UNA MIRADA DIFERENTE
El futuro sigue siendo del éxito y el mérito
Hay un mundo mejor, pero no es el de los que queman bancos o destruyen monumentos, ni de los que quieren vivir de un subsidio eterno o de la confiscación y la limosna.
El ultimo siglo planteó un enfrentamiento mundial casi simple. Por un lado, el capitalismo y la democracia, que compartían valores y principios del liberalismo protestante, por el otro el comunismo y las dictaduras imprescindibles para imponerlo. La inecuación era simple, y por eso Estados Unidos, evidente líder del orden mundial, no reclamaba que los países aplicaran valores capitalistas, sino que adoptaran y respetaran la democracia. Capitalismo y democracia eran a la larga sinónimos. Eso estaba y está empíricamente demostrado porque aquellos países que adoptaban esa senda terminaban aumentando el bienestar de sus pueblos y su estándar de vida, a la vez que aseguraban mayores derechos y libertad.
Cuando Nixon y Kissinger decidieron en los ‘70 extender a China los mismos beneficios que la nación norteamericana otorgara a su vencido Japón en la WWII, no sólo estaban aislando a la URSS, su enemigo ideológico de entonces, sino que estaba siguiendo la fe de su paradigma: el capitalismo y su bienestar implícito unido a la necesidad de integración que conllevaba el comercio internacional, harían que naturalmente el dormido gigante oriental se volcara hacia formas democráticas de gobierno.
La llegada de Xi Jinping
Es evidente que el formato del enfrentamiento ha cambiado. Algo que todos dicen saber y comprender. Pero ha cambiado más de lo que se cree, en la forma, en la esencia y hasta en los protagonistas de la lucha. Para comenzar, democracia y capitalismo ya no implican una sinonimia, ni una exclusividad. Desde la famosa dictadura benigna de Singapur, pasando por varios gobiernos asiáticos de democracias elásticas o poco ortodoxas, que sin embargo posan como capitalistas, cotizan en las grandes bolsas como capitalistas, con ropajes económicos y políticos que fueron tolerados y comprendidos por conveniencias de diversa índole. Hasta llegar a China, que después de la secreta contrición por Tiananmen iba en camino de convertirse en una dictadura benigna hasta la llegada de Xi Jinping, que sorprendió no sólo a Occidente sino a su propio sistema al imponerse como dictador imperial y dejar de lado todo respeto por los derechos políticos, por la vida de sus oponentes, y aún de sus correligionarios.
Imbricada con el resto del primero, segundo y tercer mundo como proveedor y cliente, aún en áreas de alta tecnología, protagonista en todas las bolsas y los fondos de inversión, actor de primera línea en el comercio mundial, es superficial sostener que China no tiene un alto contenido de capitalismo. El mundo capitalista colapsaría sin su presencia. Ni siquiera se puede defender, conociendo su gobernanza, que su sistema económico es lo que Hayek llamaba de planificación central. El mundo empresario chino es tan caótico y corrupto como el que se llamaría Occidental. Y ha creado una clase media más grande que cualquier otro país en el mundo. Con otras instituciones y formatos, eso está claro.
Y hasta sus trapisondas, robos de tecnología y otros abusos recuerdan demasiado a las historias de los orígenes del siglo de oro americano que terminó en 1975. En cuanto al espionaje, la manipulación de datos y elecciones, el manejo de masas, la creación de tendencias, cancelaciones y rebeldías y la intromisión en asuntos internos de terceros países, de lo que también es culpable, no son exclusivas, si se deja de lado la ideología y se recuerdan antecedentes y comportamientos de otras grandes potencias.
La deformación rusa
Siguiendo con los paradigmas, la otrora terrible Rusia, cuna del comunismo, no es hoy ni comunista, ni socialista ni ninguna otra cosa que tenga que ver con una concepción ideológica o filosófica. Es una terrible, corrupta y salvaje deformación dictatorial de capitalismo como nunca se conoció en la historia. Del bolcheviquismo y el estalinismo heredó solamente su vocación sanguinaria. Mientras, desarrolló su tecnología de punta de hackeos, servers piratas y manipulación de masas. Sin entrar siquiera en ejemplos. Su alianza con Irán plantea una vocación de disrupción geopolítica mucho peor que la de China, que tiene otros intereses que hacen que no le sea conveniente ese accionar.
También el mundo capitalista-democrático ha claudicado, en una espiral vertiginosa desde hace 20 años, si bien el comienzo es bastante anterior, desde la ruptura en 1971 de Nixon con los acuerdos de Breton Woods que implicaban la convertibilidad del dólar. Basta sólo con mencionar la Patriot Act, que dictada bajo el calor del atentado a las torres por inspiración de Bush (h) - ¿o (p)? - es la negación misma de todos los principios del liberalismo y de la democracia. Su secretaria de Estado, Condoleezza Rice, predicaba desde por lo menos dos años antes la necesidad de esa ley, vergonzosa guillotina del derecho y de libertades. También Bush padre había reprochado agriamente a Alan Greenspan que defendiera la seriedad económica y el valor del dólar durante su gobierno con tasas altas, lo que le costó la reelección, aunque al pueblo norteamericano le significó la sanidad y solvencia económicas. (I appointed him, he dissapointed me, dijo en un intraducible juego de palabras.) Las crisis financieras de 1999, 2001/2, 2008 y la actual, han servido de excusa para destruir el valor del dólar con medidas de salvamento a una industria fraudulenta, con la anuencia de ambos partidos, como corresponde, un réquiem para el capitalismo, como profetizara Marx.
El capitalismo fue la versión aplicada del liberalismo, tanto en lo ético como en lo social y lo económico. Con el colofón del accionar sucesivo de Trump y Biden, con estilos diferentes, pero ambos nocivos, es difícil encontrar hoy reflejados esos principios, o simplemente los de sanidad y seriedad económica.
Grave amenaza
La columna, como es sabido, cree que el peor capitalismo es preferible al mejor comunismo o similares, pero no puede ignorar la grave amenaza que esta claudicación en la aplicación de la filosofía liberal implica para el mundo, con cualquier ideología.
La tesis y la antítesis del último siglo se han transformado en otra cosa que aún no se acierta a precisar o definir. Ni existe la posibilidad de una síntesis histórica. No la hay ni la habrá. Europa inventó la rara mescolanza del socialismo democrático, la democracia cristiana y hasta las encíclicas papales, que pretendieron ser una inviable síntesis evangélica condenada a caminar sobre las aguas, pero por las piedras. Para terminar con un endeudamiento insostenible, salvada por el Euro, que es una forma de engañar al sistema financiero, tan devaluado como el dólar y con más riesgo político de una desintegración que empezó con el Brexit y habrá que ver si no sigue con Irlanda del Sur y algún otro damnificado, de palabra o de obra, adicionalmente, con una invasión migratoria de conquista latente similar a la que sufrió el imperio romano.
Ya se ha dicho aquí que la pandemia ha creado la necesidad, o sobre todo un buen justificativo, de subsidiar hasta llegar a la Renta Universal, o sea un salario sin trabajar para los que no puedan o no quieran hacerlo. También la de la solidaridad instantánea que consiste en extraerle sus ahorros o sus ingresos a quien los tenga para repartirlos entre los pobres infinitos. Más allá de arbitrarias similitudes con otras concepciones económicas, el modelo dura lo que un lirio en una mañana de invierno en las calles de París. En eso copia la inocencia o la falacia del comunismo, que creía que, mediante el Gulasch primero y las ecuaciones después, podía vencer la lógica de la acción humana. Simultáneamente ha cobrado intensidad el pensamiento mágico de los seguidores (¿o empujadores?) de Biden, que pretenden encarar grandes obras públicas que den trabajo estatal instantáneo, financiadas también con la ganancia o la confiscación de capital ajeno, que supuestamente es infinito. Algo que ya ensayó en los ’30 el capitalismo sin convicciones, con el resultado de matar de hambre a medio mundo (sic).
