UNA MIRADA DIFERENTE
¿Hacia la dictadura democrática?
El ciudadano trabajador, emprendedor y sufriente pierde siempre ante una mayoría creciente que cada vez pide más dádivas, se esfuerza menos, y quiere participar de su ahorro hasta fundirlo.
Una frase mal formulada de un conocido periodista radial, que seguramente no intentó decir tal cosa, planteó de algún modo en el comienzo de la semana la discusión sobre la pobreza extrema y la compatibilidad entre la miseria semigeneralizada y el sistema democrático que rige a buena parte de la humanidad.
El error viene bien, sin embargo, para elaborar algunas ideas sobre el escenario que depara la cuarentena mundial que ha pandemizado a la sociedad occidental y que muestra al menos dos concepciones del futuro. Los que creen que ninguna receta de fondo ha cambiado, ni ningún principio clásico de sanidad económica se ha alterado, y entonces, pasado el huracán sólo hay que reconstruir lo que el viento se llevó y paliar los dramas de corto plazo; y los que encuentran en esta confusión universal una oportunidad para clamar por un borrón y cuenta nueva, tanto en la deuda real en ambos sentidos que arrastran fruto de antiguos y repetidos errores conceptuales y políticos, económicos y sociales, como en los principios sobre los que basar el futuro accionar, que son de reparto y distribución de los bienes existentes, de ningún modo de planes de crear o producir. De paso, un olvido por bula santísima de toda la evidencia empírica que demuestra el fracaso de las mismas políticas emisionistas y redistributivas que ahora se recomiendan como una novedad salvadora, empezando por Georgieva. Una obsoleta discusión, sólo que ahora con un ropaje distinto y argumentos más dramáticos y efectistas.
Como corolario, el debate también pone sobre la mesa el formato político en que se plantean y defienden esas ideas, y el mecanismo conque se espera aplicarlas. Es evidente que la sociedad que para abreviar se denominará aquí occidental, está dividida por una grieta insalvable e irremediable, sin solución posible, entre dos sectores: los que creen que tienen derecho a apoderarse de los ahorros y los bienes de la otra parte de la población, en nombre de derechos y necesidades diversas, reales o inventadas, bajo la apelación a la solidaridad forzada y la igualdad; y los que se niegan a verse forzados a ceder sus ahorros y ganancias obtenidas con sus esfuerzos y capacidad a los primeros, no solamente las del pasado sino por el resto de sus vidas.
Un truco ideológico
El impacto de las muertes con un diagnóstico unificado en los certificados de defunción: COVID-19, un truco ideológico propio del relato del materialismo dialéctico, y sobre todo la parálisis ocasionada con o sin justificativo en el sistema cuasiglobal pergeñado para combatirlo, hace que ese debate aparezca como más urgente, dramático y obligatorio, y repone en el plano de la discusión un tema que ya estaba zanjado.
Para salir de los eufemismos que los propandemia han usado con profusión, la verdadera discusión es de nuevo entre el socialismo, comunismo, marxismo, progresismo o como se le quiera llamar a los movimientos de reparto y cancelación, y el capitalismo. Ni más ni menos. Una discusión que ya estaba terminada hace mucho. Hasta China había llegado a una particular síntesis en la que usaba las herramientas comunistas monopartidistas en un esquema que propendía a la eficiencia y la apertura comercial, sin que se trate de ocultar con esta afirmación las iniquidades del régimen oriental. Iniquidades, vale repetir.
La realidad es que en menos de cien años el capitalismo y la globalización produjeron la mayor reducción de la pobreza de la historia, y aún de las desigualdades en términos de oportunidades, no en el sentido cristiano y buenista que le dan al término los ateos sistémicos, ni en el sentido que le da el asesor y funcionario papal Grabois, quienes no han logrado más que reproducirlos exponencial y rentablemente. Y en esos 50 años, utilizando los principios centrales del capitalismo, China, con todas sus brutalidades, produjo la mayor clase media de todos los tiempos.
