OBRAS DE MISERICORDIA

Señor del mundo, de Robert Hugh Benson

La Parusía y el Juicio Final son dogmas de fe que, en los hechos, han desaparecido de la conciencia del cristiano común y corriente, escandalizado como el resto de sus semejantes ante la sola idea de que algún día el mundo se va a terminar, no por azar o por evolucionismo, como recordaba el padre Leonardo Castellani, "sino por una intervención directa de su Creador". Y pocos libros modernos han abordado ese tema incómodo con tanta solidez literaria y tan estremecedora verosimilitud como la novela Señor del mundo, del sacerdote y escritor inglés Robert Hugh Benson (1871-1914).

Publicada en 1907, Señor del mundo (que aquí seguimos en la edición de Librería Córdoba del año 2004 con traducción del P. Castellani) tiene muchas virtudes admirables, empezando por la exactitud de algunas de sus anticipaciones y la lógica de un argumento místico que imagina el fin de los tiempos y la aparición del Anticristo, encarnado en un misterioso y seductor político estadounidense. Pero lo más inquietante del relato es que el mundo que Benson describe en vísperas de su destrucción se parece mucho al que conocemos hoy, más de cien años después de publicada la obra.

En el escenario político y cultural que Benson pintó con trazos proféticos se acepta la eutanasia y se habla un idioma universal. En él han desaparecido las diferencias nacionales y tres grandes bloques se reparten el globo: América, Europa y el vasto Imperio de Oriente, con el que hay rumores de guerra. Una forma de comunismo masónico, sin auténticas divisiones partidarias, impera en Europa y en América. Por ley se pretende erradicar la pobreza y extender el libre comercio. Ya no se cree en Dios, sino en la divinidad del Hombre. "La amistad -se nos advierte en un pasaje- desplazaba a la caridad, la acción a la esperanza y el conocimiento tomaba el lugar de la fe".

PERSECUCIONES

Este estado de cosas permite la subsistencia de una vaga espiritualidad que admite retiros y guías escritas para la vida interior (es decir, libros de auto-ayuda). Pero las religiones organizadas han sido eliminadas o están a punto de serlo. Sólo la Iglesia Católica se mantiene en pie, firme pero acorralada en Roma, donde como en otras épocas ejerce el dominio temporal de la urbe, que ya no es la capital de Italia. Los católicos creyentes del mundo se exilian en la Ciudad Eterna para escapar de la marginación y de las horribles persecuciones, que se vuelven insoportables. También se refugian allí los sobrevivientes de las antiguas monarquías europeas. Abrumados, algunos depositan sus esperanzas de liberación en el inminente conflicto con Oriente, mientras la mayoría sucumbe ante Su Alteza, el enigmático Presidente del Orbe, Julian Felsenburgh, que se impone a casi todos por "el dominio sobre los hechos y el dominio sobre las palabras".

Señor del mundo es hoy una novela casi desconocida. Y debería llamar la atención que una obra con tal cantidad de acertadas imaginaciones proféticas haya caído en el olvido. Porque el tiempo demostró que novelas de algún modo afines, como 1984, Un mundo feliz o Nosotros, sólo retrataron las pesadillas de su época, o a lo sumo las proyectaron unos años hacia adelante. Lo destacable en Benson, en cambio, es que su argumento parte de un proceso que él estaba viviendo, a saber, el gradual reemplazo de la creencia en un Dios trascendente por la adoración del hombre, la ciencia y la naturaleza, para extraer de allí las consecuencias -inimaginables en su tiempo- que tendría ese cambio con el paso de los decenios.

Lo hizo guiándose por las enseñanzas de la Iglesia y el libro del Apocalipsis, y le dio un tono épico, heroico, que conviene a una historia que es la anticipación de una gran batalla, la última de todas. De esa conflagración final, Castellani destacaba el mérito literario de que estuviera contada desde adentro y no desde afuera, como parte de una visión mística y poética, "un soberano acierto artístico propio de un gran poeta".

Con todo, hay una omisión llamativa. Como bien lo señaló el propio Castellani, quien además de traducir la obra escribió un agudo postfacio en 1956, Benson no previó "la tribulación de adentro, la corrupción introducida en el seno de la Iglesia, mucho más temerosa" y que aparece prefigurada en la Segunda Bestia del Apocalipsis, el Falso Profeta. Castellani insinúa que Benson quiso perdonar al lector el triste fenómeno de la "corrupción interna específica de la religión; de la confusión dentro del redil, y no solamente fuera". Salvo alguna excepción, todos los cristianos que el libro retrata en primer plano son modélicos, como también lo son el Vaticano y sus jerarquías.

Benson era un católico converso. Nacido en una familia anglicana (su padre llegó a ser nada menos que el arzobispo de Canterbury), fue primero ordenado clérigo de la Iglesia de Inglaterra antes de convertirse al regreso de un viaje transformador por el Medio Oriente. Fue también un escritor prolífico (rasgo que compartía con algunos de sus hermanos, más beneficiados por el éxito terrenal). Dejó 19 novelas de tema religioso, además de varios ensayos notables. Se dice que para compensar la desazón que había provocado con Señor del mundo escribió otra novela, The Dawn of All (Alba triunfante), que cuenta lo mismo pero desde el punto de vista opuesto, es decir, imagina un gran triunfo de la Iglesia sobre sus enemigos mundanos. Esta obra no consiguió nunca la fama de su contraparte, tal vez, como observó Castellani, porque "no tiene la fuerza, la grandeza ni la convicción de su gemela-antípoda".