Sociolatinismo
Con lo que se vuelve al concepto de las futuras líneas que configuren las nuevas tesis que regirán el siglo XXI. La primera es el sociolatinismo. Países de América latina, incluido Estados Unidos, como es crecientemente obvio, y de las clases más resentidas y precarias. Poca formación, influencia cubana castrista, simplistas, sólo quieren vivir del Estado y trabajar lo menos posible. Su sueño es explotar el sistema. Lo lograrán hacer explotar, efectivamente. Son protegidos por los políticos profesionales, cuyo interés es tener una masa simple, sin demasiadas aspiraciones, salvo las precarias y pequeñas. Fácilmente conducibles por el miedo, el odio, el sentimiento de patria o de soberanía amenazada. Esos políticos profesionales se ocupan de empobrecerlos y de eliminar el mayor empleo privado posible, para que la dependencia sea mayor. El sistema así creado es esquilmado hasta el extremo, y se aumenta la épica patriótica y de la soberanía a medida que las necesidades son más insatisfechas. En ese momento son factibles guerras e incidentes bélicos.
Muchas veces se comete el error de discutir las ventajas del sistema liberal o capitalista comparado con este globosocialismo latino. Es un error. A los apóstoles globosocialistas no les interesan los resultados económicos ni el bienestar de los ciudadanos, les importa solamente ganar las elecciones y conservar el poder eternamente para ellos y sus familias. No intentan demostrar que son mejores que el capitalismo, porque no pueden hacerlo. Entonces lo anulan con su posverdad o negación. Ese latinismo antes estaba limitado a lo que se llamaban países bananeros, pero las migraciones y los políticos linkedin han ampliado su área de acción. Agregan a la dialéctica el otorgamiento de derechos que se pueden conceder sin costo e instantáneamente por lo menos a primera vista. Para ello, primero crean la necesidad de varias formas, y luego legislan ordenando que se otorguen esos derechos. Aquí se incluyen las preferencias sexuales y de género, los subsidios de todo tipo a trans y homosexuales, los neolenguajes o galimatías, la igualdad que ni siquiera Cristo aseguró y todas las reivindicaciones que de algún modo simbolicen odio, necesidad de reconocimiento, revancha, pretensiones y facilismos que sean nuevas alternativas que impliquen alguna épica. Más todo otro concepto que se invente como derecho. Terminarán en poco tiempo con todos los países de la región. “Visibilizan” sus reclamos con escandalosos y desproporcionados desmanes y motines callejeros por cualquier motivo, para ganar cobertura periodística y solidaridad de los sensibles. Y meterle miedo a algunos cobardes que tienen mucho para perder.
Tal vez no lleguen a convertir a Estados Unidos en un emergente, pero disminuirán notoriamente su poder. ¿Está China detrás de esto? La columna cree que no. Pero sí cree que esas serán las consecuencias, que la favorecerán. ¿En cuánto tiempo? –se preguntará la lectora. Pronto. Dentro de los próximos 1.000 años, respondería Lao Tse.
Europa islámica
Europa, como es harto conocido, pertenece al Islam. En la práctica ya está ocupando las calles y la beneficiencia oficial y sanitaria de modo notorio, pero se incrementará la acción callejera violentas, como en París, lo que se irá trasladando a las decisiones y promesas política y a las leyes y los presupuestos. En esencia, tampoco este movimiento tiene ningún interés en propender al bienestar de los pueblos ni a la libertad, mucho menos en proteger la vida. Como alguna vez pasó en España, el formato con el que el Islam sueña y que es su gran pendiente y su gran revancha, está muy cerca, y está aumentando su influencia en los entes internacionales. Rusia e Irán, por una cuestión de debilitar a sus enemigos, apoyan este movimiento, que además tiene un correlato bélico en Oriente Medio que no cejará. Europa terminará siendo muy parecida en lo socioeconómico a América Latina, tal vez por el origen y destino común signado por los barcos, que tan inadecuada e ignorantemente expresó nuestro presidente.
La migración en EE.UU., América Latina y Europa, será utilizada crecientemente como arma, mucho más con la tendencia a premiar la reproducción infinita que se acrecentará con formatos, nombres y mecanismos diversos, desde AUH a Salario Mínimo universal, pasando por subsidios a la energía, el transporte, y otros conceptos que resultarán en la quiebra de los sistemas.
