EUROPA EN GUERRA

La OTAN y Occidente se equivocaron profundamente al final de la Guerra Fría

Por Rafael L. Bardají (*)

Finalmente Vladimir Putin se ha decidido a atacar a Ucrania. En estos momentos, la información es limitada y es imposible saber el alcance de esta operación militar ni los avatares de su ejecución. Lo iremos viendo en las próximas horas y se despejarán las dudas. Pero, de momento, algunas reflexiones:

1.- Ucrania no es un miembro de la OTAN y, por tanto, no hay obligación alguna de apoyarla militarmente tras sufrir una agresión. Sería distinto si Putin hubiese invadido los países bálticos, por ejemplo. Allí, la solidaridad aliada sí cuenta y todos los miembros de la Alianza se verían comprometidos por su artículo 5 de defensa colectiva.

2.- Las obligaciones de la OTAN con un país no miembro son las que estimen los aliados caso a caso. Así, la OTAN atacó a Serbia para proteger a la población de Kosovo, fue a Afganistán en solidaridad con los americanos y acabó con el régimen de Gadafi para evitar un supuesto genocidio sobre Bengasi. 

3.- No podemos olvidar que la OTAN, esa organización militar permanente creada por Harry S. Truman al comienzo de la Guerra Fría, desde que cayó la URSS en 1991 ha estado buscando desesperadamente un sentido para sobrevivir. Ese nuevo propósito vital fue, al principio, las llamadas misiones de apoyo a la paz, como en los Balcanes, de pacificación y reconstrucción, como en Afganistán, o de cambio de régimen, como en Libia. Lo común a todas ellas fue elintervencionismo aguerrido de una organización que se había quedado sin su razón de ser -disuadir la URSS- pero que se negaba a desaparecer. La OTAN bombardeó en los Balcanes porque lo necesitaba burocráticamente, no estratégicamente. En Ucrania, vuelve a vivirse esta situación: la OTAN, obsoleta según Trump y en parálisis cerebral según Macron, vuelve a encontrar a su villano preferido, el Kremlin, y deja las chorradas -políticamente correctas- en las que estaba derivando como la lucha contra el cambio climático.

4.- Ucrania es un país singular y está en la encrucijada entre la Europa Occidental y Rusia. Sólo ha disfrutado de una plena independencia recientemente y su democracia está lejos de equipararse a las occidentales. Precisamente la falta de una cultura democrática es lo que ha alimentado que sus dirigentes políticos busquen objetivos maximalistas y rechacen con frecuencia el entendimiento y la negociación. Históricamente Rusia ha tenido mucho más interés por el destino de Ucrania que Occidente. Hasta China nos supera con sus inversiones allí.

5.- Putin invadiendo un país soberano ha pisoteado el principio sacrosanto del orden liberal salido de la Segunda Guerra Mundial de no modificar las fronteras por la fuerza ni iniciar una guerra que no fuera puramente defensiva. Estos principios recogidos en la Carta de la ONU fueron refrendados en París en el acuerdo firmado con Rusia en 1991. Dicho lo cual, una cosa son los principios y otra la realidad. De hecho, Rusia ha acusado a los occidentales de olvidarse se esos principios cuando les ha convenido, como en la ex-Yugoslavia. Allí la intervención militar de la OTAN fue de elección voluntaria, no por necesidad.

6. Hace años, Henry Kissinger propuso acordar un estatuto especial para Ucrania basado en el reconocimiento de su soberanía nacional y en el sostenimiento de un régimen de neutralidad. Económicamente a Ucrania podía relacionarse libremente tanto con la UE como con Rusia (o con quien quisiera), pero militarmente debía permanecer neutral. Esa sería la única fórmula para que Ucrania dejase de ser un terreno de confrontación para convertirse en un puente entre ambos lados. Lejos de favorecer esta opción, la OTAN eligió el camino opuesto: prometer a Ucrania una progresiva asociación con la vista puesta en la plena participación en unos cuantos años. El sentido estratégico de una perpetua ampliación geográfica de la Alianza es nulo, pero psicológicamente la organización necesita ser percibida como atractiva e interesante para cuantos más mejor. De hecho, tras la primera ola de ampliación a los centroeuropeos, la Alianza ha dado entrada a consumidores netos de seguridad, no a contribuyentes de nuevas capacidades, que es lo que debería haber buscado.

