UNA MIRADA DIFERENTE

Entre la pandemiocracia y el popusocialismo

Las contradicciones políticas y económicas que se arrojan sobre la sociedad global como si fueran verdades reveladas son relatos baratos para vender viejos fracasos

Cuando la guerrilla terrorista tuvo en los 70 que rendir cuenta ante los tribunales del gobierno legítimo que había intentado desestabilizar y derrocar, los mismos delincuentes que habían negado la institucionalidad, sus leyes y la propia república, usaban cada vericueto del derecho que habían despreciado hasta un minuto antes para defenderse y aún para cobrar indemnizaciones que no merecían, cuando no inventaban desapariciones inexistentes por las que también cobraban. (El uso del pasado es una concesión del autor) 

No innovaban. Usaban la vieja premisa de Bakunim y el resto del anarquismo revolucionario comunista: “Cuando yo te ataco, niego tu derecho en nombre de mis principios. Cuando tú me atacas, niego tus principios en nombre de mis derechos”. 

Atrapada en su principio liberal y de decencia de no parecerse al caníbal y comérselo, la comunidad civilizada garantiza siempre al terrorista y al antisocial los derechos que estos se han dedicado a negar o a pulverizar. Esto es fácil de comprobar en Argentina, tanto recorriendo la historia como concentrándose en la actualidad. Los mismos que quieren transformar a la justicia en una intendencia o en un conjunto de leales mendigos de cargos o votos, recurren a ella para conseguir tratamiento jubilatorio preferencial e inmerecido, o revindicando pagos por títulos universitarios que no poseen. Y los que denuestan y liman al poder judicial, cuando consiguen de sus jueces amigos o presionados algunas sentencias favorables que los salven de sus tropelías, lo publicitan como si hubieran resultado inocentes en el Juicio Final. “Pongamos que hablo de Cristina” –diría Sabina. Tal vez porque este kirchnerismo es aquel terrorismo, más efectivo. 

Ahora ese mandamiento básico anarquista que el peronismo y el kirchnerismo usan basándose en la memoria RAM borrable de los argentinos, se está aplicando globalmente, de un modo más planificado, sofisticado, ayudado y potenciado por las redes, coordinadamente y en un ataque mucho más potente y grave. Como se sabe, desde Engels a hoy, pasando por Marx, Trotsky y Gramsci, el socialismo con todos sus nombres y apodos siempre ha sido dialéctico, o mejor, solamente dialéctico, vacío de argumentos. Relato, posverdad, mentira sistemática, manipulación, materialismo dialéctico o como quiera llamársele, o decida llamarse, niega lo que no le conviene, recita hasta el aburrimiento lo que quiere imponer y cancela todo lo que lo destroza ideológicamente. (Obsérvese las vacunas verbales aplicadas en el país) 

El engaño a las sociedad

Ya había convencido a los críticos intelectuales y cultos de dejar de llamarlos populistas o progresistas. Con el argumento de que ambas palabras implicaban una acción positiva en favor del pueblo y del progreso. Grave error dejarse convencer. Las palabras valen por lo que representan, no por la etimología, ni por las formas. Ambas voces describen magníficamente el engaño a las sociedades al hacerles creer que se pueden lograr el bienestar y el progreso instantáneamente, que es la kryptonita de cualquier política seria: la garantía del logro inmediato y mágico de cualquier sueño o demanda. La negación de todo esfuerzo, de todo mérito y de todo ahorro. La eliminación del tiempo. El sueño instantáneo de igualdad, o mejor, de empobrecer al otro y llevarlo a la misma villa, al mismo paco o marginalidad.  

Ya el mundo, encabezado por Latinoamérica papal, había tolerado y digerido el término neoliberalismo, un invento para desvirtuar los principios liberales, la filosofía de vida que más ha luchado para oponerse a la pobreza, a la esclavitud, a la servidumbre y a la pérdida de derechos, ya fueran políticos, económicos o sociales. Esto ha ocurrido especialmente en el periodismo, que además de estar sesgado por su romanticismo socialista a la violeta, es una profesión que ha dejado de ser intelectual.  Nadie en la historia pagó con sus vidas como los liberales de todos los tiempos por esa lucha. Y ahora sufre el discurso ignorante, también comprado por los supuestos intelectuales, de ser sinónimo de la derecha, que es una posición política válida, pero que no tiene nada que ver con su lucha, ni con posiciones ideológicas, ni con meras cuestiones partidistas o parlamentarias.  Siempre, bajo la batuta incansable de los supuestos dueños de la moral social y la política, y del uso del idioma, por supuesto. 

¡Vaya usted a decir que se preocupa por la libertad! Cosechará desde miradas sobradores o apenadas hasta frases de compasión y escepticismo. Como si en usted se hubieran reencarnado Becquer, o Rimbaud. ¡Vaya usted a decir que espera el patriotismo de sus representantes o que ansía que se respete la república! Palabras que no valen nada, porque los progrepopusocialistas se han encargado de devaluarlas o, mejor dicho, se han encargado de devaluar el concepto mismo de su significado, porque no les conviene ni les interesa que sea un valor. Como han devaluado el concepto de decencia, de honestidad, la condena lapidaria encerrada en el término corrupción, o en el término mentira, materias primas fundamentales para la demagogia y el socialismo fracasado. 

Trágico dueto

Argentina, con la caricatura viviente de su trágico dueto presidencial, mueve al engaño y hace creer que lo que aquí ocurre es un hecho exclusivo. Pero basta analizar cómo esa caricatura se ha mundializado para entender que el fenómeno ni es exclusivo ni es espontáneo. Y casi nunca es ya ideológico. También la ideología ha cedido a la corrupción y a la burocracia. Y también se llega al mismo lugar por izquierda o por derecha. 

Hayek, quien mejor desenmascaró el poder de la burocracia mediocre detrás del comunismo y el fascismo, sostuvo que todos los sistemas de planificación central de cualquier signo terminaban siempre en una dictadura, porque ante la imposibilidad de pretender acomodar las conductas colectivas, o la acción humana, a esos planes, (que después serían “esas ecuaciones”) se caían todas las previsiones y los gobiernos no tenían otro camino más que recurrir a la prepotencia y a la anulación del libre albedrío para hacer cumplir sus proyecciones.

Esa brillante descripción y síndrome hoy han evolucionado. Ya no hace falta tener una planificación central, ni una ideología, ni una razón moral. Basta con enarbolar promesas de igualdad, arrojar montañas de dinero sin valor sobre la comunidad, inventar los terrores y enemigos apropiados, apelar a los miedos, los odios, las envidias, las revanchas, para ganar el poder. Y una vez obtenido el poder, luchar por todos los medios para permanecer indefinidamente en él. Y por supuesto, tras destruir el mecanismo liberal capitalista, recurrir a la excusa del socialismo solidario para empobrecer a todos por igual y convencerlos de que es por culpa de una clase oligarca, que no suele ser aquella a la que apuntan, sino sus propios amigos, amantes, socios, cometeadores o entenados. La ideología es sólo una bandera que se usa como un preservativo, no una convicción. Por lo que tampoco es respetable. 

Es como si el proceso se estuviera desarrollando en el sentido opuesto al que describiera Hayek. Se logra el poder como se puede, y luego se perpetúa la permanencia con recursos antirepublicanos de todo tipo, hasta lograr una masa ciega y dócil, mientras mediante una burocracia paralizante y destructora se llega a la ruina, y entonces se propone la igualdad universal con impuestos y confiscaciones para todos, y todas. 

Amplificador pandemia

La pandemia, ese enemigo inventado o utilizado, da lo mismo, ha profundizado todas estas situaciones de miedo, exceso de poder tolerado, desesperación, urgencia, necesidad de protección feudal, dependencia casi esclava, búsqueda de soluciones instantáneas, constantes miradas en derredor para ver a quién se le puede sacar algo, sensación de que no se puede perder tiempo con requisitos constitucionales o republicanos engorrosos y demorosos. También ha mostrado los efectos de la inutilidad y la corrupción, que los gobiernos más ineptos y discapacitados tratan de ocultar con palabras, gritos o insultos. 

Eso ha potenciado las ambiciones de un lado y la subordinación del otro. O tal vez ambos lados, gobiernos y gobernados, confluyen en una mezcla de tolerancia a la corrupción y la inoperancia, que ha hecho que viejas recetas que probadamente no sirvieron para nada, mágicamente se quieran reeditar ahora, como si al aumentar la gravedad de una situación los efectos negativos de los remedios fallidos se anularan, o como si la desesperación mezclada con ignorancia hiciera creer que lo que no sirvió antes servirá hoy. 

En ese camino, el enemigo dialéctico ha venido profundizando la distorsión de las palabras, mecanismos de prestidigitación con los que se intenta disimular u ocultar la realidad. Entonces aparece un discurso universal tratando de convencer a sociedades desesperadas, pero también deseducadas de que la emisión no produce inflación, de que esa emisión salvará a la sociedad global, de que la disciplina fiscal es asesina, o al menos de que “por un tiempito hay que hacer la vista gorda”.  También es una deliberada distorsión de las palabras y de su significado el hacer creer, o hacerse creer, que el proteccionismo producirá fuentes de trabajo, o que el consumo se logra poniendo más dinero en el bolsillo de la gente. -¿Cómo no se me ocurrió? 

Joseph Biden sostiene que el mundo se dividirá entre los que defienden las democracias y los que defienden las autarquías. Extraordinario ejemplo de cómo se han distorsionado no ya sólo las palabras, sino los conceptos. Primero, habrá que dejarse de llamar a las dictaduras por el nombre suavizado y emasculado de autarquía. Y eso aplica no solamente a China, sino a los Bukele, los Kirchner, los Maduro, los Putin y tantos otros gobiernos de países que se omiten en la calificación de dictadores porque son amigos, o socios, o lo serán. Como es inadmisible que se hable ahora del nuevo enfoque americano con Venezuela, una traición al pueblo venezolano y a la libertad, tan ruin como la de Bahía de Cochinos. 

