Comenzado abril, es natural escribir sobre las guerra de Malvinas, iniciada el día 2 de este mes en 1982. Para muchos, el intento de recuperar el archipiélago usurpado por Inglaterra consituyó una insensatez. Y varias de las razones que aducen son valederas, a saber: la desproporción de fuerzas entre la Argentina y el Reino Unido; la dificultad de absorber, en caso de triunfar los argentinos, una población que se siente británica aunque, durante muchos años, la corona considerara a los kelpers ciudadanos de segunda; el problema que significaría, en caso de triunfar los nuestros, sostener la posesión de las islas, manteniendo en ellas un contingente militar poderoso. Amén de los problemas económicos que derivarían de concluir la relación comercial con Inglaterra.
Todo eso es cierto. Pero, qué quieren que les diga, la patriada de intentar la hazaña posee también sus ingredientes favorables. Unió el país respaldando lo resuelto por sus autoridades, recordó a la población valores fundamentales, como ser el ejercicio del patriotismo, la generosidad que quedó plasmada en las colectas públicas destinadas a solventar la aventura, los sentimientos religiosos exaltados por las oraciones pidiendo la victoria, por la salud de los heridos y por el eterno descanso del alma de los muertos en la guerra.
Además, comunicó al mundo que la Argentina tiene derechos sobre Malvinas y, sobre todo, que posee el mérito de tomar decisiones autónomas de las grandes potencias. Cosa que quedó en claro cuando Reagan pidió telefónicamente a Galtieri que se abstuviera de seguir adelante, respondiendo el general que la suerte ya estaba echada.
Manfred Schönfeld, periodista admirable, de ascendencia judía y patriota argentino, afirmaba que los países no sobreviven si carecen de un puñado de héroes que fundamenten su existencia. Y Malvinas suministró esos héroes. Menos de los que hoy se tienen por tales sencillamente porque combatieron en las islas, pero los suficientespara que la Argentina sobreviva como nación soberana.
El Tata Yofre sostuvo que el intento de recuperación del archipiélago fué un manotazo de ahogado de un gobierno que tambaleaba. No creo que así haya sido la cosa. Basta recordar que el almirante Anaya, que integraba la Junta de gobierno, soñó siempre con recuperar el territorio hurtado por los ingleses y no cabe duda en cuanto a que, no bien estuvo en condiciones de intentarlo, influyó en la Junta para que concretara ese sueño.
Termino con las estrofas finales de un poema que dediqué al corte de manga que el entonces teniente primero Carlos Federico Domínguez Lacreu dedicó a las cámaras de la BBC, mientras filmaban el embarque de los prisioneros argentinos.
Porque allí, circundadas por espuma revuelta,
las Malvinas esperan, esperan nuestra vuelta.Y tu corte de manga señalará el camino
que nos lleve otra vez hasta Puerto Argentino.