Al desplegarse el decisivo segundo semestre de 2022 la política argentina se organiza en torno a dos problemáticas que se entrecruzan en varios puntos: la pugna de la señora de Kirchner en (y con) la Justicia y la gestión de Sergio Massa por consolidar un rumbo que permita superar la sequía de reservas y encaminar la economía hacia un desarrollo "que convierta los recursos en riqueza".
CFK: En (y contra) la Justicia
El atentado cometido el primer jueves de septiembre contra Cristina Kirchner agudizó brutalmente tensiones que ya habían alcanzado una alarmante tirantez, en particular desde que los fiscales federales Luciani y Mola reclamaron una condena de doce años de cárcel para la vicepresidenta. Si la pistola gatillada aquel jueves, a 15 centímetros de la cabeza de la señora de Kirchner, hubiera disparado un proyectil (que a esa distancia habría sido letal), si el arma no hubiera fallado, el país habría lamentado un magnicidio y las consecuencias que tal circunstancia habría provocado: "La Argentina hubiese ingresado en una espiral de violencia inmediatamente", registró con elocuencia un distinguido analista de La Nación.
Palabras y balas
Que el episodio no haya tenido un final desgraciado (no hubo una muerte, el agresor fue capturado y la pistola, secuestrada por las autoridades) habrá permitido evitar los choques físicos, pero no la intensificación de los simbólicos, que sólo estuvieron en pausa por un instante (hubo una declaración conjunta de oficialismo y oposición en el Congreso de repudio al atentado). Enseguida -en algunos casos, sin esperar a que se conociera más de lo ocurrido- brotó la interpretación de que el hecho era "un simulacro", "una pantomima" inducida por el kirchnerismo para victimizar a la vicepresidenta, mientras del lado opuesto del dial ideológico parecía claro, también desde el primer momento, a quién había que culpar por la agresión: era cosa de "la derecha" sembradora de odio, un combo en el que se mezcla en proporciones desparejas a políticos opositores, jueces, fiscales y comunicadores. "Ellos o nosotros".
En rigor, seguimos en el mundo de las conjeturas, aunque las parcialidades intensas intercambien acusaciones. Como se señaló la última semana en este espacio sobre esos bandos facciosos: "En última instancia, los mueve una lógica de guerra civil, aunque no se atrevan a mencionarla".
Un histórico dirigente radical -Federico Storani- observó con severidad el fenómeno y, además de repudiar el atentado, señaló: "Advierto un clima de creciente escalada de violencia no sólo física, sino principalmente verbal. La irresponsabilidad de algunos relevantes actores políticos que llegan a plantear pena de muerte o víctimas mortales de una determinada filiación política no hacen otra cosa que contribuir a que ese clima se instale y se extienda. La acción política correcta es aislar a los extremos, no hacerles el juego".
Oportunidad perdida
El intento de magnicidio -así se trate del acto solitario de un lunático- no puede disociarse de la atmósfera que determina aquella lógica de eliminación del otro.
El sistema político, tensado por la dialéctica confrontativa, no consiguió convertir el episodio en una oportunidad para consolidar gestos de unión. Trabajosamente se consiguió una declaración común legislativa, menguada por la reticencia de algunos dirigentes (Patricia Bullrich, por caso, militó para restringir la participación del PRO en el documento que acompañaban los otros partidos de Juntos por el Cambio, y su bloque de diputados, que finalmente suscribió el texto, se retiró de la sesión de inmediato).
El Presidente, que decretó un feriado para que la ciudadanía reflexionara sobre la agresión a la vicepresidenta y convocó a los credos y organizaciones comunitarias, sindicales, empresarias y de derechos humanos para participar en un documento común referido a ese hecho, no invitó sin embargo a ese acto a la oposición, evidenciando un sesgo de facción inoportuno (que, sin desearlo, le ahorró a la oposición el desgaste que hubiera supuesto discutir una postura unificada sobre el envite).
Que se podía lograr amplias coincidencias lo muestran, por ejemplo, algunas declaraciones suscriptas en esas horas: una, por caso, fue promovida por la Conferencia Episcopal Argentina, el Centro Islámico Argentino, el Instituto para el Diálogo Interreligioso y la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas; otra, por decenas de organizaciones civiles, entre las cuales la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa, la AMIA, el CELS, la Asociación Conciencia y el Cippec. En ambos casos, junto con el repudio al intento de magnicidio y el reclamo de esclarecimiento se llama "a toda la dirigencia y a la sociedad en su conjunto para frenar el avance de la violencia política y los discursos de odio que atentan contra la convivencia pacífica (...) "todos los discursos que nos enfrentan e impiden aquellos debates imprescindibles en los que discutamos ideas".
