¿Juventud, divino tesoro?

El interés por la política de los jóvenes se ha convertido en un fanatismo ciego por líderes idolatrados. Pero acaso el problema más grave que acarrea la idolatría kirchnerista de la militancia sea la “politización permanente” que busca de la sociedad.

Uno de los efectos más destacados por el kirchnerismo a la hora de evaluar su legado es el de la incorporación activa de los jóvenes en la política. Sobre la política económica y social podrá haber discusiones, dice el argumento, pero es innegable que gran parte de la juventud ha empezado a interesarse y a participar en política en busca del cambio social, lo cual es loable. Esta idea, con más o menos matices, atrae un consenso bastante más amplio que el que tiene el kirchnerismo como movimiento.

El kirchnerismo, naturalmente, argumenta de esta forma porque los jóvenes votan abrumadoramente en su favor. Pero al margen de esta obvia realidad, el argumento de estas líneas empieza por invertir la carga de la prueba: ¿por qué sería bueno que los jóvenes participen cada vez más en la política? ¿Qué hay de intrínseco en la juventud tal que su interés sea beneficioso para la sociedad en su conjunto? La pregunta no es caprichosa, porque en realidad es posible construir el argumento contrario, es decir que la participación creciente de la juventud en la política es un motivo más de preocupación que de algarabía.

Y es que en la práctica, lo que se ve en Argentina es a veces menos una preocupación por el cambio social y más una creciente fanatización por el autoritarismo, de la mano de un preocupante desprecio por la democracia liberal por parte de la juventud. El interés por la política de los jóvenes se ha convertido en un fanatismo ciego por líderes idolatrados: las menciones a la “jefa” Cristina, las declaraciones de apoyo incondicional impermeables a cualquier tipo de evidencia sobre conductas delictivas, y la emoción más general que se genera frente al kirchnerismo por parte de los jóvenes son hechos que dejan incrédulos a quienes no son parte de su espacio político, pero que son parte innegable de la realidad. 

Para peor, no se trata solo de que sea particularmente intensa esta forma de “militancia” (un término que, por cierto, es sumamente desafortunado pero ilustra a las claras la idea de jerarquía entre el superior y el soldado raso que irradia el kircherismo).

La intensidad militante, adicionalmente, se traslada al área de los contenidos ofrecidos por esta juventud. Y así es como se entienden la peligrosa y cada vez más extendida idea de que la democracia solo ocurre por aclamación ante el líder, los típicos e incesantes ataques a los medios de comunicación y, más generalmente, la construcción de un relato donde todo lo bueno se explica en función de la virtud personal de CFK y todo lo malo se explica en función de una conspiración de los “enemigos del pueblo”. De estos lugares comunes del kirchnerismo, naturalmente, se desprende el “vamos por todo”, que en otras palabras es la claudicación de la división de poderes del sistema republicano.

Pero acaso el problema más grave que acarrea la idolatría kirchnerista de la juventud sea la “politización permanente” que busca de la sociedad. Como causa o consecuencia, este fenómeno es un mal síntoma de la dirección de la democracia argentina: en los países que se desarrollan, que son aquellos a los que aspiramos a convertirnos, la política se vuelve cada vez más irrelevante. Y esto es así porque en dichos países la sociedad puede pasar por alto discusiones que, en realidad, solo se vuelven importantes cuando los resultados electorales pueden traer enormes peligros. Pero en Argentina, donde el kirchnerismo del “vamos por todo” es tan relevante, la política se convierte entonces un fin en sí mismo y no en el medio que, en el mejor de los casos, debería ser para simplemente vivir en paz.

 

La politización de la juventud y su importancia para el kirchnerismo hacen que esta idea de que la política (que a su vez es el Estado, que a su vez es CFK) deba ser el centro de la vida pública no se vaya del debate público pronto. No se puede enfatizar lo suficiente, sin embargo, lo radical que es esta pretensión de que de una forma u otra todo esté dentro del Estado y nada esté fuera de él. ¿Suena familiar esta frase? No es sorprendente, porque la máxima es de Benito Mussolini. La situación es paradójica, porque una de las muletillas más comunes de la juventud kirchnerista es acusar de “fascista” a todo el que esté en contra de ella. Pero debería servir para advertir sobre los peligros de sacralizar la participación de los jóvenes en la política solo por el hecho de ser ser jóvenes: lo que debería contar, en realidad, es hacia dónde llevamos los jóvenes al país con nuestras intervenciones. Y el balance actual de la juventud, en este sentido, no luce necesariamente alentador.