CLASICA
'Theodora', el oratorio que no fue
Una versión dramatúrgica a favor de la teología 'queer' y el feminismo.
'Theodora'
Resultó una empresa frustrada por más de un motivo. En primer lugar, porque lo que se dio el martes en el Colón, en función fuera de abono, no fue 'Theodora' (1750), HWV 68, de Haendel, sino una "edición dramatúrgica'' basada en esta espléndida composición, realizada por Alejandro Tantanián. Por añadidura aligerada (se recortó más de una hora de música), con una actriz injertada y sin coro, sustituido por seis voces (recordemos que se trata de un oratorio; Romain Rolland habla de los "exquisitos perfumes madrigalísticos'' confiados a esta sección).
Con aforo siempre limitado, la función, sin pausa alguna, se extendió por espacio de ciento veinte minutos.
Aparte de ello, el maestro italiano Johannes Pramsohler, destacado violinista y ahora director de orquesta, condujo la Estable con invariable pulcritud y equilibrio, pero con una inalterable contención de cabo a rabo, como si el barroco se agotara en la atildada belleza de las formas. Esto es, sin acentuar ni diferenciar rangos expresivos, lo que por cierto hizo que su exposición dinámica se tornara monocorde, un tanto cuadrada (pensemos que no hubo intervalos).
Debido a su registro terso y parejo, controlado y de buena expansión, el tenor Santiago Martínez (Septimius), elemento en ascenso, fue la figura más destacada del cuadro vocal, al tiempo que la soprano surcoreana Yun Jung Choi (protagonista) mostró una voz si se quiere pequeña pero grata y bien manejada, y lució refinado fraseo.
El contratenor Martín Oro (Didymus, coprotagonista) hizo oír también un metal correctamente armado y esbelto, en un marco que incluyó algunas notas forzadas, al tiempo que el barítono Víctor Torres (Valens) y la mezzo Florencia Machado (Irene), tal vez por incomodidades de tesitura, no estuvieron por cierto en su noche más lucida. Mercedes Morán dijo por su lado su desconcertante parte con el consabido oficio.
¿LA ESCENA?
El punto de partida de los responsables de todo el montaje escénico fue sin duda el de
Además de esto, en el curso de la representación se intercalaron de manera intermitente parlamentos sin ton ni son pertenecientes a una mujer llamada Marcella Althaus-Reid (argentina virtualmente desconocida en nuestro país), ideas tan deshilvanadas como enredadas, vinculadas con la denominada "teología queer'' o indecente, pensamiento radical de nuevas perspectivas sobre el género y la sexualidad, venerado por el colectivo LTGB y
En cuanto al cuadro visual, tanto los aportes de Rubén Conde, autor de una iluminación muy interesante, como los de Oria Puppo, realizadora de una escenografía y un vestuario tan austeros como logrados, se integraron armoniosamente con las imaginativas proyecciones de video que realizó Matías Otálora.
Calificación: Regular