7.- No cabe duda alguna de que la actual situación la ha generado el Kremlin ni de su disposición a defender sus intereses incluso con el uso de la fuerza. Pero es más que probable que se hubiera podido desactivar diplomáticamente si Estados Unidos y Europa hubieran reaccionado de otra manera y no con una retórica belicista y agresiva. De hecho, se puede afirmar que la reacción inicial de la Casa Blanca tiene que ver más con la caída de la popularidad de Joe Biden que con la seguridad de Ucrania. Y la UE ha reaccionado desde el puro seguidismo a Joe Biden y sin reflexión estratégica alguna. El problema de la retórica occidental es que ha resultado hueca. Las palabras valen poco contra los carros de combate.Y ya sabemos que, encuesta tras encuesta, ni los norteamericanos ni los europeos están dispuestos a morir por Kiev. El problema es que el recurso a las sanciones, el arma de quien no quiere tener que recurrir a las armas de verdad, nunca ha dado resultados en el espacio de tiempo adecuado. Al contrario, suelen agravar y enquistar la situación. La amenaza de castigar personalmente a Putin en su bolsillo no lo ha detenido, sino que ha acelerado la puesta en marcha de sus planes.

8.- Los objetivos de Putin son políticos y estratégicos: desde lograr la independencia de las provincias rusas del este de Ucrania a instaurar un gobierno en Kiev más sensible a sus intereses. Estratégicamente, impedir la otanizacion de Ucrania y dejar claro que Rusia tiene una zona de influencia donde los occidentales poco pueden hacer o decir. Y mucho menos promover el cambio de régimen como en Bielorrusia.

9.- ¿Y ahora qué? Mucho depende de cómo se desarrolle esta operación militar, del tiempo que se lleve y del número de bajas que se produzcan. Pero asumiendo una victoria relativamente rápida de las tropas rusas, lo único que puede y debe hacer la OTAN es dejar claro que sus fronteras son seguras y que Putin no puede provocar un efecto dominó en los países que una vez estuvieron bajo la bota soviética. Pero poco más.

10.-  La OTAN y Occidente se equivocaron profundamente al final de la Guerra Fría. Se creyeron que la habían ganado aunque la realidad es que lo que sucedió fue que la URSS implosionó. No fueron los alemanes occidentales quienes derrumbaron el Muro de Berlín, sino los del Este. Por Bonn todavía seguiría viva la URSS. El pecado Atlántico fue considerarse vencedores absolutos y, en la estela de la mayoría de vencedores, despreciar al derrotado. Lejos de integrarlo, se optó por su sumisión. Solo que esa sumisión era humillación para los gobernantes rusos. Y como cualquier humillado, el rencor y la venganza pasa a ser un objetivo central en sus vidas.

11.- El problema no es Ucrania, sino Rusia. Occidente pasó de la confrontación y la disuasión al desprecio y a la falta de atención. Generosidad y entendimiento estaban fuera de lugar. El mundo era unipolar y los valores occidentales, de aplicación universal. Pero ya sabemos que eso fue un espejismo y que hoy estamos en un orden multipolar y caótico a nivel mundial. Si volvemos a la confrontación, lo que nos espera es la jungla y la ley del más fuerte, porque Occidente, simplemente, ya no es lo que era. El único intento reciente de recomponerlo, fortaleciendo la identidad nacional (de Donald Trump), fue derrotado por nosotros mismos. Desarmados, material y psicológicamente, malamente vamos a triunfar en un mundo en el que la fuerza se impone. De ahí que tengamos que dar cuanto antes con un nuevo marco de principios que todos, incluido Putin, respeten. Aislar a Rusia es arrojarla en los brazos de China y eso es algo que todavía nos interesa menos.

(*) Director del Grupo de Estudios Estratégicos, el think tank más antiguo de España.