorporado a la historia nacional?- interrogó Fabiani, recapitulando.­

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EL MAESTRE­

­Era un hermoso mediodía del otoño porteño, la mejor de las estaciones del año en Buenos Aires, más pareja y menos ventosa que la primavera. Las golondrinas todavía no habían comenzado a abandonar las palmeras de la Plaza de Mayo.

Gobernaba la viuda de Néstor Kirchner, concluida la gestión de su marido que, desde la lejana Patagonia, había llegado a terciarse la banda presidencial por una suma de circunstancias más o menos azarosas, falleciendo luego de concluir su mandato, en circunstancias también azarosas.

-Creo que el primer crimen recogido por nuestra Historia fue la injusta ejecución del maestre de campo Juan  Osorio, por orden de don Pedro de Mendoza- aventuró Ferro.­

-De ningún modo- retrucó O'Connor. Tampoco esa muerte constituyó un crimen, pues se trató de una sentencia de muerte dictada por el Adelantado.

-Una sentencia injusta, que bien puede considerarse un asesinato- acotó Kleiner.­

-Además, el hecho ocurrió en la costa brasilera.­

-Pero nadie ha de negar que la figura de Mendoza forme parte de la Historia argentina. ¿O vamos a dejar afuera de ella al fundador de Buenos Aires?­

-¡Tenga mano, tallador! ¡Mendoza no fundó Buenos Aires!- intervino Zapiola.­

-¿Cómo qué no la fundó? Entonces ¿qué hizo en la barranca del Riachuelo, por ahí por donde está el Parque Lezama?­

-Levantó un campamento para reparar el casco de sus barcos, roído por la carcoma durante el viaje. Cosa que tampoco realizó donde está el Parque Lezama sino algo más lejos, como para el lado de Barracas. En cualquier caso, al establecer aquel campamento don Pedro no se propuso fundar ninguna ciudad.

-¿Y estás seguro de eso?­

-Claro, los gallegos son muy formalistas.­

-Mendoza no era gallego.­

-Digo gallego en forma genérica, como decimos aquí. Pero me rectifico. Los españoles son muy formalistas y la ceremonia de fundar una ciudad estaba perfectamente reglamentada. Mendoza no cumplió esas formalidades. Pero, sobre todo, no llevó a cabo algo que resultaba fundamental para fundar una ciudad.­

-¿Qué?­

-Formar el cabildo, hombre. Y designar a sus integrantes. Repito: Don Pedro de Mendoza no fundó Buenos Aires. El que la fundó fue Juan de Garay. No hay que mezclar los tantos- resopló Zapiola, terminante.

-Nos estamos yendo por las ramas. A mí me parece que la muerte de Osorio bien puede ser el primer caso para dar comienzo a nuestras actividades. Y propongo que lo exponga Alvarado, que para algo es presidente- manifestó Ferro, con alguna solemnidad. ­

Pese a algunos rezongos, la propuesta fue finalmente aceptada y a Alvarado le cupo la responsabilidad de presentar el primer caso debatido en el club, el último viernes de un ya lejano mes de abril.­

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LA EXPOSICION­

Engullidos los fiambres introductorios, consumido hasta el último caracú del puchero, concluido el postre de vigilante y servido el café que, en el caso de Fabiani es una taza de boldo, Alvarado ordenó algunos papeles para dar principio a su actuación. Ocupa la cabecera de la mesa y, encima suyo, contra la pared, se recorta, airosa, la silueta del Plus Ultra, complementada por cuatro medallones correspondientes al comandante Ramón Franco y a sus compañeros Ruiz de Alda, Durán y Rada. Después del inevitable carraspeo arrancó el presidente:­

-Señores -dijo. Y se quedó callado, sin atinar a seguir. Un trago de vino reforzó su ánimo y, ahora sí, comenzó la exposición:­

"Ya saben ustedes que la de Pedro de Mendoza fue una expedición importantísima y desgraciada. Importantísima porque constaba de mil quinientos hombres, embarcados en trece naves, número que no creo  influyera en su mala fortuna, aunque vaya uno a saber. Pienso que, más bien, pudieron atraerla otras causas, como ser la participación de don Pedro en el saqueo de Roma o las malandanzas que fueron causa de los males que venía padeciendo.

