Juan Lavalle empezó a morir muchos antes de que una bala disparada por el negro Bracho le perforara el cuello y que Damasita Boedo lo hallase muerto en esa casona de Jujuy. Entonces los restos de una Legión de leales seguidores cargó con su cuerpo para evitar que fuese vejado por las tropas del oriental Oribe a fin de exhibirlo como un trofeo para Rosas.
Quizás Lavalle empezó a morir en el momento que decidió no entrar a sangre y fuego a Buenos Aires o cuando pernoctó en la misma casa donde había firmado la orden de fusilar a Dorrego, asumiendo la entera responsabilidad de esa ejecución sumaria ante la sociedad y la historia.
A lo largo de 1840, vagó como un mendigo al frente de casi 7.000 hombres, buscando un objetivo para satisfacer las ansias de conquista y hostigar al régimen del tirano. Fue así como se decidió atacar a Santa Fe, ciudad que en los primeros tiempos del patria había sido hostigada por los porteños por ser ella un puerto alternativo que competía con Buenos Aires.
La toma de Santa Fe le fue encomendada al coronel Iriarte y fue exitosa con poco derramamiento de sangre y un botín apreciable.
TRAIGAN LA CABEZA
Rosas, pasando por arriba de sus oficiales de más talento como Pacheco, Mansilla o Lagos había puesto a Manuel Oribe, el ex presidente uruguayo , al mando del ejército que perseguía a Lavalle.
Ahora había que movilizar a la tropa de costumbres relajadas por tantos meses de inactividad. Estando a punto de partir, una delegación de habitantes de Santa Fe pidió una entrevista al general para rogarle, suplicarle, que aceptase que los civiles que quisieran acompañar a la Legión les sea permitido viajar con ella porque temían a las represalias de Oribe y los porteños. "No, mi general, van a entorpecer la marcha'', clamaron casi a coro los oficiales de su estado mayor. Esta vez
Cada día la brecha entre Oribe y los suyos era menor y para colmo la seca apretaba y la caravana levantaba una polvoreada mientras reptaba como un gusano en el desierto. En una de esas decisiones espasmódicas que caracterizaron a esta campaña, Lavalle ordenó a los civiles que para apurar el tranco era menester deshacerse de sus trastos inservibles, quien no lo hiciera quedaría a su merced. A pesar de las protestas iniciales, el sendero de la caravana se llenó de mesas, sillones y muebles de todo tipo, como un naufragio en medio de la nada. La suerte de los pocos que prefirieron atarse a sus pertenencias fue peor. De noche se escuchaban los gritos y se veían fuegos en el horizonte, eran víctimas de las avanzadas de Oribe.
Estaban por llegar al hipotético sitio de encuentro cuando Lavalle recibió una inesperada visita protegida por una bandera blanca. El general Lucio N. Mansilla, cuñado de Rosas, pedía una entrevista con Lavalle y tambien anunció al capitán Halley de la marina francesa, un viejo amigo del general. Éste traía una carta anunciando que Francia se retiraba de la contienda y le ofrecía la posibilidad de exiliarse él con su familia a cualquier sitio del mundo que desease y seguir cobrando el sueldo de general francés. Lavalle no dudó un instante, despidió a su amigo con un abrazo y casi inmediatamente envió un chasqui a Lamadrid, urgiendo un encuentro en Quebracho Herrado con caballos frescos y vituallas.
El comandante Saavedra, hijo de don Cornelio y jefe del escuadrón Yerúa, quedó rezagado por el lamentable estado de la caballada que se resistía a dar un paso más. Pronto quedaron rodeados por las avanzadas de Oribe que se lanzaron sobre los rezagados como caranchos por su presa. De a pie resistieron el embate de los federales. Pronto los oficiales de la Legión fueron a pedirle a Lavalle para asistir a los caídos en desgracia.
"Que se arreglen solos'', respondió mirando al horizontes, reproduciendo casi las mismas palabras que Bolívar había pronunciado cuando el temerario capitán Lavalle enfrentó a 500 realistas con apenas 90 granaderos en los llanos de Riobamba.
Saavedra y los suyos contuvieron el ataque, pero era cada vez más evidente que sería imposible llegar a juntar fuerzas con Lamadrid antes de un ataque de las huestes rosistas.
LA TACTICA
El 28 de noviembre de 1840, Lavalle convocó a su Estado mayor y preparó la táctica. Designó al coronel Vilela al frente del ala izquierda y a Vega a la derecha. El general estaria a cargo de la reserva. Todos estaban muy confiados que a la primera carga los federales huirían del campo de batalla como liebres.. Y eso aconteció con la primera arremetida de la Legión.
CONTRADANZA UNITARIA
Lavalle se encontró días después con Lamadrid. Todos fueron reproches .Era imposible seguir juntos. Comenzaron lo que los historiadores dieron en llamar la
Lavalle fue de derrota en derrota y de amores impropios a romances sin futuro mientras le escribía sentidas cartas de amor a su esposa. Por su lecho desfilaron desde humildes chinitas a damas encumbradas mientras se desentendía de los asuntos de la guerra. Su ejército se deshacía mientras él solo se interesaba en una contienda de conquistas femeninas. La última de esa extensa lista fue
Después de Caseros, las cenizas del general fueron traídas a Buenos Aires y recibido como un héroe. La tumba que lo cobija en el cementerio de la Recoleta, a unos pasos de la de Dorrego, es custodiada por un granadero de bronce y una placa que dice: