Salamone, el mítico arquitecto de la llanura
Entre 1934 a 1940 Francisco Salamone diseñó y ejecutó más de 70 monumentales edificios públicos de hormigón armado, entre cementerios, palacios municipales y mataderos, en 25 pueblos de la provincia de Buenos Aires.
En la mitad de la llanura bonaerense, más de 70 perturbadoras, futuristas y monumentales estructuras de hormigón armado -entre cementerios, municipalidades y mataderos- levantan a la estatura de mito la figura del arquitecto italiano Francisco Salamone.
Durante los años de la gobernación de Manuel Fresco, de 1934 a 1940, Salamone ejecutó su singular obra, simultáneamente, en 25 municipios de la provincia de Buenos Aires, con un estilo arquitectónico caracterizado por torres altas, líneas rectas y estructuras simétricas, hechas con la novedosa técnica de la "piedra líquida", el hormigón armado.
"Salamone, que llegó como inmigrante desde Italia junto a sus padres a los 5 años, se formó primero en el colegio Otto Krause y luego se recibió de arquitecto e ingeniero civil en las universidades de La Plata y Córdoba. Su obra sigue siendo de vanguardia, por su monumentalidad y osadía. Así como en Barcelona está Gaudí, que no se puede comparar con nada, nosotros tenemos a Salamone, y esta riqueza patrimonial hay que ponerla en valor para el desarrollo de las comunidades", señaló Ana Ramos, presidenta del Centro Cultural Francisco Salamone.
CUATRO AÑOS LOCOS
Si bien su estilo nace en Córdoba, con la construcción de los edificios y espacios públicos de Las Varillas y Villa María, la gran mayoría de la obra de Salamone está en la provincia de Buenos Aires: 29 palacios municipales, 20 mataderos, 7 cementerios, plazas, ramblas, hospitales, escuelas y mercados, todos realizados con un frenesí único entre 1936 y 1940.
Lo más sorprendente es que diseñó no sólo los edificios, sino su mobiliario, y elegía personalmente cada uno de los elementos necesarios, como baldosas y artefactos de iluminación, y hasta las plantas y árboles de sus parquizaciones.
Según el mito, Salamone pudo realizar su desmesurada obra gracias a su amistad con el gobernador Fresco, quien lo utilizó para desarrollar, fiel a la monumentalidad del fascismo, la imagen de un Estado poderoso. Incluso dicen que compró y aprendió a pilotear un avión para atender, simultáneamente, obras distribuida en más de 20 localidades de la Provincia. Sin embargo, los especialistas desmientes estos relatos.
"Con Fresco no eran amigos. De hecho, había varios otros arquitectos trabajando en la Provincia, y sin duda el preferido era Alejandro Bustillo -remarcó Ramos-. La diferencia es que Salamone buscó la contratación de los municipios. Por eso, se puede hacer un recorrido siguiendo las rutas del oeste y el sur. Había una política de obra pública que buscó urbanizar los cascos del Interior, y entonces se dedicó a edificios municipales, plazas, cementerios y mataderos. La modernidad avanzaba en el mundo con el Art Decó, y Salamone llevó esa vanguardia constructiva a los pueblos bonaerenses".
"No sé cómo convencía a los intendentes, porque sus obras son de marcianos... En el portal del cementerio de Laprida hay un Cristo de 11 metros, con 32,5 metros de torre. Es la cruz más alta de América después del Cristo del Corcovado. Lo mismo se puede decir de la rueda de Saldungaray. Lo más llamativo es encontrar estructuras monumentales en pueblos muy chicos. Hubo creatividad, calidad y osadía", explicó Ramos, una profesora jubilada que recuperó el matadero que Salamone edificó en Balcarce para levantar el centro de estudio y difusión más importante sobre su obra.
ERA HUMANO
También el arquitecto e investigador platense René Longoni prefirió ajustar la figura de Salamone a la dimensión humana: "No es un personaje único, ni un águila solitaria, ni el hijo del diablo..., sino que era el jefe de un equipo muy sólido que comenzó a trabajar en Villa María y, gracias la singular demanda de obra pública de los años 30, diseñó y construyó todas estas obras simultáneas hasta modificar la fisonomía de la Provincia".
"A partir de las necesidades concretas de los municipios, el equipo de Salamone hacía las obras -sostuvo Longoni-. Tenía varias espadas que lo secundaban. Por ejemplo, la firma de Luis Costantini, que lo acompañaba desde Córdoba, era responsable del mobiliario urbano y hacía los premoldeados característicos de su obra. También trabajó con el ingeniero Rodolfo Migone y el ingeniero Oscar López Méndez, que había sido condiscípulo en el Otto Krause".
"No se sabe cómo trabajaba, porque no se conservó su archivo empresario. Creemos que Salamone centralizaba la contratación de la obra pública y delegaba en su grupo de profesionales las distintas partes. Era un equipo de trabajo que satisfizo una demanda concreta de obra pública a partir de las políticas de reactivación keynesianas que aplicó Fresco en la Provincia", explicó Longoni.
"Tomado individualmente, es inexplicable y aparece el mito: el tipo que andaba en avión y daba las indicaciones desde el cielo, pero preferimos humanizarlo y darle límites reales para entenderlo. Todo el país se había vuelto una enorme cantera de producción, con un gran despliegue de obra pública en Santa Fe, Córdoba, Mendoza y Tucumán. Salamone no es un fenómeno aislado, pero, en ese conjunto, es el más destacados, por los valores de su arquitectura y su extraordinaria calidad y una fuerza expresiva que seduce y llama la atención".
Los fanáticos diseñan y planifican recorridos siguiendo las "rutas de Salamone"
Es objeto de culto para los viajeros rurales
Laura Gallina es profesora de Inglés y viaja desde hace cuatro años junto a su marido, Sergio Minchiotti, por toda la Provincia siguiendo las rutas de Salamone. El se encarga de la investigación histórica y ella, de las fotografías, que después suben a las redes sociales para los seguidores del famoso arquitecto italiano.
Esta Semana Santa los viajeros acaban de visitar la última obra que les quedaba pendiente: un Cristo que Salamone diseñó para la ciudad inundada de Epecuén y que hoy se permanece resguardado en un campo privado en Arano.
"Con mi marido tenemos como hobby y pasión viajar y recorrer los pueblos de la Argentina. Hace unos años, cuando mis hijos eran todavía chicos, fuimos al Sierra de la Ventana y pasamos por Saldungaray -narra Gallina-. El cementerio fue la primera obra que vimos y el impacto fue enorme".
"El segundo contacto fue en Rauch, donde fuimos a pasar un fin de semana con mis hermanas y nos topamos con su municipalidad. Entonces decidimos que íbamos a visitar toda la obra de Salamone", cuenta.
"Mi esposo arma las rutas y yo me encargo de las fotos: hace 10 años recorremos la Provincia. Al ver la obra de Salamone se siente un impacto fuertísimo, emocionante. Nosotros disfrutamos de todo el proceso, la planificación del viaje, la investigación histórica, y cuando estamos ahí es como cumplir un sueño", explica.
"En Semana Santa recorrimos 1.300 kilómetros para ver el Cristo de Epecuén. Teníamos el dato de que estaba en la estancia Las Calaveras, del pueblo de Arano. Fue mágico: llamamos al único teléfono que hallamos en internet y nos atendió el dueño y nos invitó a pasar -dice Gallina, emocionada-. Al volver, pasamos por Pellegrini y nos pusimos a fotografiar la municipalidad. Entonces pasó un muchacho en bicicleta, que nos preguntó por qué hacíamos las fotos y le dijimos que éramos fanáticos de Salamone... resultó que era un concejal, y nos invitó a entrar para ver el mobiliario en pleno Viernes Santo. Fue la más hermosa de las Pascuas".
El impacto que causa sus construcciones marcó la carrera y el camino de varios artistas
La singular obra fue revitalizada por documentalistas y fotógrafos
La obra del arquitecto Francisco Salamone es visualmente espectacular: sus bellas moles de cemento levantadas en medio de la nada impactaron sobre la sensibilidad de decenas de artista que fueron, en última instancia, los que volvieron visible su genialidad, como la exhibición fundacional de Eduard Shaw en el Centro Cultural Borges y las galerías del prestigioso Esteban Pastorino, que catapultaron al mundo la figura del "Arquitecto de las Pampas".
"Mi encuentro con Salamone es la historia de una obsesión. Después de estudiar 10 años Arquitectura, llegó a mis manos una cámara y comencé a filmar. En la búsqueda para hacer un documental me topé con su fascinante y misteriosa historia -recuerda Ezequiel Hilbert, autor del filme "Mundo Salamone", que se proyectará el 2 de mayo en el Congreso-. Cómo hizo este tipo para construir tantas obras. Fue un frenesí de trabajo. Hubo momentos en que estaba simultáneamente en 29 municipios".
"Salamone llevó el hormigón armado a la provincia de Buenos Aires, que hasta hoy sigue siendo chata, sin altura. Hizo 70 obras en un par de años. Iba a cada intendente y lo convencía: le hacía el palacio municipal, la plaza, el cementerio y el matadero, todo a pagar a muchos años, financiado a través de bonos de la Provincia. Era imposible decirle que no", sostiene el cineasta.
"Para hacer este documental estuve seis años recorriendo toda su obra. Hay algo en el tamaño de la ambición de Salamone que está en su monumentalidad. Desde que se recibió en el Otto Krause hasta su graduación como arquitecto e ingeniero siempre quiso hacer grandes cosas. Dicen que para impresionar a la familia de su mujer, que era la hija del cónsul británico de Bahía Blanca, que siempre lo ninguneó como un simple inmigrante italiano. Todo lo que hizo también está marcado por este intento de mostrar que podía más. Finalmente, estuvo a la altura de su ambición", conjetura Hilbert.
Otro de los artistas atravesados por Salamone es el fotógrafo Marcelo Merlo, autor de la muestra "Planeta Salamone", declarada de interés cultural por el Senado de la Nación.
"La escala en la que la estoy haciendo, su obra es inabarcable. Hoy sólo me falta Alberti y Vedia. Cuando empecé, sacaba, como todo el mundo, los edificios, pero me di cuenta de que él había diseñado hasta los picaportes. Así que empecé ha hacer las puertas, el mobiliario, las luminarias... Un edifico solo me lleva varios días. Tengo un registro cuidadoso y completo de todas las torres municipales, los mataderos modelo y los cementerios, sobre todo los de Azul, Laprida y Saldungaray", explica Merlo, creador de un protocolo profesional para el registro de la obra salamónica que permite su comparación y estudio.
"Todo empezó en los "90 cuando trabajaba como jurado en los torneos bonaerenses y tuvimos que ir a Guaminí para un concurso. Al ver el palacio municipal quedamos pasmados. Era sobrenatural ver esa mole en el medio de la pampa. Si ahora esas localidades son chicas, imaginate lo que eran hace 80 años -cuenta el fotógrafo-. Mi trabajo sirvió también para salvar el patrimonio. Por ejemplo, cuando registré Rauch hallamos sillas de Salamone arrumbadas en un rincón, listas para ser tiradas, pero cuando las puse en la muestra, el municipio decidió recuperarlas y restaurarla, y hoy están en uso".