Otro denominador común de estos países incluido el ex titular del Orden Mundial, son los sindicatos trotskistas o similares que se han apoderado de la enseñanza. No es necesario, como ocurría en la URSS, en el peronismo de Perón y en el de los Kircnher o en Venezuela, que se use el sistema de enseñanza para adoctrinar. Basta con que se deseduque, con la negación sistemática de enseñanza para que se adecue la mente de los individuos para el concepto de manada u horda. Sin educación, la prédica democrática no se puede ejercer ni entender. Sin educación mueren la democracia y el capitalismo. La primera porque jamás se discernirá. El segundo porque la ignorancia trae acoplado el miedo a proveerse el sustento a autodesarrollarse y autoprotegerse. Cualquier riesgo pasa a ser insoportable, paso previo a la servidumbre.
Las excepciones
Este panorama sonará pesimista para algunos, y obvio para otros. Pero falta un punto adicional a tener en cuenta. Hay algunos países, o algún tipo de país, que no seguirá este destino de Edad Media que se anticipa aquí. Son aquellos que, por su tipo de sociedad, de institucionalidad, de idiosincrasia, o de historia de valentías, decidan no seguir la marabunta, el enjambre o el rebaño. Aquellos que tengan o creen un sistema de gobierno representativo real, no monopólico. De políticos decentes que se parezcan a la gente y que no dejen de parecerse a ella si son electos. Con un sistema de justicia independiente y serio, con jueces que compren en el mismo súper que la gente y viajen en el mismo subte. No de punteros, ni de empresarios, ni de Ceos, ni de amantes, ni de sindicalistas drogados. Los que tengan la suficientemente limpieza de conducta y de espíritu para decirle la verdad a la sociedad. Y ser creídos. Los que no vivan de la política. Sin reelección en ningún cargo. Aquellos países donde la acción humana, base de la economía, el progreso y el bienestar, sea respetada como un derecho humano, no donde sea reemplazada por un decreto escrito por iluminados.
Esos países no son utópicos. Existen y pueden hacerlo. Y también pueden surgir alternativas desde los éxodos, las rebeldías institucionales, política y hasta prácticas de parte de la sociedad que no esté dispuesta a sucumbir a la dictadura de la nacionalidad, a la solidaridad obligatoria por domicilio, a la mediocridad y al servilismo.
Es generalizada la admiración por Winston Churchill, que tuvo la valentía de decirle al pueblo británico, luego de que éste hubiera sido convencido de pactar con Hitler, “nada tengo para ofreceros, salvo sangre, trabajo, lágrimas y sudor”. Imagínese el lector algún político que fuera capaz de decir eso hoy, en cualquier país. ¿Qué ha cambiado? La educación, la prédica, el discurso facilista, demagógico, complaciente y populista, y los políticos profesionales. Churchill no vivía de la política.
Esos países, los que sigan con una economía prudente con principios sanos, los que se ajusten a sus presupuestos, los que vivan de su industriosidad, de su ingenio, de su esfuerzo, de su inteligencia, de su creatividad y de su educación, los que sean capaces de convocar al esfuerzo y a la seriedad, serán una tercera fuerza que, como primera medida, asegurará la libertad a sus habitantes. Y una sólida chance de progreso, no de servidumbre.
Por supuesto que habrá que tener la habilidad de navegar en esos mundos e intereses tan negativos. Y también la de asociarse con las potencias según convenga y mientras convenga. El virtual desamparo que sufre la población por la inaceptable crisis de vacunas en Argentina -tristísimo momento, más allá del relato y la dialéctica- muestra el peligro de la corrupción, de los negocios con amigos, de las ideologías en las decisiones, de las alianzas por desesperación luego de los errores por incapacidad, por intereses, por negocios o por lo que fuera.
A la hora de definir el futuro, los que ganen serán los que dejen de lado todas las ideologías, relatos y eslóganes y recuerden la frase de Deng Xiaoping, ese gran capitalista converso: “No importa que el gato sea blanco o negro. Lo que cuenta es que cace ratones”. Y eso no se logra con sangre, pero sí con trabajo, sudor y lágrimas.