Pocos elementos definen mejor a la democracia liberal que su régimen de trabajo productivo. El trabajo productivo es la verdadera tarjeta de identidad de Occidente y un instrumento básico de su victoria ideológica y de su consecuente primacía sobre el resto del planeta. Su poder se ha fundado en la capacidad de aunar los esfuerzos de múltiples disciplinas intelectuales para la creación de riqueza y para generar una expansión demográfica sin precedentes. En apenas dos siglos, la conjunción de fuerzas concentradas en el trabajo productivo fue capaz de promover una transformación superlativa de las condiciones de vida del hombre.
Pero al mismo tiempo, el trabajo productivo ha engendrado una cultura anémica, en la que encontramos fuertes resistencias para el florecimiento de nuestra riqueza personal.
La palabra trabajo define una de las condiciones fundamentales del hombre. En general, a través de la historia, se perfilan dos significados fundamentales: el trabajo como esfuerzo, necesidad y fatiga; el trabajo como eficiencia o perfeccionador. Así, el latín distingue `laborare' de `facere'; el francés, `travailler' de `oeuvrer', el inglés,`labour' de `work'. En el alto alemán la palabra `arbeit' significaba fatiga, necesidad, molestia. En español, podemos contraponer trabajar a las palabras en sentido positivo laborar, obrar, o, también, a hacer siguiendo el origen latino del vocablo.
Pero nuestra palabra trabajo se deriva del latín vulgar `tripalus', que era un artefacto de tres palos donde amarraban a los caballos indómitos para poderlos herrar. Por tanto, `tripalare' era atormentar y trabajo equivalía a tormento. En la Biblia encontramos la palabra `melajáh', que significa servicio, trabajo como esfuerzo; y `avodáh', el trabajo en servicio a Dios y que indica su presencia en la historia humana.
En la Grecia clásica existen también estas dos significaciones: trabajo como fatiga (`ponos') y trabajo como actividad que perfecciona y hace feliz, como un camino hacia la plenitud (`ergazomai').
CRISTIANISMO, RENACIMIENTO Y MODERNIDAD
En el cristianismo, el trabajo fue perdiendo uno de sus significados primigenios -el de quehacer gozoso y espontáneo- y pasó a ser una tarea penosa. Esto no es casual: en el punto de vista del cristianismo resuenan los ecos de la prioridad dada a la contemplación sobre la acción. Con el Renacimiento irrumpe el humanismo y, con él, las ciencias y las artes adquieren su plena autonomía, la técnica y la economía se desarrollan ampliamente y desaparecen, en todos los terrenos de la vida humana, la sacralización medieval de la naturaleza y la cultura.
Con la hora de la razón, se vive la apoteosis del trabajo en su versión proclive a la producción de objetos.
La Revolución Industrial tiene ahora la palabra y, con ella, se inicia una etapa completamente novedosa en la historia del trabajo: el trabajo productivo. Etapa que llega hasta nuestros días. Con la Revolución Industrial comienza la era de la máquina. En cuestión de décadas, la humanidad pasa de la era del instrumento y de una escala antropomorfa de producción de objetos a la era del gigantismo industrial.
En apretada síntesis, el trabajo moderno surgido de la Revolución Industrial alcanza su madurez social al transformarse en sinónimo de productividad. El trabajo moderno es el trabajo productivo, basado en la productividad. Siempre ha habido en la historia trabajo productivo de distinta naturaleza, orientado a la producción de bienes necesarios o deseados por el hombre. Pero lo que caracteriza al trabajo surgido de la Revolución Industrial es su fantástica potenciación, hasta llevarlo a una categoría de trabajo basado en la productividad incomparable con todas sus formas pretéritas. Del trabajo al trabajo productivo, existe la misma distancia que de la energía producida por la combustión de una fogata a la energía atómica.
EL TRABAJO ARTISTICO
Ubicados en este nivel, el trabajo en el siglo XXI recuperará su valor positivo, por su simbiosis con el arte, y dará un paso hacia una nueva especie: el trabajo artístico. Para comprender qué representa el trabajo artístico, es necesario dar un breve rodeo por la naturaleza del arte desde una perspectiva específica: el sentimiento estético.
