Pablo Emilio Palermo nos tiene acostumbrados a interesantes artículos y ha publicado varios libros. Comenzó hace unos años con Vicente López y Planes y continúa ahora esta serie familiar con su único hijo Vicente Fidel, atrapante biografía que de quien se llamaba a si mismo “hermano del Himno”, aunque casi dos años menor.
Abogado, docente universitario, periodista, novelista, historiador, senador, diputado, rector de la Universidad, presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires y ministro de Hacienda en difíciles circunstancias, la larga existencia de don Vicente Fidel (1815 -1903) pasan rápidamente a través de estas casi 300 páginas, que además de ser una acabada expresión de la investigación del autor, proporciona una amena lectura.
De esta obra el capítulo dedicado a su paso por el ministerio de Hacienda, cargo al que fue llamado por el presidente Carlos Pellegrini, merece recordarse en estos momentos. El gabinete lo integraban además Eduardo Costa en Relaciones Exteriores; Juan María Gutiérrez en Justicia, Culto e Instrucción Pública; Julio A. Roca en Interior y Nicolás Levalle en Guerra y Marina. El autor cita con acierto a Miguel Ángel De Marco que definió claramente a los colaboradores de Pellegrini: “Se podía hablar de un gabinete de conciliación nacional, y así lo entendió la opinión pública y el periodismo, que aplaudieron los nombramientos”; y también cuando el presidente le confió a su íntimo amigo Miguel Cané: “Me he recibido de un montón de escombros en todos los ramos de la administración, y en política un movimiento de opinión que sacude toda la República”.
Fue La Prensa el diario que a los tres días de asumir el cargo escribió:
“Felizmente se halla frente al Departamento de Hacienda un ciudadano eminente preparado para afrontar aquellas cuestiones, por su vastos conocimientos, sus estudios especiales en economía política e ideas prácticas que ha revelado, ya en el parlamento, ya en la cátedra, ya al frente de la poderosa institución del Banco de la Provincia, a la que está ligado su nombre, que es a la vez gloria de las letras argentinas”.
Su hijo Lucio Vicente preocupado le manifestaba al presidente su preocupación por la sordera de don Vicente y los achaques físicos a lo que Pellegrini le escribió: “Te he ganado a tu padre. Comprendo tus cuidados filiales, pero él quiere servir al país me ha dicho que se siente cansado de estar sólo entre libros”.
La crisis no era menor, y a esa gestión se le debe la creación del Banco de la Nación Argentina, encabezado por el empresario Vicente L. Casares, que era amigo personal del presidente y del ministro. Pellegrini dijo unas palabras defendiendo esa creación: “Casi todas las grandes instituciones de crédito que hay en el mundo, nacieron en momentos de crisis, y algunas sobre base de deudas menos garantidas que una emisión, y que aun figuran en los estados de esos Bancos sin haber sido amortizadas en un siglo”.
LA RENUNCIA
Durante veinte meses fue la mano en Hacienda del “piloto de tormentas”; cuando se enteró de su renuncia escribió: “Comprenderá que no me conformo con la idea de privarme de la experiencia de sus años, de sus largos estudios, de su amor al país, de la colaboración de su talento”.
Y como se rumoreaba de una enemistad entre ambos junto a su renuncia “a causa de la disminución de mi oído”, agregaba López para aventar cualquier duda esta esquela: “En los breves renglones de mi renuncia, consigno cuanto podría decirle con respecto a los pocos años que he sido parte de su gobierno”. Y este párrafo que podría repetirse a muchos políticos de los últimos tiempos: “No extrañe no ver en esa renuncia la palabra indeclinable, tan usada ahora. Yo pienso que ningún hombre serio hace renuncias de aparato, y que cuando renuncia un puesto público es porque no se puede o no se debe continuar ocupándolo”.
La respuesta de Pellegrini fue más que un acto de justicia:
“Entre los que hemos actuado en este gobierno, corresponde a Ud. el mayor mérito. Sin vinculaciones ni deberes para con los partidos políticos, con una larga foja de servicios prestados al país, por todos reconocidos y apreciados, Ud. sin más anhelo que el bien público abandonó a una edad en que se ha conquistado el derecho al reposo, sus tareas tranquilas, y tomó sobre sí la más difícil, la más dura y la más importante de las tareas públicas, y con todo el vigor de los primeros años, ha desempeñado el ministerio de Hacienda con una contracción de la que sus compañeros de tareas somos testigos”.
“No me corresponde a mi juzgar la obra, pero hay hechos indiscutibles, sobre los cuales no puede haber divergencias de opinión, que están ahí para marcar su paso por el Ministerio. La Caja de Conversión los Impuestos Internos y el Banco de la Nación, son tres creaciones a las que ha vinculado su nombre y, o mucho me equivoco, o serán los tres elementos que concurrirán a hacer posible la reorganización de nuestra situación económica y a devolver a la Nación el crédito y el prestigio que ha perdido”.
Quizás estos párrafos tomados del libro de Pablo Emilio Palermo, sirvan para reflexionar sobre el presente, recordando tiempos difíciles; pero sobre todo que se necesitan valores, esos que a la muerte de don Vicente Fidel López tan bien definió El Diario de los Láinez:
“Entre lo mucho que sabía, una sola cosa ignoraba: el transigir con nada que estuviese en pugna con sus principios. Todo lo que tenía de maleable su espíritu para acomodarse a las evoluciones lógicas de las ideas, tenía de inflexible su carácter para resistir a las contemporizaciones enervantes. Era tallado de una sola pieza, sin goznes ni muelles…”.