"No creo en el público soberano''

Ignacio Bartolone, dramaturgo y director, analiza su obra más reciente, sobre el arte y el rol del artista.

"No creo en el público soberano'', dispara Ignacio Bartolone, un todavía joven creador argentino. Formado en ámbitos académicos, con muchas e interesantes lecturas, docente, artista, consiguió un lugar destacado en el panorama del teatro independiente. Al hablar con él se le ve ese paño que, salvando distancias de edades y estéticas, cubre a teatristas trascendentales -Bartís, Audivert, por ejemplo-, que se toman el trabajo de problematizar, cuestionar, pensar el teatro.­

La razón de la charla con La Prensa es su última creación, `La obra pública', que pone en escena cuestiones como el arte y el artista y puede verse los lunes a las 20.30 en el Espacio Callejón (Humahuaca 3759). Eso, claro está, si se consiguen entradas, porque se trata de un espectáculo que viene agotando butacas sistemáticamente desde que se estrenó a comienzos de septiembre.­

Bartolone pertenece a La espada de pasto, que conforma con Malena Schnitzer, Victoria Béhèran y Franco Casullo -productora general, asistente de dirección y músico e intérprete en `La obra pública', respectivamente-. Se trata de una agrupación teatral que sirve también de paraguas para sus creaciones, entre ellas `Piedra sentada, pata corrida' y `La madre del desierto', obras premiadas y representadas en el exterior.­

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PROCERES­

"El texto de `La obra pública' lo empecé yo y es una coautoría con Juan Laxaguerborde, que es sociólogo, crítico y amigo, y sabe mucho de arte. Yo no improviso las obras; no hay una palabra improvisada. Hay gente que lo hace, y prodigiosamente, pero no es mi caso'', explica sobre el proceso de creación de la pieza.­

Se trata de un texto con un protagonista central -interpretado con suma precisión por Julián Cabrera-, muy expansivo y excéntrico. Unos años antes del primer centenario patrio, el hombre busca financiamiento para un proyecto monumental e imposible: erigir estatuas gigantes de próceres nacionales por todo el país. Los espectadores asistimos al relato de su diario íntimo que no lo escribe sino que nos los cuenta y, en cierta manera, nos metemos en su cabeza. Al lado de Cabrera, Casullo personifica a un ser no especificado que hace sonidos, crea ambientes y en varios momentos capta la atención a pesar de no emitir palabras.­

 

-El protagonista tiene una frase -"amo el Estado y a los gusanos que viven de él''- que tal vez lo define. El también es un gusano, en cierto modo.­

-Antes que nada, el protagonista es un pusilánime, un infame. Hay una especie de chiste: en realidad nunca ves la obra de él embarrándose las manos, cincelando un pedazo de mármol. Hay algo de toda esa risotada paródica. Está puesto el valor de la ironía por delante.­

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REGISTRO DE ACTUACION­

-¿Cómo se construyó todo eso que es claramente no realista, más bien particular? El artista aparece en escena con unos bailecitos, también tiene esa forma de hablar extrañada, por momentos tal vez irónica.­

-Lo primero que diría es que la construcción o la dirección de la actuación no tiene que ver con un registro irónico.­

-Puede aparecer pero no fue lo buscado.­

-Yo creo que no se ve eso. Se ve el regocijo de alguien. La ironía debería tener como mínimo un interlocutor. En este caso, lo que vemos es un diario. Lo que acontece es el mapa del alma abollada, desesperada. En ese sentido, lo que ves como algo de danza es una cuestión relamida, de estar en soledad, machacando sobre algunas cuestiones que le suceden.­

-Aparece también un personaje misterioso, el músico, que si bien no dice una palabra tiene mucha presencia. ¿Surgió de entrada?­

-Fue una hipótesis desde el comienzo. Franco Casullo es una persona que además de ser un músico increíble, es dramaturgo, director, entonces tiene una comprensión cabal. Es un fantasma, una bruma que está todo el tiempo ahí. No hay obra sin él. En términos representativos, él es una estatua más. No se sabe esto, porque no se dice nunca, pero es un busto de Mansilla.­

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EL POST­

-¿Cómo evalúa el trabajo? ¿Lo sigue función a función?­

-Yo nunca estuve muy cerca de la filiación futbolística teatral, pero hay algo de que cada función la vivo como un DT. Después mando audio con devolución. Nosotros somos dueños de la verdad teatral de nuestro espectáculo. Si bien la obra la completa el espectador, hay algo de esa concentración de campo a la que no le podés poner ni pausa, que ocurre. La verdad del espectáculo la tiene el espectáculo, por más que ahora las teorías de la expectación hablen de cómo se completa todo en el afuera -lo que también es verdad-. Descreo de la idea de la teatralidad hecha de taquito.­

-¿Cómo se lleva con el post, con la respuesta del público?­

-Hay que entrenar la escucha en dos rumbos: por un lado, estar permeable, porque muchas veces el trabajo hace que uno pierda un registro, sobre todo escuchar a la gente que viene a pensar la estética, la funcionalidad del trabajo, los signos, los símbolos, porque el `me gustó o no' es de las redes sociales, no del mundo del teatro. Por otro lado, uno sabe que se juegan un montón de cosas y que hay espectadores que no tienen la virtud de estar tan inmiscuidos en el ambiente teatral. Uno tiene que aprender a no escuchar; es todo un ejercicio.­

-También cuando viene gente con excesiva franqueza.­

-Hay una frase de Leonardo Da Vinci que es hermosa: él iba a ver algo y decía `qué valiente'. Hay que ver hasta qué punto uno puede ser ciento por ciento sincero con lo que acaba de ver. Pero también es necesaria la suficiente distancia para descartar las cosas y saber que nunca hay que estar cerrado ni del todo abierto, porque en definitiva el equipo tiene el trabajo de ir conociendo las condiciones expresivas del material.­

-Hay que tener cuidado con los halagos de los amigos entonces.­

-También cuando hay buenas recepciones, ver qué se destaca, que la vanidad no obture. Por otro lado, a veces pasa que los pedidos que hacen los amigos no son posibles dentro del espectáculo. Por eso digo que hay que hacer un ejercicio de escucha intermedio. No creo en el público soberano.­

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