UNA MIRADA DIFERENTE
El Nuevo Orden Mundial: ¿un mundo feliz o un mundo de pobreza?
Globalmente, el Estado y sus políticos burócratas tratan de suplir grotescamente la mano invisible y la acción humana.
Pocas veces se ha podido comprobar en vivo y en directo y de modo instantáneo los efectos de la famosa mano invisible con la que Adam Smith explicara la función del egoísmo en la sociedad. Hay quienes creen que con esa frase el escocés elogiaba el concepto del capitalismo, pero en realidad, sólo se limitaba a resumir el funcionamiento, el mecanismo automático, certero y preciso conque se determinan los volúmenes de producción, los precios absolutos y relativos, la asignación de recursos, cuando se actúa en un marco de libertad.
Mucho después Ludwig von Mises recogería la idea y la plasmaría definitivamente en su formidable Human Action, donde fusionaría ese pensamiento fundacional con el comportamiento del homo economicus, en definitiva, protagonista, autor y forjador de su destino, que termina, con la sumatoria de todos los componentes y decisiones individuales, configurando, como un dios colectivo y amorfo, lo que se conoce como la ciencia social de la economía.
La pandemia, o los diversos formatos de cuarentena, aislamiento, nacionalismo, provincialismo, regionalismo (interno y externo), proteccionismo, miedo inducido y miedo real, puso en suspenso esa mano invisible. Cada país eligió su nivel de autoritarismo, de freno, de subsidio, de llanto, de ira, de prudencias o de despilfarro. El virus también tuvo otra consecuencia: separó a las naciones, las volvió instantáneamente desconfiadas unas de otras, las puso en competencia en el número de muertos, de vacunas, de dádivas. Menos en el comercio. Puso en evidencia todo lo malo de cada sociedad, y mostró descarnadamente todas las fallas de cada uno de los sistemas políticos, y también de los políticos. Disparó una emisión global fomentada que está en contra hasta de la más simple matemática, no solamente de la economía.
La Acción Humana que había descripto Mises, dejó de accionar. Se interceptó la mano invisible en el aire, deliberadamente. El mundo, que venía de disfrutar del momento de mayor integración multinacional, de mayor coordinación y de mayor confianza mutua de la historia, decidió comportarse del modo opuesto a todo lo que le había dado resultados exitosos en cuatro décadas. La sociedad universal se transformó de pronto en un raro surtido de tribus aisladas, enemigas, desconfiadas, miedosas y arrepentidas de haber creído unas en otras. Y en sus propias fuerzas.
Pero esa integración de cuatro décadas, ese período de resolver las disputas de modo civilizado, de confianza, de acuerdos, de bastante competencia comparado contra cualquier otro período, también había servido para aumentar el bienestar y la producción y abastecer a una población que siempre se supo que era explosiva, para lograr costos y precios estables y soportables y para reducir drásticamente la pobreza global, para elevar el promedio de vida a niveles antes impensables y para crear la mayor clase media de todos los tiempos. Las diferencias ideológicas parecían casi anecdóticas en semejante contexto.
Un sueño frustrado
La pandemia, cualquiera fuera su origen, arrasó con ese sueño. Cada uno pensó en aferrarse a su salvavidas, o en quitárselo al otro. Se agotaron los stocks de insumos básicos de reserva de empresas y países, se pararon las cadenas de suministros, se rompieron acuerdos just in time imprescindibles en el siglo XXI, se paralizaron actividades completas que aislaron a los países, y crearon una explosión de pobreza y desempleo expansiva, una parálisis progresiva.
Cuando empieza a ceder la pandemia, o la propaganda sobre la pandemia, o la dictadura por la pandemia o cesa por milagro, como en Argentina, (perdón por el fácil ejemplo) y las cadenas de producción se quieren volver a poner en marcha, se advierte recién la importancia del concepto abstracto de la mano invisible, deja de ser teórica la definición de la acción humana. Resulta que finalmente comienza a entenderse que alguien, que no fue el Estado, ni una ley, ni una orden dictatorial, se había ocupado antes automáticamente de que no faltaran los insumos, por caso los chips, o de que los mismos fueran asignados en un orden dado de prioridades, sin paralizar la producción de autos, de computadoras, de aviones o de robots quirúrgicos.