Porque Mendoza viajó enfermo y, probablemente, el principal motivo de su viaje fuera la búsqueda del Arbol de la Salud. Padecía el conquistador las consecuencias de ciertas conquistas indebidas y venía en busca de esa planta que, según había oído, bien podía curarlo.­

¿Cuál era el árbol? No se sabe bien. Pero parece que se trataba de una planta tropical, el Guayacán, poseedora de modestas virtudes antifebriles''.

-Y si era una planta tropical -interrumpió Kleiner- ¿por qué la vino a buscar al Río de la Plata?­

-No sé, habría que preguntarle a él. Aunque tal vez se debiera a que otros ya la habían buscado en América Central sin éxito. Y se admitía que las orillas poco exploradas del Plata podían albergar maravillas desconocidas. Continúo.­

Al margen de los posibles motivos apuntados, parece que a la injusta muerte de Juan  Osorio se le atribuyó haber atraído las mayores desgracias que persiguieron al Adelantado y su expedición.­

-Pero no todas fueron desgracias- opinó Medrano-, Ulrico Shmidl  cuenta que, en el buque en que él viajaba, también se embarcó Jorge Mendoza, primo de don Pedro. Y que, cuando la flota se detuvo para abastecerse de agua en las Canarias, el mozo se enamoró de la hija de un vecino rico, desembarcó con doce hombres y se trajo la dama a bordo,  sus doncellas y vestidos. El padre armó un escándalo y, desde tierra, dispararon cuatro tiros de cañón contra el buque. Se hizo presente el alcalde del lugar y, con acuerdo de la interesada, se unió a la pareja en matrimonio y ambos se quedaron a vivir en la isla. ­

-Sí, es verdad que eso ocurrió y la anécdota la recoge Vicente Sierra.  Bueno, sigo adelante:­

"Provista de agua, ya sin Jorge Mendoza pero con tres barcos que se le habían agregado en Canarias, la flota navegó hacia el suroeste, superó la isla Fernando de Noronha y llegó a Río de Janeiro en noviembre de 1535. Allí ocurriría el penoso suceso que nos ocupa.­

El Maestre de Campo Juan  Osorio comandaba la infantería de don Pedro. Era un hombre bien parecido, popular entre sus soldados y se llevaba mal con Juan de Ayolas, alguacil de la expedición. Quien parece que intrigó contra Osorio y le comunicó a Mendoza que se proponía suplantarlo en el mando. El Adelantado le hizo un proceso secreto y, condicionado por los infundios de Ayolas, resolvió que se lo ejecutaría "a puñaladas o estocadas o en otra cualquier manera que pudiera ser, las cuales le sean dadas hasta que el alma se le salga de las carnes''.­

El 30 de noviembre desembarcaron en la playa de Río de Janeiro Osorio y varios de los involucrados en su condena, incluido Mendoza. Cuando aquél se aproximó a éste, inclinándose ante él, Ayolas y otro capitán de apellido Medrano''.­

-¡A los Medrano dejalos tranquilos!- volvió a interrumpir quien porta ese apellido.­

-No tengo nada contra ellos ni contra vos, pero así se llamaba el capitán.­

-Hum.­

"Decía que entre Ayolas y Medrano lo agarraron a Osorio de los brazos, lo arrastraron hasta una carpa que habían armado, Ayolas le quitó la daga que llevaba el Maestre de Campo y se la clavó tres veces en la espalda. El cadáver quedó abandonado en la arena, con un cartel que decía: A éste mandó matar don Pedro de Mendoza por traidor y amotinador

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EL DEBATE­

­Señores, queda abierto el debate para resolver sobre el caso.­

-¿Y qué es lo que debemos resolver?­

-Sobre si aquello fue un acto de justicia o un asesinato. Y, en su caso, quién o quienes resultaron culpables del mismo.­