Un sentimiento estético no es primariamente una expresión de las facultades de la persona relacionada con las actividades artísticas clásicas, la pintura, la composición musical, la dramaturgia, el cine, la escultura, u otras ramas del arte, sino que se fundamenta en la aprehensión primordial de lo real, que en sí misma es fruíble. El fundamento de la estética radica en el goce de la realidad en tanto que realidad, en fruición de la realidad, y no debido a los contenidos o cosas que se encuentran en ella. Por tanto, una consideración artística de la vida no se reduce a una vida dedicada a las bellas artes sino que consiste en una vida que goza del sentimiento de lo real como bello. De allí se deriva que el trabajo artístico no es más que la aplicación social del sentimiento estético que corresponde a toda persona abierta a la belleza de la realidad. Su esencia es el perfeccionamiento de la persona humana.
Por la evolución de la productividad, en el siglo XXI el trabajo productivo se contrapondrá con el trabajo artístico, de manera que éste mantenga las características de difusión masiva de aquél pero en un nivel superior de calidad de vida. Hemos visto que en el pasado han existido dos formas primarias del trabajo: el trabajo como necesidad y esfuerzo y el trabajo como perfeccionamiento y camino hacia la plenitud.
Para la gran mayoría de hombres y mujeres trabajar es dedicar una porción sustancial de su tiempo para ganarse el sustento y mejor aún, en una perspectiva de sociedades más ricas, disponer de dinero para comprar bienes y servicios que satisfagan sus deseos personales. Pero la percepción de millones de empleados que se apretujan en las catedrales empresarias es que esa búsqueda es penosa y estresante.
En esta línea de razonamientos: ¿cuál es el origen del trabajo artístico? Frente al trabajo moderno, el trabajo artístico se aprovecha de los logros de la ultraproductividad. El trabajo artístico es el fruto de sociedades avanzadas, aptas para armonizar la producción con la fruición. El trabajo artístico es una posibilidad que se transforma en trayectoria histórica a partir de la Revolución Digital. Y es comparable con el cambio de paradigma laboral que trajo la Revolución Industrial merced a la introducción del maquinismo. ¿Qué nuevo elemento introduce el fenómeno de la digitalización de la producción? Mientras mantuvo inalterable su monopolio, la máquina todavía permitía apreciar, de modo tangible, el objeto producido. El hombre asistía en directo a la materialización de su esfuerzo de producción. En la era digital, la producción tiende a su virtualización total. A través de los procesos productivos digitales se podrán producir autos, productos electrónicos, y enseres tangibles de todo tipo, comparables con los que se producían en la segunda y en la tercera ola, pero estos productos terminados estarán en una relación por completo diferente con el trabajador: surgirán de pantallas multimedia y de dispositivos de Internet de las cosas, y no de hornos, líneas de montaje o fábricas tradicionales.
Deseo ser preciso, los hornos, las líneas de montaje y las fábricas al estilo tradicional todavía existirán, pero el proceso productivo será digitalizado por completo: se establecerá una nueva capa entre el operario, muy calificado, y el bien producido. Estas tendencias ya están presentes, pero se profundizarán y no serán una mera adición al sistema productivo tradicional sino que representarán un salto cualitativo.
Con un equipo multimedia, un joven profesional, un técnico especializado, e incluso un operario con el entrenamiento adecuado, será capaz de perfeccionar los bienes producidos y gozar con ello.
En otras palabras, esas personas se desarrollarán en plenitud cuando se desempeñen en un ambiente productivo no rígido, creativo, libre y con herramientas digitales y de inteligencia artificial de última generación, con la capacidad de personalizar bienes a medida de cada individuo. Al participar de procesos productivos no estandarizados, cuando se desempeñen en un ambiente de trabajo artístico, los trabajadores serán tan creativos como un artista en la actualidad.
El trabajo artístico producirá las mismas cosas, en realidad producirá más cosas, que el trabajo productivo, pero sin su penoso esfuerzo. El trabajo-arte así fusionado se relacionará vis a vis con las nuevas tecnologías, como una herramienta de creación y modelización nunca antes disponible: los sofisticados ensambles de producción serán la versión refinada del atril del pintor, del bloque de mármol del escultor, de la página en blanco del escritor y del pentagrama del músico.
En definitiva, el trabajo artístico es la cota más alta de un proceso de ultraproductividad, ultratecnologías y de creación de riqueza material sin precedentes, que, a caballo de costos marginalmente despreciables, liberará al hombre del trabajo productivo y abrirá una era del trabajo en que, al igual que el artista, desarrollará su vida disfrutando de la belleza de la realidad.
* El autor es miembro del Club Politico Argentino.