O de que el trabajador no fuera desestimulado por subsidios para quedarse en casa, y entonces se pasara bruscamente de un mundo que supuestamente se iba a quedar sin empleos a un mundo donde se ofrecen empleos a gente que no quiere trabajar, o que exige trabajar un rato por semana y luego quedarse en su casa. Y también asegurarse de que cada país y cada set de industrias tendrá el abastecimiento y la logística que se requiere para cada actividad, todo lo que ocurría hasta hace un año en silencio y eficientemente.
La plaga duodécima
Como si no fuera suficiente con la undécima plaga, el Sars-CoV-2, ésta se combina con la plaga duodécima, la Burocracia, con mayúscula. Y por burocracia no se hace referencia al tinterillo, como dicen en España, al mediocre con un sello de goma que se siente omnipotente, a la empleada inmortal de Gasalla, a los torturadores de mostrador y formularios infinitos, al proverbial amanuense con manguitas negras para proteger las camisas. Ese es un eterno mal puesto por Dios para probar la paciencia de la humanidad, y su pequeñez.
No ya el microbio de oficinas rutinarias y saturadas que estudiara Parkinson y que describiera tan bien Peter; sino el funcionario de alto nivel o el político ganapán y cobarde, que llega a ocupar cargos de gobierno que no merece, integrado por otros burócratas como él ad infinitum, que tiene miedo de perder votos, prebendas, negocios, alfombras rojas, reelecciones o repartos. El inútil sublimado que se cuelga de un partido o de un cupo o de una boleta que lo incluya, que lucha por obtener y conservar el poder como único objetivo y que suele ser absolutamente incompetente, o al menos tiende a comportarse como tal. El Burócrata a cargo. El planificador central, el que desprecia al individuo, a la Mano Invisible y a la Acción Humana y se arroga el poder y el saber de regir el destino de los ciudadanos de cada país y ponerlos de rodilla ante sus decisiones, por estúpidas que fuesen. El Burócrata de la Fatal Arrogancia que expusiera con toda su crudeza Hayek en dos de sus obras.
Para desilusión del lector, debe aquí aclararse que estás líneas no se refieren a Argentina, ejemplo demasiado fácil y obvio, porque de hacerlo la nota concluiría aquí mismo. Intentan tener validez y alcance universales.
El Gran Reseteo
La combinación de esa undécima plaga con la duodécima plaga descriptas antes es simplemente final. Tanto en el accionar previo, como durante la pandemia, como en la pospandemia. Tanto si lo hacen como un acto reflejo, casi animal, como si conformara un accionar deliberado y planificado para conducir a la humanidad a la pobreza absoluta y unánime, el nombre que la columna prefiere darle a lo que la estulticia y la puerilidad inducida y cultivada llaman ahora el Gran Reseteo o el Nuevo Orden Mundial.
El ejemplo más a mano es el del Reino Unido. Lo que hoy se percibe como una crisis energética que amenaza crear una hambruna o algo peor, es el resultado combinado de todo lo expresado hasta aquí. Partiendo del Brexit, un despropósito sin plan estratégico ni político ni geopolítico, improvisado por un burócrata como Cameron, que fue cambiando de posición según soplaba el viento y que terminó proponiendo lo que no quería proponer y renunciando a guiar a una masa sin pensamiento. La salida de la UE alejó automáticamente a muchos europeos no británicos choferes de camiones de transporte de combustible, que ahora no pueden trabajar en Gran Bretaña. Al mismo tiempo, la suba de actividad pospandemia sorprendió a los que creían que la mano invisible era un cuento de hadas. De pronto se encontraron con que hacía falta tiempo y errores sucesivos para que el mercado se equilibrara. Conque los subsidios habían terminado por provocar una fuga de oferta laboral de camioneros que agravaría el abastecimiento, además de encarecer la energía. Conque la comunicación no era una cuestión menor, para evitar las corridas. Conque eso pondría en jaque las cadenas de distribución de otros bienes. ¿Y que hace ahora Johnson, otro burócrata? Se debe encomendar a Dios. El patrono de los burócratas. El drama apenas ha empezado.
También Europa tiene los mismos problemas. Hace rato que ha reemplazado la mano invisible y la acción humana por un Comecom propio que decide el abastecimiento, los sistemas, los precios relativos, el papel de cada país y región, los límites de cada industria, los estándares del pensamiento empresario, y del pensamiento en general. La lucha que ha inventado el sistema supranacional que la rige, de escaso contenido democrático, pese a las formas, encareció de tal manera los costos de la energía con impuestos “anticambio climático”, que ya resultan impagables. Sin embargo, esos costos volverán a subir, cuando se sufra el impacto de los cortes en las cadenas de suministros y las poluciones nocturnas de los que quieren limitar aún más la generación de energía, más situaciones como la de España, al borde del desastre por una inventada guerra entre Argelia y Marruecos que la dejará sin gas en cualquier momento y ya está aumentando todo tipo de costos.
Todos estos son, además de problemas que bajarán la productividad, el bienestar y el empleo, elementos que subirán el costo de vida de la región y los costos de lo que exporten y los insumos de integración que vendan. Lo que parece ser irrelevante para todos, y una bendición para quienes quieren una alta y persistente inflación para licuar una deuda mayormente inventada. Inventada por los estados, que no tienen cómo justificar el bienestar que han repartido justamente sus burócratas que no tienen el coraje de decir que no a las demandas facilistas del populismo de sus ciudadanos. Y por las empresas que financian con deuda la recompra de sus acciones, para beneficio de sus ejecutivos y de sus bancos, compañías también gobernadas por burócratas incapaces, en su mayoría, de conseguir ganancia legítima para sus corporaciones. Por eso han dejado de pagar dividendos.
Nadie parece comprender que, si se licua el ahorro, o sea el capital, se licuará la inversión, a menos que el estado sea el inversor principal con recursos que obtendrá por un tiempito de gravar la escasa riqueza aparente que vaya restando, o con más emisión, que generará más inflación. Porque la mano invisible de Smith también castiga, así como premia.
China y Estados Unidos no están mejor
China no está mejor, aunque la pospandemia, sea porque controló en serio el virus, o porque ocultó sus muertos mejor, o porque su impulso de desarrollo es muy fuerte, lo encuentra mejor parado que al resto de las potencias. Sin embargo, la fatal arrogancia de Xi Jinging, y una dosis de incompetencia no despreciable, le hace creer a él y sobre todo al Partido Comunista, que pueden meter la mano en la realidad y en la Acción Humana alegremente, y así, con un par de medidas destruyen de un día para el otro el mercado inmobiliario, que representa el 29% del PBI chino, la educación privada, las plataformas tecnológicas y aún peor, la confianza del inversor mundial, al tomar decisiones contra empresas de esos rubros que las hacen perder más de la mitad de la inversión que han recibido.
A eso se agrega el problema de la energía, de muy compleja y difícil comprensión, porque es la consecuencia de múltiples causales. China producía el 85% de su energía quemando carbón (coal), lo que evidentemente es una barbaridad por cualquier estándar (También tiene que ver con la prédica de Greenpeace contra las usinas nucleares, el método más eficaz y limpio de producir energía conocido, más allá de que se diga que en el futuro habrá sistemas mucho mejores, ninguno de los cuales está disponible). Tras las quejas internacionales, lo había bajado al 50%, que de todos modos no es un estándar razonable ni mucho menos. Ahora, por razones que tampoco se conocen muy bien, ha decidido bajarlo más. Creando de inmediato otra grave crisis sin solución, que también subirá los precios de sus exportaciones vitales para Occidente, o sea los precios para todos los consumidores del mundo. A eso se debe agregar que la producción está en aumento debido al éxito de sus exportaciones, y eso aumenta la necesidad de energía, con lo que se está incubando un problema mayor. También la pandemia paralizó las actividades, desvió y redujo los insumos al mínimo, y ahora el sistema descubre que los mercados necesitan tiempo para reacomodarse y que eso no puede ser reemplazado por los burócratas. El riesgo es que cuanto más toquen más empeoren. El efecto cierto es más inflación mundial a niveles inviables.
Anecdóticamente, hay quienes sostienen que China quiere eliminar el Choking Haze, la niebla tóxica producida por su polución carbonífera, antes de los Juegos Olímpicos de invierno, otra muestra de improvisación y soluciones desesperadas que no pueden salir bien.
Cualquiera fuera la verdad, aquí se agrega, como en otros casos, la sensación de urgencia mundial que ha creado la prédica de los reseteadores del 2030, que bajo la amenaza del fin del mundo reclaman una solución instantánea que produzca energía limpia mágicamente la semana que viene, lo que terminará en otra causal de parálisis y pobreza generalizadas.
También Estados Unidos está en un problema similar. El plan de Biden de financiar un copernicano cambio de la industria automotriz casi de golpe, tiene los niveles de urgencia que usan los estafadores, y está saturado de burocracia, estatismo, desprecio por la Acción Humana y la Mano Invisible, como lo tiene su idea de financiar fábricas de chips para suplir una demanda que debe autoregularse, no satisfacerse como si fuera una carta a Papá Noel. Además de acelerar la obsolescencia del parque automotor, que puede ser chatarra súbita adicional en pocos años. Todo esto en un marco de colosal aumento del gasto en subsidios, infraestructura, recomposición salarial y compensaciones populistas que resultan muy difíciles de no calificar como delirantes.
Lo más grave de todo
Una vez más, lo más grave es la sensación de urgencia que se ha logrado crear. Eso hace que, por ejemplo, en el tema de por sí insoluble del cambio climático, en vez de que algunas modificaciones se produzcan gradualmente, con innovaciones que vayan surgiendo paso a paso, y se vayan corrigiendo y mejorando a medida que se desarrollen las nuevas técnicas energéticas o de propulsión vehicular, se intente una solución inmediata, de golpe y “por decreto”, generando distorsiones enormes que obviamente costea el estado, con reglamentaciones también estatales, en vez dejar todo eso en manos del mercado. Esa intervención tipo bombero del estado, a cualquier precio, es una nueva característica que parece pensada más para destruir el concepto de capitalismo y competencia que para resolver el problema del fin del mundo. El desprecio por la evidencia empírica disfrazado de muerte inminente, o sea miedo, lleva lo mismo al suicidio.
Si los cambios urgentes en el sistema energético, que son cinco o seis veces más costosos como mínimo, se hacen al mismo tiempo que el proceso de recuperación pandémico y eso se suma a la emisión desaforada -de moneda envenenada, no de gases venenosos- que también un montón de incompetentes está empujando con ensañamiento (Powell acaba de decir que está “monitoreando cuidadosamente” ese aumento adicional desatado de la inflación, como si fuera un relator, no un responsable mayor) la inflación permanente y elevada no será circunstancial sino permanente y el daño será gravísimo para la inversión y consecuentemente para todos los emprendimientos privados. Con lo que el Estado pasará en pocos años a ser preponderante en todas las actividades y en todos los países, no sólo en China. El retroceso será pavoroso.
Este es el resultado del triple efecto de la pospandemia, los burócratas ganapanes en los gobiernos y el Estado emisor y benefactor de individuos y ahora empresas. Pero no hay que olvidar que hay otro protagonista. Y es la delegación del ejercicio de la Acción Humana que han hecho y hacen muchos individuos en el Estado. O sea, en los políticos burócratas que supuestamente saben mejor lo que hace feliz a cada uno. Así se evitan el riesgo de equivocarse y pueden culpar a alguien de sus fracasos o sus decisiones erróneas y de sus miedos. Simétricamente, los políticos estimulan esos miedos y esa falta de compromiso y de coraje.
Si no es un plan diabólico perfecto, merecería serlo. Lo que no puede esperarse que ocurra es que ese plan termine bien. Porque sólo puede culminar en pobreza generalizada y en la pérdida de la libertad. Como siempre que se han usado esta combinación de argumentos y situaciones que se acaba de describir.
Por si todo fallara, empieza ahora a flotar en el aire el belicismo, el último recurso de los políticos burócratas profesionales para apelar al patriotismo de los explotados o para disparar el odio o el miedo, y también para evitar tener que dar explicaciones cuando se sufran las consecuencias de los despropósitos de hoy. El Nuevo Orden Mundial se parece cada vez más a una trampa ideada por Ray Bradbury o H. G Wells.