Sobre hombres, bestias y confusiones ontológicas
Nosotros somos los otros animales
Por Dominique Lestel
Fondo de Cultura Económica. 121 páginas
Hasta hace pocos años los animales eran más o menos apreciados por su utilidad, su compañía simpática, su beneficio para el hombre, o en todo caso eran vistos como amenaza. Hoy, que el mundo ha dado una vuelta de campana, tenemos policías del maltrato animal que claman por arrestos, peluquerías caninas y hasta parejas que no quieren hijos pero tratan a las mascotas como tales. No es raro, por tanto, el interés por el tema del escritor francés Dominique Lestel, quien podría hasta pasar inicialmente por moderado, pero termina yendo incluso más lejos que aquellos a quienes critica.
Lestel (París, 1961), filósofo y etólogo, observa que desde comienzos del siglo XXI se acentuó el pasaje desde el paradigma cartesiano del animal-máquina hacia el animal-peluche, donde ya no se tolera otra cosa que acariciarlo o protegerlo.
Sus críticas al respecto son sensatas, como lo es también la mordacidad que despliega contra la incoherente puerilidad del veganismo o el antropomorfismo, que busca asignar características propias del hombre a los comportamientos animales. Lo mismo podría decirse de sus observaciones sobre el progreso técnico, la creación de animales artificiales y hasta el transhumanismo.
Pero pronto se observa que toda la reflexión sobre la vida compartida de hombres y animales en el planeta, y los excesos a los que dio lugar, se desliza por el ambientalismo hacia una cuestión ontológica. El eslabón más débil de esa cadena es pretender que en la cohabitación y en las fricciones con otras múltiples especies es donde nos constituimos como humanos. Una premisa que exige un salto de la razón. El tipo de salto que se parece mucho a un salto al vacío.
Se hace evidente que la revalorización del animal, al que llega a atribuirle un espíritu que la ciencia occidental le habría negado, corre pareja con el menosprecio del hombre, que pasa a ser el "hombre simio invasivo". En el intento de forzar una supuesta convergencia entre ambos, la especificidad del hombre no atina a encontrarse con claridad, quedando algo desdibujada.
No tarda mucho en quedar en evidencia que, para Lestel, es el Occidente cristiano el responsable de condicionar a la ciencia con la idea de que el hombre es superior y debe dominar a las bestias. Más específicamente, la teología cristiana. El suyo es un llamado a dejar atrás esta visión, pasar de una postura moral a otra ontológica y animista, para inaugurar una nueva civilización en la que el hombre pueda conectarse "espiritualmente" con el animal. Chesterton ya lo había predicho: cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa.