Fatiga pandémica
Los psiquiatras y quienes deben comunicarse en el campo de la salud, usamos un par de nomencladores nosológicos, que definen y encuadran conceptos que se quiere transmitir.
Estos son el Manual diagnóstico y estadístico de enfermedades Mentales (DSM V), y el ICD que es la codificación de enfermedades en general, ya no solo mentales, de la OMS. Así, cuando alguien dice que padece por ejemplo un cuadro de ansiedad generalizada o un estrés agudo, el que lo recibe sabe que en el segundo caso no tendrá que ver con el concepto conocido públicamente como estrés sino un cuadro traumático.
Esta codificación, siendo muy útil, es sin embargo criticada, y una de las razones de ello, es que ha dejado una cantidad de cuadros por fuera o han desaparecido (la histeria como tal, por ejemplo), y opuestamente, en el afán de ir agregando cuadros ya incluye hasta comportamientos normales como patológicos.
Otro de los problemas es que, al plantear un sistema compartimentado, es que existe alguna dificultad en codificar elementos que no son precisamente los señalados y queda la opción de crear, aun una nueva entidad o reducirla y llevarla a alguna existente. Así, en los cuadros que cursan con astenia, con cansancio, fatiga, tanto mental como física, se los encuadra en algunos casos en depresiones, o en el lego, bajo la difusa imagen del estrés.
Una respuesta a esta fatiga, que hemos ya tratado, es el incremento del consumo de ansiolíticos, antidepresivos, y contradictoriamente de estimulantes diversos como respuesta, demostrando que no puede haber una respuesta adecuada no pudiendo conceptualizar y entender el problema.
Específicamente, en el caso de la fatiga, últimamente se empieza a hablar y encontrar patrones comunes a un cuadro sintomático, que empieza a llamarse fatiga pandémica. Este es algo más que un distrés o trastorno adaptativo (usado en el DSM) y es el cansancio consecuente a los esfuerzos por adaptarse a normas y consignas constantes y cambiantes respecto a la pandemia.
Esas adaptaciones y cambios constantes, que nos protegerían, son los mismos que nos debilitan. A esto hay que agregarle un factor de alguna manera único y es la extraordinaria y omnipresente difusión y pánico relativo al covid, en un supuesto intento que el miedo nos hará cumplir mejor, esas consignas que nos salvarán. Por supuesto, ese miedo empeora la situación.
La imposibilidad de contacto social en seres fundamentalmente gregarios, llevó en muchos casos el recorte de la vida social, ya no necesariamente como ansiedad o fobia social, pero si como un cambio de costumbres que nos priva de algo que hace a la vida misma y es el contacto social. La incertidumbre, la dificultad para planificar de manera cierta así sea un viaje, generan algo estudiado hace décadas y conocido como indefensión aprendida, o más antiguamente Esopo y su zorra y las uvas.
La vida se va achicando, e inevitablemente nuestro sistema vital entiende que necesitamos menos energía, de manera opuesta a cuando es sometido a pruebas que generan el aprendizaje, entrenamiento etc., cuando nos potenciamos.
Frente a esto, el reconocimiento, la aceptación de estar en esta situación, es esencial. Diferenciarlo de otras formas, como el burn out, el estrés patológico, o la depresión, no dejar de pedir ayuda para no seguir ese camino de involución que genera el cansancio, particularmente el mental, y de alguna manera ir en dirección opuesta. En lugar de encerramos, salir, activarse, mental y físicamente, socialmente, compartir con los demás.
En particular, no banalizarlo, no creer que es un estadio que simplemente se tiene que padecer. Aún en la peor de las catástrofes, fluir hacia el bienestar es el faro a seguir.