Aunque esos objetivos representan una aspiración de la mayor parte de la ciudadanía, la intensa agitación de los que están atados a la confrontación dividió nuevamente a la opinión pública.
La acotada centralidad de CFK
Con todo, el fracasado magnicidio y el ímpetu confrontativo de sus enemigos han ayudado a consagrar la actual centralidad de la señora de Kirchner en el Frente de Todos, apuntalada así mismo por el desfallecimiento de la figura presidencial.
Ese fenómeno ya se venía manifestando antes del malogrado disparo del jueves 1, como producto del combativo alegato del fiscal Luciani así como de lo que Jorge Fontevecchia llamó "altisonancia discursiva" del propagandismo mediático.
Los agitados episodios ocurridos en los alrededores del domicilio de la vice después del pedido de condena de los fiscales pueden analizarse en ese contexto. En un escenario acotado a unas cuadras de Recoleta, las movilizaciones favorables a la vice -apenas un poco más numerosas de las que ella conseguía en el Patio de las Palmeras de la Casa Rosada en el eclipse de su presidencia- lucían masivas y amedrentaron al vecindario pero sirvieron también para que la vice reafirmara su convocatoria y su influencia en el oficialismo. La escaramuza de las vallas estimuló la movilización y el atentado del jueves 1 produjo un salto de cantidad y calidad: a partir de ese hecho el cristinismo estuvo en condiciones de operar como eje de la convocatoria a la gran manifestación de repudio que colmó el viernes 2 la Plaza de Mayo y se reprodujo en otras plazas del interior del país, arrastrando tras su iniciativa al peronismo político y sindical y a movimientos sociales que normalmente lo resisten.
El peso de la señora de Kirchner crece en el seno del oficialismo y al mismo tiempo, limita a éste decisivamente. El triunfo electoral del Frente de Todos en 2019 fue merced a que ella disimulaba su hegemonía cediendo la candidatura presidencial a un Alberto Fernández que aún sugería un comportamiento autónomo. Esa fantasía se frustró y es irrepetible.
Logros de una pelea
La pelea con la Justicia, además de responder a un reflejo existencial de la vicepresidenta y reagrupar al oficialismo en torno de su figura, alimentó los embrollos internos de la coalición opositora, donde a la creciente rivalidad entre radicales y PRO se han agregado las candentes divergencias internas en esta última fuerza, que lucen más complejas que una etérea pendencia entre halcones y palomas.
Los enredos cambiemitas evidencian que su soldadura interna está fallando. Su unidad siempre estuvo fundada en la agitación de la amenaza K. Al debilitarse ésta, el pegamento se diluye. Hay sectores que resisten una política de confrontación permanente y buscan un camino que permita superar la grieta. Otros, por el contrario, quieren prolongarla y profundizarla.
Es el caso de Patricia Bullrich en el PRO. Su largo silencio frente al intento de agresión contra CFK se inscribe en esa línea. Ella aspira a cerrar cualquier vía de acuerdo con el peronismo y de paso procura impedir cualquier movimiento en ese sentido de su rival, Rodríguez Larreta. Un objetivo de igual naturaleza había inspirado tres semanas antes la blitzkrieg de Elisa Carrió, que cargó contra una legión de líderes de Juntos por el Cambio sospechando de la influencia y capacidad de seducción de Massa, e interpretando los vínculos que conoce o presiente entre él y sectores de la coalición opositora como indicio de una conjura para romperla. En rigor, la oposición parece no necesitar ayudas externas para esa tarea. Carrió y Bullrich, que coinciden en un "panrepublicanismo" bien distanciado de todo lo que desciende del peronismo, están sin embargo enfrentadas en la interna de la coalición opositora. Bullrich acaba de declarar que está dispuesta a competir inclusive con Mauricio Macri, cuya intransigencia corre pareja con la de ella. Aunque no sea mérito propio, la señora de Kirchner seguramente se anote como un punto suyo que la coalición cambiemita esté sumida en dilemas crecientes.
Más allá de la grieta
De todos modos, probablemente la consistencia y proyección de los logros alcanzados estos días por la vice sean relativos. No tardarán en hacerse ver realineamientos y distanciamientos, algunos originados en el peronismo incluido en el Frente de Todos, otros con un punto de partida independiente.
