El primer semestre nos ha dejado con una larga serie de situaciones turbulentas y lo que viene en el resto del año, a mi entender, no será más tranquilo. Básicamente, hoy tenemos a la Fed a contramano del mundo. Mr. Jerome Powell ha intentado sostener la popularidad del actual presidente de Estados Unidos con la fiesta de la tasa cero -so pretexto de la pandemia- que duplicó largamente la cotización del Dow Jones (de 18.000 a más de 36.000 puntos) hasta que debió rendirse a la evidencia de que la escalada de la inflación (de 3 a 8,5 %) no se trata de un fenómeno temporal. Pero los milagros no existen en la economía y un día de febrero, para colmo, el zar Vladímir ordenó invadir Ucrania, con lo que los commodities como el petróleo y el trigo se dispararon (el sector de la energía es el único que se mantiene en positivo desde el comienzo del año).
Ahora Powell, con el fervor de los conversos, promete hacer todo lo que sea necesario para cortarle las piernas a la inflación. Esto no estaba descontado por los mercados, se esperaba que la tasa de interés no pasara del 2 por ciento anual. Días atrás, un errático Joe Biden culpó a Putin por todos los males de la economía (¡Ah, pero Putín!...). Así, ha salido a escena en la primera economía mundial el fantasma de la estanflación -tan conocido por los argentinos- que consiste en un período maldito de contracción productiva en un entorno inflacionario. Todos sabemos que la resaca inflacionaria suele durar hasta doce meses después del apretón monetario.
En mi opinión, no hay otro responsable de la cruda situación actual que las autoridades estadounidenses que generaron una burbuja de más del 100 ciento en dos años. En 2022, decidieron reventar esa burbuja y el pánico ha llevado al Dow Jones hasta los 30.500 puntos de la semana que pasó, en la que los magros resultados de corporaciones de venta minorista en Estados Unidos estuvieron en el centro de la tormenta. Si bien las abruptas correcciones bursátiles son frecuentes, deberían darse en un marco de cambio del ciclo económico no por las amenazas de la Fed de llevar las tasas a la estratófera.
Esta situación de anormalidad ha desquiciado también al mercado de los metales preciosos: el oro tiene un techo en los 1.900 dólares que le va a costar muchísimo perforar, quizás bajando antes hasta los u$s 1.730. La plata, algo parecido: deberá tocar los u$s 20 para volver a la cota de los 24/25 después de muchos meses. Las criptomonedas no han encontrado un piso sólido, afectadas también por la ridícula dureza de la Fed de las últimas semanas. El hecho de que algunas stablecoin hayan perdido el uno a uno desató una espiral de ventas peor que el anterior. Todo quedó patas para arriba, en síntesis.
Mi conclusión es que el mercado necesita calma. Ideológicamente, no estoy de acuerdo con los esteroides monetarios para que las acciones tiendan a subir hasta el infinito y los votantes se regodeen con su autopercepción de riqueza, pero tampoco puedo defender la decisión de hundir la Bolsa a como de lugar. El mercado debe actuar sólo; las autoridades deben intervenir únicamente cuando sea imprescindible. Powell se ha quedado hoy sin herramientas para responder a la estanflación. ¿Se da cuenta de lo peligroso que es el populismo? El selloff no ha terminado. Rugen los osos.