“Los que luchan por un ideal siempre ganan. Aunque pierdan…”.
Juan Pascual Pringles nació en 1795 en la ciudad de San Luis, que pertenecía, en aquel tiempo, a la antigua gobernación de Cuyo que durante casi dos siglos había dependido de Chile, y ya formaba parte del Virreynato del Río de la Plata.
Por sus buenos pastos naturales, San Luis era una zona específicamente ganadera de la región de Cuyo, y por ello, era la natural proveedora de ganado en pie a Chile.
Los puntanos, como se los denomina aún hoy a los habitantes de San Luis, habían vivido fundamentalmente de la ganadería.
En largos y sufridos arreos, recorriendo casi 600 Km desde San Luis y cruzando los Andes, comerciaban con los chilenos.
De allí, de San Luis, salieron los baqueanos de la cordillera y también de allí salió la caballería del Ejercito de los Andes, que integró el ejército de San Martín.
En 1813 –con solo 18 años de edad- Pringles se incorporó como alférez al Regimiento de Granaderos a Caballo, en el que combatió y logró ascensos, hasta el cierre victorioso de la independencia de América, en Ayacucho, una batalla decisiva.
Pringles, participó también en la toma de Lima y en los ataques y asedio de la fortaleza del Puerto del Callao hasta su rendición, en septiembre de 1821. Recibió por ello, una condecoración y la promoción al grado de capitán.
Combatió luego, en la famosa batalla de Junín, ya a las órdenes de Bolívar.
Al término de la guerra de la Independencia, Pringles, recibió el grado de teniente coronel de Caballería.
Decidió entonces, regresar a San Luis en 1826, para reencontrarse con su familia.
Pero tres años después, en 1829, el país entró nuevamente en la vorágine y en el dolor de la guerra civil.
Pringles, era un soldado formado en la escuela sanmartiniana, y sentía horror por el desorden.
Tomó partido, a pesar de su rechazo por la política, y se incorporó a las fuerzas del general Paz, destacadas por Lavalle, en la provincia de Córdoba. Allí, derrotó a las fuerzas de Bustos.
Intervino después, contra Facundo Quiroga en La Tablada, con actuación tan destacada, que el general Paz lo promovió a coronel en el mismo campo de batalla.
Y un breve episodio ocurrido en pleno combate de La Tablada.
Avanzaba, contra las tropas de nuestro protagonista, la caballería del Tigre de los Llanos, que así lo denominaban a Quiroga, el caudillo riojano.
Uno de los integrantes de esa fuerza de Quiroga, ante un tropiezo de su caballo, cayó de su cabalgadura. Quedó de espaldas en el suelo, desmayado por el golpe.
Un soldado de Pringles ya lo iba a atravesar con su bayoneta.
Rápidamente, su jefe le tomó el brazo diciéndole.
-¡Deténgase soldado!.
-¡Pero es un enemigo, jefe!. Pertenece a las fuerzas de Quiroga.
-No, soldado. Es sólo un adversario y además un compatriota. Tómelo prisionero, simplemente.
Se me ocurre pensar que si nos mirásemos a los ojos… nos veríamos.
Poco tiempo después, Pringles estaba en la defensa de Río Cuarto, ciudad que también era atacada por Quiroga.
Luego de tres días de encarnizado asedio, la ciudad fue tomada por el caudillo riojano.
Comenzaba a declinar la estrella del valiente patriota puntano, que tuvo que huir, perseguido por las fuerzas de Quiroga.
Finalmente, fue alcanzado en San Luis.
Intimado por un grupo de las tropas de Quiroga a entregar su espada y rendirse, y confirmando el sentido ético de toda su existencia, y su dignidad contestó: mi espada será entregada solamente al propio Quiroga.
La bárbara respuesta consistió en un disparo mortal de un torpe y frío soldado. Y así moría este glorioso militar un marzo de 1833.
Y un hecho totalmente inusual en una guerra se vivió en ese momento.
Un compañero del soldado que había matado a Pringles, le propinó a su camarada un fuerte puñetazo en el rostro, derribándolo.
Luego, se acercó al cadáver llorando. Quien lloraba era el soldado al que Pringles le había salvado la vida, en la batalla de La Tablada.
Este episodio es poco común porque parecería que en las guerras la crueldad es casi… un deber. Porque en toda contienda bélica, la primera víctima, es la piedad.
Pringles estuvo siempre expuesto. No sólo por su valentía, sino porque vivió iluminado. Por su patriotismo y sus ideales.
Y un aforismo final para el Coronel Pringles y para su injusta muerte: “Todo idealista tropieza con ciegos mentales”.