El espíritu y la carne
El Ser de Luz y la Diosa Idiota
Por Ercole Lissardi
Los libros del Inquisidor. 98 páginas
Literatura de contrastes, de sucesivos blancos y negros, una trama donde no caben los grises. La narración construye el Ying y el Yang de la espiritualidad y el deseo. La esencia del ser y la mismísima carne. Un extraño equilibrio al que el escritor Ercole Lissardi le pone su natural impronta descriptiva.
Por ahí va la última obra de la pluma uruguaya, El Ser de Luz y la Diosa Idiota. El protagonista se despliega en una primera persona que cuenta y reflexiona, cuenta y reflexiona. El ejercicio es permanente. Pero el autor tiene su arte al momento de narrar y entonces las acciones, que al fin de cuentas son casi todas iguales, terminan por ser distintas.
El narrador está casado con el Ser de Luz, la mujer que lo completa en toda su esencia. Por algún motivo, su esposa, una artista plástica a la que él considera una criatura superior, ha decidido cancelar el sexo, ponerle un candado al intercambio carnal.
Pero, al mismo tiempo, le habilita la posibilidad de canalizar el deseo en el cuerpo de otra: La Diosa Idiota. Como se apreciará desde el mismo nombre, es ésta una mujer que lo colma sexualmente. Le da todo, pero no tiene nada. Es algo así como una cáscara vacía, un objeto que él utiliza hasta el hartazgo. Se utilizan hasta el hartazgo.
La industria editorial describe a Lissardi en las solapas de los libros como un escritor especializado en la cuestión del Eros. Aquí el montevideano prescinde de las sutilezas. Lo que hay es sexo explícito, crudo, descripto hasta el detalle más mínimo. También allí reluce pues camina por la cornisa, hace equilibrio entre lo burdo y lo sublime, y logra salir airoso de semejante desafío.
La trama, un ida y vuelta a primera vista sencillo, gana en complejidad cuando ingresa un cuarto actor al relato: la imaginación del protagonista. Entonces los hechos ocurridos se reversionan. Está lo que ocurrió o, al menos, lo que se nos presenta como un hecho real, y las ramificaciones de lo que la imaginación construye, exhibiendo múltiples caminos a ser explorados.
La historia se abre entonces como un abanico o, mejor dicho, toma el carácter de un laberinto. Las situaciones de sexo crudo, directo, se sucederán de manera repetida, contadas desde ángulos diferentes. Son las mismas, pero distintas. La historia termina y vuelve a empezar, siempre, en un sinfín de desenfreno erótico.