POR MARIO CABANILLAS *
La izquierda vernácula, que usa a los derechos humanos como arma arrojadiza para imponer su visión del pasado, está acostumbrada a ordenar y que todos acaten. Arma y desarma a voluntad, avanza sus proyectos y multiplica el curro de los derechos humanos, con la creación de organismos, estructuras, cargos y partidas presupuestarias, sin tener que rendir cuentas a nadie. Y cuando pierden, quieren patear el tablero, presionar, descalificar, amedrentar. Es lo que acaba de suceder con el proyecto de "Ley de Memoria, Verdad y Justicia" que se había presentado en la Cámara de Diputados de Salta y no prosperó.
La diputada salteña Laura Cartuccia, que preside la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados de Salta, quedó el martes en el ojo de la tormenta y debió soportar una lluvia de críticas. Y todo porque, el proyecto en cuestión no se trató por falta de quorum.
A Cartuccia no se le perdona que haya invitado a conversar a dos miembros de nuestro Centro de Estudios Salta (CES) para conocer de primera mano las severas objeciones que habíamos planteado por carta. La diputada había recibido antes a referentes de los derechos humanos, pero esto, se sabe, no es lo mismo. Solo hay que escucharlos a ellos.
La izquierda no quiere entender que el proyecto se cayó porque no consiguió dictamen de la comisión y quiere personalizar, intimidar, silenciar. El coro de críticas es la forma habitual que tienen estos grupos de ocultar por aturdimiento que hay una parte de la sociedad que ya se hartó de las falsificaciones del pasado, del negacionismo de la izquierda que no quiere que se le recuerden sus crímenes, atentados explosivos y secuestros, ni los mutilados que dejó, ni los niños cuyas vidas segó, ni el hecho de que en Argentina hubo una guerra y ellos la iniciaron. Y no quieren que todo eso se les recuerde para seguir así gozando de su impunidad y de su papel de árbitro -autoproclamado- sobre el pasado.
Entre todas las respuestas airadas que suscitó el revés parlamentario sobresalió la desopilante interpretación del diario Cuarto, que carga las tintas sobre el Centro de Estudios Salta creyéndolo macrista. Porque, claro, todo el que es opositor tiene que ser macrista. Una suposición que demuestra el candor y la elementalidad apabullante que domina el debate. Como si el macrismo no hubiera sido la continuidad de la política de derechos humanos impuesta por la izquierda. Y como si el Centro de Estudios Salta no hubiera señalado todas las claudicaciones, renuncios y agachadas de ese gobierno, que empezaron con el temprano despido de Darío Lopérfido y siguieron con el desvergonzado ritual de arrojar flores en el porteño Parque de la Memoria, ese monumento a la hipocresía.
Todo el pataleo actual en Salta es, en realidad, porque la izquierda no esperaba que el proyecto de "Ley de la Memoria" encontrara un freno, ni tampoco esperaba el hartazgo de quienes ayer exclamaban que no hay que seguir honrando a los montoneros. El amedrentamiento y las ofensas con los que se pretende ahora desconocer el trámite legislativo del proyecto en cuestión no son más que un manotazo de ahogado. La reacción histérica de quien perdió contacto con la realidad, y esa realidad le pasó factura.
* Presidente del Centro de Estudios Salta.