Fue justamente cuando se paralizó la libertad de comercio, se alteraron por decreto la oferta y demanda, se prohibió la circulación de personas y se restringió la de bienes y cuando se encerró a la gente, que se congeló la acción humana y los indicadores de pobreza se dispararon – son, al fin y al cabo, una comparación instantánea entre índices, con lo que las correlaciones son instantáneas. En otros casos el cuarentenismo estalló sobre el desastre previo, como en Argentina, lo que hace que no exista solución.
De cabeza al despotismo
Históricamente, esta discusión entre burócratas que pretendían decidir quién daba y quien recibía, quién ganaba y quién perdía, qué se compraba y qué se vendía, qué se producía, cuánto, dónde, llevaba de cabeza a la dictadura sin elecciones. O con elecciones que se desvirtuaban al instante, o monopartidistas. Las más alevosas partían de una revolución previa que aniquilaba (sic) el sistema previo de gobierno, como el caso de la URSS, otras se metamorfoseaban desde la elección más o menos amañada de un funcionario clave que luego se iba apoderando de la sociedad, (Hitler, Mussolini), que confluían en un partido único, una parodia de democracia, como ocurrió en China y en muchos países de oriente.
En el camino es posible encontrar dictaduras sin propósito alguno, salvo las del poder mismo, como las de África, o la de izquierda subsidiada y adoctrinadora de Castro, y la más particular de Chávez, que sólo usó de excusa la liberación para apoderarse del poder y transformar a su pueblo en una masa desesperada fugitiva y a él y sus socios en millonarios megalómanos.
Hubo un auge de las dictaduras que se llamaron de derecha, unipersonales, que intentaron corregir el exceso de los planificadores centrales y repartidores de riqueza rompiendo la democracia e imponiéndose también por la fuerza, que terminaron diluyéndose y devolviendo el poder popular a veces por sus errores económicos, a veces por el reclamo de libertad de los pueblos o por una mezcla de ambos. Terminaron empeorando la tendencia y convalidando a los peores gobernantes electos.
El último medio siglo pareció que se podía compatibilizar la idea de un sistema de libertad económica y de respeto a la propiedad y a las libertades en general, con los sistemas democráticos, y hasta China comenzó en ese camino, mucho más rápido en lo económico que en lo político, aunque la preocupación de su gobierno por lograr un importante nivel de bienestar general interno sea negada por muchos analistas, pese a la realidad. La que se sacrificó fue la libertad. Nada menos.
La democracia respetable venía mutando peligrosamente antes de la pandemia, y amenaza hacerlo brutal y drásticamente ahora. La dictadura ya no está sólo limitada a una figura unipersonal casi de sainete, con ancho bigote, o con anteojos de sol, o con uniformes con más medallas que tela; comienza la etapa de la dictadura democrática, en todo el mundo.
En Argentina se tiende a creer que el fenómeno de pobreza sistemática inducida, con deseducación sistémica, dádivas, populismo, acostumbramiento casi obligatorio a la marginalidad, corrupción, aún el de una inmigración descontrolada y no integrada ni educada, que reclama en nombre de la Constitución es un fenómeno que se da localmente con mucha más fuerza que en el resto del mundo. Como se tiende a creer que el proteccionismo es sólo exagerado en este medio. Y que la emisión, el déficit, el despilfarro en el gasto, el endeudamiento irresponsable es también un patrimonio y un símbolo telúrico.
Se cuecen habas
Se está a un paso de empezar a descubrir que eso ya ocurre en muchos países, y que está creciendo. Estados Unidos, a quien muchos – inclusive esta columna- vieron durante décadas como el paradigma de la ortodoxia socioeconómica y la honestidad, ya antes de la pandemia presentaba síntomas alarmantes, que ahora se agravan. Los pedigríes de conducta de Trump y Biden son impresentables e indefendibles, sólo disimulados por un fanatismo futbolero inducido con notable éxito manipulatorio, si se trata de analizar la honestidad. Ni que hablar de los fraudes en el sistema financiero de los grandes operadores y bancos, con protección multipartidaria y gubernamental.
