Allá por 1947, el Congreso, en el que el peronismo disponía de cómoda mayoría, aprobó la ley 12.978. Ella ratificó el decreto 18.441/43 del gobierno de facto que presidía el general Ramírez.
Ese decreto había implantado la enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas estatales. Razón por la cual, al tratarse el proyecto de dicha ley, hubo clérigos que observaron el debate desde las plateas de la Cámara de Diputados.
En esa ocasión, el diputado radical Luis Dellepiane los miró y les dijo: ``Quienes ahora están a favor de la ley de enseñanza religiosa terminarán buscando refugio y amparo en las filas radicales, pues el gobierno totalitario, en el curso del tiempo, terminará persiguiendo a la Iglesia''.
Lo de Dellepiane fue profético: tan sólo ocho años después, en junio de 1955, forajidos paraoficiales incendiaron varias iglesias de Buenos Aires, algunas muy cercanas a la Casa Rosada. También prendieron fuego a la Curia Metropolitana distante a sólo cien metros de ella. Todo lo cual sucedió ante la pasividad cómplice de las autoridades, que no movieron un dedo para impedirlo. Lo oficial y lo paraoficial actuaron de consuno.
La Iglesia fue olvidando -o simulando que olvidaba- semejante sacrilegio pese a que, en su momento, el mismo fue repudiado aún por los partidos menos afines o más opuestos a ella. En algunos casos, ese olvido fue políticamente negociado. Y llega a punto tal, que semejante crimen es ignorado o confusamente conocido por jóvenes generaciones de católicos.
Todo esto viene a cuento por la reciente misa en la Basílica de Luján que, siendo celebrada por una difusa unidad de los argentinos, se transformó en un grosero acto político oficialista. Y ahora nadie puede sorprenderse. Porque si en los años cincuenta del siglo pasado fue imprevista la persecución de la Iglesia que desató el peronismo, hoy, hasta el más ingenuo podía prever la conducta de quienes, poco tiempo ha, orinaron y defecaron tras el altar de la Catedral de Buenos Aires.
Por eso, porque nadie puede sorprenderse, sonaron falsas las declaraciones del arzobispo de Mercedes-Luján, Scheiling, quien, con lenguaje poco feliz, reconoció haber ``metido la pata''. Nunca es inocente quien duerme con el enemigo.