Conviene, por ejemplo, observar el sistema de relaciones que gira alrededor del gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti que ya ha señalado divergencias con iniciativas cristinistas que impulsa la Casa Rosada. Schiaretti seguramente avanzará en posicionamientos de orden nacional después de los comicios que se cumplirán este domingo en Marcos Juárez, donde el "cordobesismo" del gobernador rescataría ese municipio de manos de Juntos para el Cambio. Ese departamento cordobés que -como la provincia en su conjunto, muestra una ínfima presencia kirchnerista- marcó la presentación en sociedad de la coalición cambiemita, por lo cual la derrota que prevén los estudios demoscópicos tendría un simbolismo aciago para esta y, por el contrario, sería un impulso extra para el proyecto de superación de la grieta que alienta Schiaretti.
Una presencia activa del gobernador cordobés en el escenario nacional podría contribuir significativamente a un debilitamiento de la polarización confrontativa y de sus principales fogoneros.
El tejido de Massa
En el contexto actual resulta relevante que -con la señora de Kirchner principalmente ocupada del frente judicial y la figura del Presidente muy relegada-, el personaje más activa del gobierno sea Sergio Massa. El "superministro" es responsable de un cambio de clima económico y de una mejora de las expectativas, pese a lidiar con una situación dramática de las reservas del Banco Central y con índices inflacionarios sofocantes.
Aunque el rumbo en el que navega Massa no necesariamente coincide con el que la señora de Kirchner preferiría, ella debe resignarse a él porque la obliga la crisis. Además, seguramente comprende que no tendría fuerza suficiente para atender el borrascoso frente económico mientras se ocupa de su guerra judicial. Esa debilidad de ella le ofrece a Massa grados de libertad para encarar su rumbo.
Probablemente la vice calcula que si él tiene éxito, eso puede contribuir a darle capacidad competitiva a la fuerza que ella coordine en las elecciones del año próximo. Se verá si acierta: falta demasiado hasta los comicios.
Massa, avanzando entre escollos, logró primero la refinanciación de la pesada deuda en pesos con vencimientos inminentes. Consiguió hacerse con el control del área de Energía, una plaza que muchos consideraban vedada para él, ya que allí campeaban figuras próximas a la señora de Kirchner. Consiguió designar como número 2 de su cartera a Gabriel Rubinstein, un prestigioso economista, ortodoxo y realista, que fue colaborador directo de Roberto Lavagna, cuyo nombramiento era resistido por el kirchnerismo Y acaba de acordar con las organizaciones del sector agroindustrial una devaluación -acotada al rubro soja y al mes en curso- que garantiza a los productores una mejora de precio de 40 por ciento y al Estado un ingreso de divisas de 5.000 millones de dólares en septiembre. Un éxito.
Tanto la medida cambiaria como los socios del acuerdo ("el campo") están en el index del pensamiento K. Pero él actúa evidentemente con un certificado de admisión -discreta, resignada y acaso temporaria- suministrado por la vicepresidenta.
En el viaje que ha emprendido a Estados Unidos ya ha marcado varios goles (abrió la puerta del BID que su presidente, Mauricio Claver-Carone había clausurado para Argentina, y destrabó créditos por 3.000 millones de dólares; el Banco Mundial desembolsará 900 millones. Y seguramente el lunes conseguirá el respaldo de la Reserva Federal para que la AFIP obtenga del organismo recaudador de Estados Unidos los datos de las cuentas de argentinos en ese país, de modo de cobrar impuestos a los bienes no declarados en la Argentina: se calcula que superan los 100.000 millones de dólares. Los recursos fiscales argentinos (un dato central en el acuerdo con el FMI) crecerían considerablemente. Estados Unidos tiene convenios de ese tipo con más de setenta países, de modo que el pedido de Massa tiene altas chances de ser atendido.
Massa tiene ese flanco más o menos cubierto, como cuenta también con sostenes en el sector empresarial argentino y en la conducción del movimiento obrero. Su costado más vulnerable es el tiempo: la materia con la que trabaja exige acciones veloces y proyección prolongada. El acuerdo con el sector agrario -el más competitivo del país, el que más divisas aporta- tiene carácter estratégico y no puede limitarse a un solo producto y a un solo mes. Cubierto el bache cambiario, es preciso ir por objetivos más ambiciosos.
El programa que empieza a desarrollar el superministro introduce puntos para un nuevo consenso que supere la dialéctica disgregadora de la grieta, el estancamiento y el empobrecimiento social. El obstáculo es un sistema político en el que prevalecen minorías intensas y anacrónicas. La solución pasa por construir otro.