Cuando se echa una mirada a sus sistemas educativos públicos, se advierte la misma deformación y pérdida de excelencia que en cualquier país latinoamericano; cuando se estudian sus sindicatos docentes se advierten las misma tendencias trotskistas y gramscianas. Los reclamos de las Ocasio-Cortez de turno recogen los pedidos de millones de marginales inmigrantes que reclaman una porción de la riqueza de otros americanos, que creen que merecen por el sólo hecho de haber podido entrar ilegalmente a ese país. O ser hijos de esos ilegales. Las protestas disolventes de cuánta reivindicación suelta se imagine, también afectan conductas, saturan tribunales, cuestan mucho dinero, hacer perder productividad, y tornan la vida un poquito peor y la libertad un derecho custodiado por millones de prepotentes que deciden lo que cada uno puede hablar, cómo o cuando decirlo, o lo que debe callar. Ni hablar, por lo menos en esta apretada referencia (que no intenta profundizar sino referenciar) de su alarmante situación presupuestaria, fiscal y monetaria, pasada y futura.
Como Argentina, y como muchos países, tiene un sistema político que tiende a la autocracia, al gobierno de un solo partido o al obstruccionismo. Dentro de un esquema que parece democrático. Cuando se auspicia el negocio de la política, cuando se ha creado por el medio que fuera suficiente marginalidad, suficiente cantidad de votantes con discapacidad de discernimiento, cuando se ha abierto la canilla del proteccionismo, sea empresario, laboral o personal, de la dádiva, del facilismo de pedir o exigir del estado, cuando se ha roto el estilo y el modelo de la sociedad, tarde o temprano los que exigen serán más que los que producen. Su voto será una expresión dictatorial. Que los dictadores sean millones no cambia el panorama ni el concepto. Ni fraude hace falta. Australia lo sabe. Por eso sus leyes de inmigración son tan inteligentes.
Tiene sentido regresar a Argentina. A la farsa de la democracia argentina. Basta repasar las redes sociales para encontrar algunas opiniones generalizadas: “Esto no es Suiza”, “eso no se puede hacer porque te queman el país”, “un gobierno que se postule diciendo que va a hacer un ajuste y un manejo sensato de la economía jamás será elegido”, “no hay otro camino que el gradualismo”, y similares. La traducción de ese tipo de pensamiento masivo es una sola: no se está eligiendo. La democracia ha pasado a ser una dictadura colectiva.
Fatal y terminal
Todavía más grave es que no se trata de una dictadura oscilante. Como cada vez la marginalidad es mayor, el trabajo auténtico es menor, los trabajadores auténticos son menos, los pedidos de repartija son más, la salud es peor, la educación pública es menor, el sentido de esa dictadura es uno solo, fatal, terminal. Por eso esas dictaduras son siempre demagógicas. Por eso, salvo algunos locos, los políticos no tratan de arreglar nada, sino de perdurar y conservar el poder. Por eso el país tiende al expolio. Por eso una funcionaria incapaz e ignorante propone ahora aumentar las retenciones a la exportación, una barbaridad de amplio espectro desde lo económico y un robo en toda la línea desde el derecho.
Por supuesto que todas estas mayorías que no tienen interés en conocer lo justo o lo correcto sino en lograr lo que les interesa, pueden ser manipuladas y conducidas. El resultado es el mismo. Nadie se deja manipular en el sentido opuesto a lo que le conviene o a lo que cree. Detrás de la lucha contra el calentamiento global están los que envidian las ventajas del mundo moderno, porque no las pueden alcanzar. Nadie es altruista con su propio auto. Con su propia agua caliente, o con su acceso a internet y wifi, o deja de minar bitcoins.
La dictadura de la democracia amenaza con universalizarse. Desde las “leyes”de lavado, que ahora la Task Force, que ni siquiera es una orga multinacional, sino apenas un grupo de trabajo no oficializado, amenaza con profundizar para que nadie escape del ataque impositivo confiscatorio mundial, aunque se use otra excusa, a los tratados internacionales que, al igual que en el orden local, los países están permitiendo prevalecer por sobre sus leyes. Nadie escapa a la democracia... ¿ O nadie escapa a la dictadura democrática?
Y un capítulo especial a los requerimientos de “igualdad de trato y oportunidades” que ahora pretende exigir Estados Unidos, que en realidad les resta oportunidades de competir a los países menos desarrollados, cuando no los condena al colonialismo exportador de materias primas básicas. O a seguir prácticas que no pueden financiar y que se oponen a la austeridad que al mismo tiempo se les exige en muchos casos. Lo mismo ocurre con los niveles impositivos obligatorios: un escupitajo sobre la eficiencia de los países y un triunfo de la burocracia internacional ineficiente.
También el concepto de república, la gran herramienta de defensa de las sociedades, está en manos de las democracias. Y no es sólo Cristina, ni Fernández. Estados Unidos, que se gobernó 4 años con los DNU de Trump, ahora amenaza en firme con reformar la Corte y aumentar el número de sus miembros. (Para nombrar jueces propios) Cualquier parecido es pura coincidencia. La justicia, la república, molestan al nuevo modelo. ¿Acaso cuando Mario Negri dice, como ayer, “igual, ellos tienen votos para hacer lo que se les de la gana” no está diciendo lo mismo que esta nota?
Se trata de una dictadura democrática más peligrosa y poderosa que todo lo que se pueda imaginar. Véase el fraseo que esgrime Biden ahora para su proteccionismo, “democracia contra autarquía” que quiere decir “lo que me convenga a mí”. Dictadura democrática universal. Que es sinónimo de democracia estatista, proteccionista empresaria y laboral, planificación central, ineficiencia, y particularmente demagogia, suficientes elementos como para que Hayek se levante de la tumba y una noche le lleve un ejemplar de Camino de Servidumbre al presidente americano entre chillidos de murciélagos sin SARS-2. Aunque mejor sería que le llevase un ejemplar de The Road to Serfdom, para no correr el riesgo de que se lo tradujese Ocasio-Cortez.
Peligro global
Pero hay un paso más. Esa democracia dictatorial corre el riesgo de ir contra la soberanía, de transformarse en una democracia dictatorial universal. Por ejemplo, Biden sale ahora a pedir a sus aliados y a todos sus socios comerciales que lo ayuden en su lucha contra China, con el argumento de que el imperio opositor está usando con propósitos bélicos su tecnología, donde poco a poco va a incluir hasta la Play Station como arma mortal. Pero ocurre que muchos de ellos tienen en China su mayor comprador, y hasta tienen importantes tratados y aún importantes intercambios industriales y de complementación, como ocurre con toda Asia. ¿Qué pasará cuándo las naciones no lo apoyen, en defensa de sus conveniencias? ¿Serán consideradas enemigas? ¿Serán sancionadas? ¿Resulta que, por contraposición y exageración, China va a terminar siendo el defensor de la libertad de mercados?
¿EEUU va a llegar al cuasicomunismo antes que China al capitalismo pleno?
Produce escalofríos el imaginar el tironeo entre los dos imperios y las presiones que caerán sobre las naciones intermedias en esta lucha de titanes.
Paralelamente, el sueño de la izquierda latinoamericana y de convertir a las naciones en sucursales locales de los planificadores centrales, o sea de las Patrias Grandes, para saltearse las decisiones electorales domésticas, que permitió Alfonsín con su traición en la Constitución de 1994 y que aman Cristina, Maduro y otros circenses dictadores de estilo antiguo, está a un paso de convertirse en dura realidad. Hasta Estados Unidos no parece libre de semejante riesgo.
Con una mayoría que crece sin parar, impone su rigor y su número y se apodera de la paz, la tranquilidad, los derechos, la libertad y la propiedad ajena, cada vez que se vota ya no se elige gobierno, en casi ningún estado. Se eligen delegados caros de millones de dictadores a los que finalmente usan y engañan. La inflación, por caso, es uno de los síntomas de ese engaño. Y no es sólo Argentina. EEUU ha acelerado su programa de impresión de dólares. La UE también. Eso sí, amparados en un paquete impresionante de ecuaciones de premios Nobel bajo una teoría con un nombre impactante. Pero es lo mismo.
Dictadura de la democracia. O Dictadura del proletariado, si prefiere.