Excusas proteccionistas

De paso, es muy difícil de creer que EEUU está emprendiendo una lucha contra China debido a su comunismo dictatorial, que ciertamente existe en toda su amplitud. La lucha es por el poder, por la hegemonía. por el liderazgo mundial y por el déficit comercial imparable de los norteamericanos. El resto son excusas proteccionistas que atrasarán al mundo. Esa línea es multipartidaria, por otra parte, hasta que alguien vuelva a alzar la bandera del capitalismo liberal que se ha dejado caer. 

Para la columna no es posible saber si esta concepción geopolítica del actual gobierno del norte ha sido inspirada por los intereses del socialismo de la nueva oligarquía burocrática global, (la misma que ahora propone vía la OMC regalar patentes de vacunas, esa estolidez infantil de pensamiento raquítico e ignorante, ni siquiera ideologizado) pero ciertamente sirve a esa idea y a esos intereses. Todo deterioro de la libertad, del progreso, de la propiedad privada y de la racionalidad, sirve a las dictaduras, globales o no. 

En esa línea de deterioro de conceptos, ideas y palabras, el mayor logro del burosocialismo ha sido la transformación que ha logrado sobre el término y en especial sobre el concepto luminoso de la democracia. Un término antes sacrosanto, definitivo, indisputable y absoluto, por el que murieron millones en todas las playas, los pantanos, las montañas, las ciudades, los mares y cielos del mundo. Sin embargo, ahora quiere decir lo que cada uno le venga en ganas, tanto en lo idiomático como en su significado real. 

Así, algunos creen que basta obtener una primera minoría para imponer la voluntad sobre el resto del país, incluyendo cambiar la Corte, el procurador, los jueces que no se someten. O postergar la fecha o el modo de elecciones. O cambiar las reglas constitucionales para quedarse indefinidamente en el poder o sus descendientes o amigos. O peor, transformar la sociedad poco a poco en una masa deseducada y deformada que vota precariamente en función de esos miedos, odios o rencores fomentados. O aplicar un impuesto tras otro, o destituir a los jueces de la Corte y reemplazarlos de un plumazo. (No se habla con exclusividad de Argentina, no sean soberbios) 

El escudo de Palas Atenea

La popucracia, cuando gana, cree que ese triunfo es absoluto y en nombre de la democracia que esgrime como el escudo de Palas Atenea, hace lo que le viene en gana y se eterniza por esos y otros medios en el poder, confisca bienes y patrimonios, empobrece a la sociedad y la sojuzga. 

Y cuando pierde la desconoce, tira 14 toneladas de piedras contra el Congreso, marcha sobre las capitales hasta destruirlas, como en Chile, Colombia, París o Washington, hasta forzar las decisiones del gobierno elegido democráticamente. Nada más que ese doble estándar anula el concepto mismo de la democracia y se burla y esquiva el mandato popular. 

Al mismo tiempo, ese socialismo global desprecia el concepto del control republicano de los poderes y califica cualquier decisión de golpe de estado, aunque la Constitución la indique y consagre. Como desprecia el concepto de soberanía de los pueblos al crear entes burocráticos internacionales con supuesta supraautoridad sobre cada país en cada vez más temas, lo que junto con la introducción de las cláusulas que subordinan la Constitución a esos entes, quitan cada vez más importancia a las decisiones de los ciudadanos que se expresan en las urnas. 

Y también le llaman democracia a la maraña de leyes electorales, reglamentos camerales, mecanismos de formación de leyes tan inconstitucionales como el DNU telúrico, que desvirtúan otra vez la voluntad popular. Como lo hacen las facultades extraordinarias que se conceden al poder ejecutivo con excusas varias y que permiten la existencia de los Maduro, por ejemplo. 

Por supuesto, la democracia es también el mecanismo corrupto y oligopólico de formación y financiación de partidos políticos y también lo son aquellos sistemas que impiden la elección uninominal, por desgracia cada vez más comunes. 

Por vías distintas, muchas veces la corrupción compartida multipartidaria, por democracia se puede terminar entendiendo lo que cada uno tenga ganas. Una barra brava grande cambia el resultado de una votación si rompe media zona céntrica. Eso también se llama protesta popular democrática. Para sintetizar, la democracia se desvirtúa cuando el ciudadano empieza a pensar que de lo mismo votar o no votar, o por quién votar. En ese momento de resignación, ya no se desvirtuó la palabra, sino el concepto en sí. Y ese es el momento más peligroso para la libertad. Cuando la sociedad cree que está eligiendo y en realidad sólo está votando. 

La pandemia, además, le ha quitado importancia aparente a los grandes criterios que regían la vida de los pueblos. Como si una de las características del Sars-2 fuera la de obnubilar el razonamiento colectivo. Tal vez para denominar adecuadamente la era del futuro, habría que acuñar un nuevo término, ya que de eso se trata: popusocialismo, o pandemiocracia. Al menos hasta que comiencen a destacarse aquellos países y dirigentes que hayan seguido el camino más difícil de ser serios y honestos, lo que sería un milagro mayor que terminar con el COVID-19.