-Pero hay aspectos importantes que ignoramos. En primer lugar ¿Osorio estaba conspirando o no?- señaló O'Connor.­

-Tengo un dato suplementario, que dejaré para el final y que podría arrojar alguna luz sobre la cuestión.­

-Eso es trampa.­

-No, ustedes pudieron obtenerlo si lo hubieran buscado.­

-Veamos- dijo Ferro. -Yo daré dos opiniones: la primera, dando por cierto que Osorio conspiraba contra Mendoza. La segunda, suponiendo que no fuera así.­

-Conforme. ¿Y cuáles son esas opiniones?­

-Muy previsibles. Si Osorio conspiraba, Mendoza hizo bien en castigarlo,  aunque el procedimiento no haya sido muy prolijo. Si no conspiraba, la muerte del Maestre de Campo fue un asesinato liso y llano.­

Todos los presentes coincidieron con Ferro. Y, seguidamente, intervino Cueto para precisar:­

-Pero aquí no es Mendoza el único implicado. Además están Ayolas y Medrano. Con grados de responsabilidad diferentes ya que el papel de Ayolas fue mucho más activo: él lo denunció a Osorio, él le quitó la daga y él lo apuñaló.

También aceptaron los presentes que la intervención de Medrano había sido la de partícipe secundario.­

-Establezcamos entonces un orden de responsabilidades para los distintos supuestos. Empecemos por Medrano.­

-Medrano cumplió órdenes- lo defendió Medrano.­

-¿Obediencia debida?­

-Digamos obediencia nomás.­

-Si la orden de Mendoza era injusta, Medrano no estaba obligado a cumplirla.­

-Eso puede funcionar en el ámbito civil. Pero si los militares han de verificar en cada caso que la orden que reciban sea correcta, cualquier ejército se convertiría en un caos. ­

-Yo lo absolvería a Medrano- reflexionó Fabiani.­

-No te apurés- intervino Cueto. -Creo que Medrano formó parte del tribunal que, reunido en secreto, condenó a Osorio sin pruebas. Si así fuera, quizá se lo podría exculpar como ejecutor de la sentencia pero no por haberla dictado.­

-Es cierto. Aunque, al fin de cuentas, a Osorio lo mataron por orden de Mendoza, según lo que decía el cartel que le pusieron encima al cadáver.­

-Bueno, otorguemos a Medrano el beneficio de la duda y ocupémonos de Ayolas. Y, respecto a él, si sus chismes eran falsos y se movió por malquerencia contra Osorio, actuó como un canalla. De lo contrario, pese a que su conducta no resulte simpática, habría que absolverlo. ­

-¿Y Mendoza?­

-Dado su cargo y atribuciones, sería el principal culpable en caso de que su decisión resultara infundada. Y, aún cuando no lo fuera, yo diría que actuó precipitadamente. Un juicio secreto, en el que Osorio no contó con defensor no es un juicio. En una palabra, Mendoza parece haber sido manipulado por Ayolas, disponiendo una injusticia, doblemente grave porque, al fin de cuentas, en su condición de jefe estaba obligado a velar también por Osorio que era su subordinado. Con el agregado de que un jefe está obligado a acertar- dictaminó Zapiola.­

Varios coincidieron con él, salvo Ferro y Cueto.­

Al languidecer el debate, anunció Alvarado:­

-Señores. Ya les adelanté que existe otro elemento de juicio que me reservé y que ha llegado el momento de hacerles conocer. Ocurrió que el padre de Osorio se presentó a la justicia española pidiendo se reivindicara la memoria de su hijo. El pleito, dirigido contra los herederos de Mendoza, duró diecinueve años y el fallo dictado estableció que don Pedro se había excedido en sus atribuciones y en su severidad. Que es, más o menos, lo que ha opinado la mayoría de nosotros.­

-De modo que estamos ya en condiciones de brindar por la memoria del comisario Meneses para cerrar esta sesión- manifestó solemnemente Avelino, disponiendo que un camarero trajera coñac español.­